Despedida

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La noche se había apoderado de la ciudad, la que fue iluminándose poco a poco con los faroles artificiales de las calles, mientras una luna menguante hacía su aparición en el horizonte. La brisa circulaba por el callejón donde aún Seiya tenía a Serena contra la pared. Sus labios se separaron de ella para dejarla respirar y para calmar él mismo sus emociones, ya que nunca había sentido su corazón tan acelerado, como en ese momento mágico que había vivido, ni siquiera en sus batallas.

No se atrevía a abrir los ojos, atemorizado de haber cometido una locura, aún cuando ella se había rendido a su demostración de amor. Deseaba y rogaba porque ese fuera el inicio de su historia juntos, una que había quedado pausada hacía ocho años y por la que siempre había guardado la esperanza de que se hiciera realidad.

Por su parte, Serena tenía la mente en blanco, como si de pronto sus pensamientos se hubieran reducido a nada y sólo podía percibir el calor en sus mejillas, junto al sabor de los labios de su amigo. ¿En qué momento se dejó llevar? ¿Por qué no se había apartado como la vez anterior? Y de pronto, su mente se desbloqueó.

—¡Rini! —exclamó—. ¿Qué hora es?
—Déjame ver... son las 9 —respondió con cierto temor.
—¡Ah! Menos mal. Quedé en pasar a buscarla en media hora más —dijo más aliviada, poniendo su mano en su pecho, como percibiendo el relajo de su corazón acelerado.
—¿Te acompaño? —preguntó lleno de ansiedad, temiendo una respuesta negativa.

Serena lo pensó un poco. ¿Era prudente continuar con esa cercanía tan peligrosa? Todavía no estaba segura de sus sentimientos hacia Seiya y aún le inquietaba abrir su corazón a un nuevo amor. Todo se sentía tan reciente, que creía que lo mejor era tomar cierta distancia. Aún así, sus palabras fueron otras.

—Sí, claro. A Rini le gustará verte.
—Vamos, entonces —sugirió su amigo, señalándole el camino.

Al principio, ambos estaban tensos, atrapados en sus propios sentimientos y emociones, sin pronunciar palabra. Pero, poco a poco se fueron soltando y retomando su clásica charla despreocupada, centrándose en Rini y no ellos mismos. Seiya pensó que lo mejor era poner paños fríos a la situación hasta que ella tomara una decisión. Sólo debía esperar, aunque no dejaría que pasara mucho tiempo, así que iría ganando terreno de a poco. Armándose de valor, justo al cruzar la calle, tomó su mano, entrelazando sus dedos. Percibió como ella se tensó ante el contacto, pero no aflojó el agarre y le permitió conducirla por el camino. No se miraron a los ojos, sólo caminaron de la mano como si fueran dos novios adolescentes, a pesar de los años que habían pasado de la primera vez que estudiaron juntos en la preparatoria.

—Gracias por cuidar a Rini —dijo, cuando Mina le entregó a la niña en brazos, ya que se había dormido profundamente.
—No hay nada que agradecer. Yo adoro quedarme con Rini —explicó con una enorme sonrisa, mientras miraba a Seiya.
—Tanto tiempo, Mina —la saludó.
—Mucho tiempo... Espero que cuides a mi amiga —reveló con cierta tristeza.
—¡Mina! —exclamó con vergüenza la rubia.
—Ni siquiera deberías dudar de que la cuidaré. Tú sabes que mis sentimientos son sinceros.

Todos guardaron silencio ante aquellas palabras. Serena sabía que él era transparente en sus actos y que no ocultaba nada. Soltó un suspiro al saberse amada de una forma tan intensa y pura, aún cuando sabía que su corazón nunca sería completo para él, porque el recuerdo de Darien viviría siempre con ella. Su hija era la manifestación viva de ese amor.

Después de despedirse, Seiya se ofreció a llevar a Rini en brazos para que Serena no se cansara de más. Cualquiera que los viera caminar pensaría que eran una hermosa familia y él sintió que su corazón estaba lleno en ese instante, aunque sólo fuera eso, un pequeño momento de felicidad. Sin embargo, para bien o para mal, la pequeña comenzó a balbucear entre sueños, cosas que sabía que no iban dirigidas a él. "Papá", repitió varias veces en susurros.

Dame una oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora