Capítulo 22

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Annette se reclinaba en la proa, sintiendo el peso de las hadas dormidas debajo de su capa. La monotonía del paisaje comenzaba a marearla. El negro ondeaba en alto mientras las velas estaban hinchadas en su totalidad. En aquel mar de arena, el deslizador se asemejaba a un punto de silencio, interrumpido nada más que por los golpes de timón que Talión daba en la popa.

El pirata a duras penas le había dirigido la palabra desde que comenzaron a navegar, como si el viento del Desierto le hubiese robado las palabras, con excepción de aquella melodía que parecía convertirse en su único idioma.

Me ha visto hacer magia. No lo puedo culpar.

Ella también era un campo de mudez y de miradas furtivas. La indiferencia de Talión no se apoyaba en el miedo; aquel humano estaba lejos de temerle, como si la magia no fuese ajena a él, y aquello la llevó a pensar que, quizá, Talión había visto más de lo que aparentaba en sus viajes.

-¿Talión? -llamó Annette.

El filibustero salió del letargo que le causaba el flamear de las velas y miró a la hechicera como si fuera la primera vez en años.

-¿Cuánto falta para llegar? -preguntó Annette.

-Si el viento continúa así -dijo Talión-, al anochecer. Justo a tiempo para el festival.

-Lo que menos me importa es el festival.

Talión alzó una ceja.

-Lo sé. Quieres encontrar a tu hermano. -Giró el timón para esquivar una duna-. Debe importarte mucho para que recorras medio Zenilius desde Suntaé.

El nombre de su pueblo sonaba como arcilla en la voz de aquel humano.

-Una vez intenté acercarme -continuó Talión-, pero al darme cuenta ya estaba de regreso en Nassau. Fue como si lo hubiese soñado. -Se rascó la barba-. No creerás que me di por vencido, ¿verdad? ¡Ni hablar! Me amarré las botas y volví al País de los Magos, pero en esa ocasión desperté en un islote del Archipiélago. -Su sonrisa picada se extendió hasta las mejillas-. Fania estuvo furiosa por semanas, en especial cuando nos vimos obligados a construir una balsa de cocos que nos llevara de nuevo a casa.

-¿Fania?

-Ah. -El brillo en los ojos de Talión se disipó de inmediato-. Fue parte de mi tripulación.

Annette casi podía escuchar el crujido de la madera hendiendo el corazón del pirata. Está solo. Allí, en la paleta del timón, parecía entregarse a los designios del viento, como si fuese el único en el mundo capaz de entenderlo. Annette estaba a punto de disculparse cuando se le ocurrió una mejor forma de alivianar el tema.

-Defensas mágicas -dijo Annette de repente.

-¿Las qué cosas mágicas? -Talión ladeó el rostro.

- Las defensas mágicas -repitió Annette-. No puedes entrar a Suntaé si no eres un Mago o no tienes permiso de uno. Es por esa razón que te mandaron lejos. -Hizo una pausa-. Es curioso. Jamás supe adónde caían los humanos que intentaban entrar.

Talión lanzó un bufido.

-Qué considerados al enviarme de vuelta al océano -dijo, y acto seguido aseguró la paleta para mantener el rumbo.

Talión caminó por la cubierta y sacó una botella de un compartimiento cerca de la borda. La descorchó con los dientes y tomó un largo sorbo antes de sentarse junto a Annette.

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