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Era lo cautivador de ella y lo imponente del crepúsculo lo que empecé a soñar con frecuencia.

Estábamos bien así. Durante muchas semanas no sentí la necesidad de caminar hasta su puerta para dirigirle al menos algún buen deseo. Me bastaba con estar a tiempo en la ventana para verla admirar lo mismo que yo y que durante unos escasos treinta segundos, ella volteara hacia mí, sonriera y me viera sonreírle.

La melodiosa cancioncilla se volvió parte de mi tarareo diario:

Ae ajnabi, tu bhi, kabhi,
Aawaaz de, kahin se...

Oh, extraña, ¿por qué no llamas alguna vez desde algún lugar?

Aquí estoy, viviendo destrozado.

Oh, ave de tierras lejanas.

Cada día, una brisa pregunta

en su ir y venir

bañada en leche

que florece inocente...


¿Dónde, oh, dónde está ella?

¿Dónde está esa luz?

Oh, extraña, ¿por qué no estás aquí pero tu sonrisa permanece?

No veo tu rostro en ningún lado,

Pero puedo sentir tu presencia...

¿Dónde, oh, dónde estás?


Entonces, de entre los días malos, llegó el peor.

Sin que yo lo supiera, el dinero que le daba a mi padre para pagar la renta nunca llegó más allá de sus propias manos y con tres meses de retraso y promesas vanas, el dueño nos dio tres días para desocupar el lugar.

Para males míos, por esos días no había mucho trabajo.

¿Y ahora qué?, ¿a dónde iría?... ¿cómo podría irme?

Aun cuando se me diera la oportunidad de pagar la deuda, nunca podría hacerlo en tres días, y sin duda, él no aceptaría la promesa de un pago a la larga.

La verdadera cuestión no era en sí el hogar, pues siempre está la posibilidad de humillarse con algún familiar y pedir hospedaje unos días... Pero no quería irme, no con Mi Sol asomándose en el edifico de enfrente.

¿Qué haría?


Ae Ajnabi, de A. R. Rahman

CrepúsculoWhere stories live. Discover now