44. ¿Entonces sí me crees?

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A causa del nerviosismo, me levanté más temprano que de costumbre. Tan temprano que terminé asustando a Tayler con mis pisadas en las escaleras a plena madrugada, que me gritó molesto por despertarlo tan temprano cuando él no tenía clase hasta las diez. Y no iba para menos. Ese día le revelaría el secreto más importante de mi vida a mis mejores amigas, quienes merecían saberlo desde hacía tiempo, ¿quién podía culparme? La emoción me comía y yo no me resistía a evitarlo.

Llegué a Walton pisándome los talones y estuve a punto de caerme en más de una ocasión. Sentía el corazón palpitarme en los oídos con la misma fuerza y rapidez a la mención de la palabra revelación que sólo Seth lograba evocar en mí. Respiré hondo y traté de calmarme, limpiando el sudor de mis manos en la alisada falda, con la cabeza hecha un lío.

—Buenos días, Jenna  —me sonrió Louis, llegando detrás de mí y posando con tranquilidad su mochila sobre su mesa.

—Hola, Louis, ¿qué tal tu día? —le saludé de vuelta, agradeciéndole por aparecer y desviarme del asunto que tan inquieta me tenía.

—Comenzando —rió—. Te ves emocionada —notó.

—¿Te lo parece? Pf, no. Estoy bien —dije, limpiándome de nuevo las palmas en la tela de la falda.

—¿Estás segura? —enarcó ambas cejas, preocupadp.

—¡Por supuesto! ¿No crees que es un día hermoso?

Louis se giró hacia la ventana, buscando entre el nublado cielo algún rayo de luz solar.

—Sí, lo es —admitió, sonriéndome de nuevo.

A Louis le encantaban los días nublados, casi lo había olvidado.

—¿Crees que llueva? —aparté la silla, y me senté con la cabeza alzada a él.

—Espero que sí —me imitó, apoyando ambos brazos en su mesa—. Aunque es un poco raro que llueva en estos días.

—Sí. El clima se está volviendo loco.

—Hola, chicos, ¿de qué hablan? —nos saludó Fatima, tomando asiento delante de nosotros.

—Hola, Fati —la saludó él—. Estábamos diciendo que sería genial que hoy lloviera.

Evité mirarla a los ojos, pero Louis parecía ignorar el poco –por no decir nulo– afecto que le tenía a esa chica.

—Yo no quiero que llueva —dijo ella, apoyando la barbilla en una mano con un mohín—.  Mi mamá se vuelve loca cuando llueve porque el tráfico se vuelve lento y la ropa nunca termina de secarse bien.

Louis rió.

—No es la única.

Ambos se enfrascaron en una viva conversación sobre los contras y los pros de la lluvia, mientras yo me hundía poco a poco en el torbellino de pensamientos que mi cabeza se negaba a dejar en paz. No sabía si eran nervios o emoción, o tal vez un poco de los dos –¿un poco?–, pero mis manos sudaban y me daban escalofríos. Cerré los ojos con fuerza, alejando toda clase de imaginaciones sobre las posibles reacciones de mis amigas. Conociéndolas, me daba una idea acertada sobre qué haría cada una, qué diría, y podía ver sus caras mudas o boquiabiertas de la sorpresa. Sin embargo, eso sucedía cuando contaba algo un poco más normal, más usual, cosas que esperan oír alguna vez en su vida, algo como cuando les conté que pasé una noche con Seth; en ese momento sus reacciones fueron en un noventa por ciento como me las había imaginado.

Pero esto no era algo que esperas oír en la vida.

“¡Escuchen, les tengo una noticia! ¡Cambio de cuerpo con mi novio cuando lo beso! ¿No es genial? ¡Y sólo con él! ¡Ahora saben por qué no parecemos mosquitos a cada rato, como las parejas normales!”

CambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora