Miércoles por la mañana

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– ¿Ccino?

– ¡Oh! ¡Buenos días, mamá! – Su madre se quedó quieta, mirándole fijamente desde la puerta de la cocina.

– ¿Estás bien? ¿Te encuentras mal? – Ccino alzó una ceja ante la pregunta de su madre, dejando sin terminar el trozo de panqueque que tenía en su tenedor.

– ¿A qué viene esa pregunta? ¡Estoy perfectamente! -Respondió con una de sus habituales sonrisas, volviendo a terminar lo que le quedaba de desayuno.

–Creo que deberías volver a la cama...

– ¡Ah! -Interrumpió la frase de su madre al levantarse de la mesa con un salto, cuando se fijó en el reloj blanco que había en la pared de la cocina- ¿¡Ya es tan tarde!? ¡Tengo que irme ya! -Rápidamente de bebió lo que le quedaba de zumo de naranja y tomó el bolso que colgaba de su silla. Sonrió al pasar al lado de su madre para salir de la cocina- ¡Adiós, madre! ¡Nos vemos luego!

Y dicho esto se fue de la habitación, dejando a su madre sola para analizar lo que acababa de ocurrir. Escuchó el sonido de la puerta principal cerrándose, junto con los pasos de su hijo, y luego el sonido de la bicicleta acercarse. Se preguntó durante un momento si no se habría quedado ella dormida, pero al mirar la hora comprobó que era la hora a la que solía levantarse todas las mañanas. No recordaba que Ccino se hubiera levantado tan temprano por voluntad propia.

– ¿Cielo? -Una voz hizo que se diera la vuelta, para ver al ver a su esposo mirándola con cara preocupada- ¿Estás bien?

–Cariño... -Suspiró- Creo que Ccino está enfermo.

La calle estaba tan vacía como debería estar a tan temprana hora de la mañana. Apenas vio un par de estudiantes uniformados dirigirse a sus escuelas e el camino mientras pedaleaba con la bicicleta. Llegado a un punto del camino, se detuvo y posó un pie sobre el suelo. Miró a varios lados, intentando decidir si ese era el lugar. Después de unos minutos, se encogió de hombros y se quedó allí, suponiendo que tarde o temprano pasaría.

–No debería tardar mucho en llegar... -Sonrió sacando su teléfono para comprobar la hora. Bien, todo estaba en su sitio. ¡Este día iba a ser perfecto, y se encargaría de que así fuera!

....O esa era la idea.


Porque la verdad, es que estaba realmente impaciente. A los pocos minutos, comenzó a dar golpecitos con el pie sobre el asfalto, mordiéndose el labio. Esperando, pero casado de esperar. Hasta que escuchó una voz detrás de él

–Pareces un acosador.

Contuvo un suspiro y se giró, encontrándose con un par de ojos violetas que le miraban fijamente. Se fijaron en él casi tanto como él se fijó en ellos, antes de que pudiera escanear el resto de las facciones de Nigthmare. Sus cejas fruncidas y sus labios apretados con una posición similar. Ccino sonrió.

– ¡Nigthmare! ¡No esperaba encontrarte tan temprano! -Así es, ¡debía parecer una coincidencia casual! ¡Fruto del destino!

–Eso sería fácil de creer -El otro rodó los ojos, cruzándose de brazos- Si no llevaras ahí parado como un tonto más de diez minutos.

El fruto del destino se desvaneció completamente, mientras sentía su rostro enrojecer. ¿¡Diez minutos!? Entonces, ¿Nigthmare había estado todo ese tiempo detrás de él, viendo como le esperaba como un tonto y sin darse cuenta de que estaba ahí mismo?

– ¡Tenía que ser un encuentro casual! -El albino se quejó, ante lo que recibió un suspiro por parte del mayor.

–Me asombra que estés aquí tan temprano -Respondió este, negando con la cabeza. Luego miró al menor como si de verdad estuviera preocupado- ¿No estarás enfermo?

Siete días para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora