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Tras muchos miércoles de cobardía, me miré al espejo y me dieron ganas de burlarme con cizaña de mí mismo.

¡Tengo todo el derecho de estar en mi ventana cuando se me plazca!, pensé. 

Claro, por dentro el estómago se me revolvió al pensarlo. 

Tal como esperaba, la encontré y sí, es a partir de ese día que me dieron ganas de convertir toda la pared en un ventanal.

Ella no estaba con los ojos hacia el sol, fue como si me estuviera esperando.

Me quedé helado cuando encontré su rostro directo hacia mí. De toda la periferia, de cada rinconcito en el paisaje, estaba fija en la ventana de mi departamento, en el espacio libre de ladrillos donde yo aparecí. 

La vi, la observé y creo que nunca podré olvidar su nítida imagen.

Sonrió justo frente a mí (a metros de distancia, pero frente a mí) y mi sonrisa llegó hasta mis ojos.

El sol terminó de ocultarse, su calidez se disipó y ella también desapareció tras las cortinas. Sin algún gesto de despedida, o una última mirada, nada, sólo se fue al interior del departamento que, seguramente, era tan austero como el mío en comparación a la maravilla de afuera.

  Me ha descubierto El Sol, ¿cómo me ocultaré ahora?  

CrepúsculoWhere stories live. Discover now