Carta a la Reina de las Hadas

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  Estimada Reina:
   He escrito, Reina a Reina, con el propósito de que Usted pueda resolver una angustia que incrementa con el pasar de los días.
   Le he de narrar delicadamente para que acceda a lo que deseo, después de que haya Usted leído mi escrito de súplicas.
   Crecí sin saber que pertenecía a la Realeza. Nunca creí que por mis venas corriera sangre azul Real, pues padecí de una infancia que estuvo llena de escasez.
   Nunca conocí a mis padres, fui criada por una bruja que se compadeció de mí.
   Aquella bruja me cuidaba tanto como a sus ojos, y, testigas de mi gran belleza, las demás brujas me envidiaban pues no me podían poseer para ellas.
   He aquí, que, desgraciadamente, una bruja me maldijo eternamente pero lo disfrazó de bendición, pues dió a conocer que yo era una princesa y que merecía todas las riquezas tanto como si no.
   Pero, nunca debes alegrarte por un favor que te hacen los demás, pues siempre hubo una segunda intención por detrás. Ya que, a pesar de que el actual Rey se enamoró de mí, ha sucedido un horrendo suceso que me aflige, y si usted no me ayuda, me afligirá hasta después de la muerte.
   Dí a luz a un pequeño varón que ahora es Príncipe de Farrel, ¿pero de qué le sirve si está muriendo? Cada día se encuentra más malo, más débil y más cerca del otro mundo.
   Mi pequeño príncipito apenas tiene seis meses de haber nacido. Nadie sabe lo que padece, pero cada vez que su temperatura corporal aumenta y comienza a irse en sí, hemos notado que las vacas dan leche amarga, las cosechas sólo dan frutos podridos y las ratas salen a roerlas.
   ¡Es un ser inocente que está a las puertas de la muerte! Pues en su tierna piel hay agujeros amarillos como si estuviera en estado en putrefacción. ¡Nunca entenderán mi dolor! ¡Mi alma jamás dejará de llorar si Usted no me ayuda urgentemente!
   Si su vida terminaría también la mía terminaría. Y aquella bruja desconocida habría ganado.
   Tengo fe en que Usted se compadecerá de este pobre niño al cual la vida lo tortura sin razón alguna.
   A cambio, le ofreceré mi eterna disposición a lo que usted desee de mi Reino. Si no hace nada, mi Reino morirá junto con mi primogénito.
   Espero su respuesta, con gran fervor y anhelo, mientras me derrumbo en mis propias lágrimas, velando a mi bebé.
   Atentamente:
   Reina Ardith II. de Farrol.

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