3. De cuanto me dolió

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Trabajaba en una discreta empresa de robótica adosada a una de las plantas de la Universidad. Nos dedicábamos principalmente a generar nuevas máquinas y herramientas para grandes empresas de empaquetamiento. En si no era un trabajo muy reconfortante ni de mucho ingreso económico, pero se me daba bien y había logrado graduarme de la universidad con ciertos honores, permitiéndome ingresar a la empresa.

Tenía 28 años, un pequeño departamento que arrendaba y una dulce novia con la cual estábamos ad-portas de cumplir 4 años de una dulce relación. Me esforzaba al máximo para poder complacerla en sus caprichos y ver esa dulce sonrisa en su rostro.

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Me llevé una agradable sorpresa al vernos el miércoles, él de verdad se dedicaba a escribir sobre el amor. Como los libros eran una fascinación escondida para mí, me sentía maravillado al leer un extracto de su último trabajo, parecía que de verdad había estado ahí con el protagonista sintiendo toda clase de emociones.

─ ¿Qué no era que el amor no existe? – sonrió socarronamente observándome detenidamente.

─ Esto es distinto, es ficción. – respondí devolviendo el manuscrito y llevándome la helada cerveza a los labios.

─ Toda ficción tiene parte de realidad. Un escritor jamás escribe de cosas que no conoce.

─ Entonces, eres un gran conocedor del amor. – La cerveza estaba empezando a soltarme la lengua, por lo que empecé a comer de las papitas con carne que había en la mesa frente a nosotros.

La noche era tranquila, casi nadie estaba en el bar, conseguimos fácilmente una mesa al aire libre y apenas si la música sonaba de fondo. Él rio con ganas.

─ "Gran conocedor" es demasiado título para alguien como yo.

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─ ¿Pasa algo, cariño?

─ Mako, ¿cuándo vas a pedírmelo?

En sus ojos ya no había ilusión. El tema de siempre se presentó.

─ Ya te dije que es imposible. No estoy listo, con mi trabajo actual me sería imposible mantenernos a ambos.

─ Si me amaras eso no sería un problema.

Una cuchilla directa al corazón, me tomó un minuto poder organizar las palabras antes de decirlas.

─ Vamos, Gou, sabes que eso no es así. Yo te amo muchísimo. – Bajo la luz de la entrada de su casa me acerqué para tomar ambas manos entre las mías. – No vamos a poder vivir solo de amor.

─ Tienes razón. Es suficiente, Makoto. – suspiré, parecía que la discusión solo llegaría hasta allí –Esto no nos llevará a ningún sitio. Cada año que pasa es lo mismo y cada año me hago mayor. Toda mi familia espera ya que me desposaras.

Sentí el dolor en sus palabras, más aún como serpenteaban alojándose en mis entrañas.

─ Lo siento, pero no puedo vivir al mismo ritmo que tu familia lo exige.

─ Lo sé. Por eso lo mejor es que esto llegue hasta aquí.

¿Qué era aquello que me estaba diciendo? Sentí como se iban agolpando las ideas sin poder ser ejecutadas y un nudo apretaba en mi garganta.

─ No, Gou, no quieres eso, por favor. – Sus manos se deslizaron entre las mías, alejándose.

─ Lo siento, Makoto, pero no puedo estar con alguien como tú así. ─ Abrió la puerta y entró dejándome más solo de lo que jamás había estado en mi vida.

Así de indeciso, así de frágil. 

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A pesar del dolor seguí funcional: Me levantaba, comía cosas sin sabor, iba a trabajar, rendía, y volvía a casa. Una rutina interminable que me permitía mantener algo de cordura, era difícil acostumbrarse a no ir a buscarle, no recibir mensajes o llamadas suyas. 

Ella cocinaba lo más delicioso que hubiese probado en mi vida y ahora lloraba sobre el plato vacío de comida rápida. 

Los días libres eran los más complicados. Trataba de hacer algo, lo que fuera para no pensar en ella. Y ahí fue cuando se me ocurrió realizar la gran estupidez de salir a tomar un café con un compañero del trabajo. Sentados junto al gran ventanal de la cafetería, supe que la suerte jamás estaría de mi lado.

No lo podía creer. Sentí un vacío en mi interior. Incómodo, corrosivo, hambriento.

¿Esta de verdad era ella? ¿Era de quien yo me había enamorado?

Estaba seguro de que sí: Eran los mismos labios carnosos, los mismos rubíes que brillaban bajo unas espesas pestañas, el mismo largo cuello que me gustaba observar cuando se recogía el cabello. Sin embargo, ahora no podía más que pensar que todo había sido mentira. Los cariños. Las risas. Los besos. El amor. Era la misma, riendo y sonriendo tomada del brazo de otro hombre, de anchos hombros y confianza en cada paso que daba.

Todo fue mentira de su parte. No me amaba. Esto. En ningún punto del universo... podría ser amor.

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Satori: Me gusta un hombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora