Y allí se encontraba Spay. Sentado de frente a la puerta, esperando a que sus familiares vuelvan después de haber permanecido una noche entera en la sala de la casa un tanto modificada. La noche anterior estaba ordenada de una forma muy inusual. Habían sillas en las paredes, un conjunto de arreglos florales, una cruz, entre otros arreglos, pero había una especie de caja en la cual Spay pudo oler a su paseador, hermano de su cuidadora principal, pero también olfateo algunos aromas un tanto inusuales para un organismo vivo, eran completamente desconocidos para él, pero sabía que también había una ausencia de vida en esos aromas. No lo entendía, pero no le gustaba, pues su instinto le decía que esa sería la última vez que sabría algo de él.
Ahora, en el presente día, Spay estaba esperando el regreso de sus familiares, a la vez que el frío del piso de la sala le permitía refrescarse un poco del calor del lugar. Esperar era lo único que podía hacer. De repente la angustia que ya se había devorado sus energías le indujo al sueño, así que se fue a dormir en su pequeño rincón.
Mientras tanto las mujeres, el adolescente y el preinfante cumplían con el protocolo que dictaba seguir un funeral. En el camposanto, el sacerdote hizo las plegarias respectivas, realizó los rezos y pidió a Dios que el alma del fallecido fuese recibida en el Cielo. Las mujeres lloraron, aunque algunas supieron mantener la postura; mientras que el adolescente permaneció en todos los sentidos indiferente a la situación, pero sin dejar de lado la consideración a su tío; y el bebé, Matías miraba sin entender la circunstancia, pero sí podía sentir las emociones. El adolescente, Adriano decidió seguir la corriente del funeral.
Al final, el tío Robert fue enterrado en el camposanto. Su tumba término encima de tres cajones separados por unas láminas de piedra y en el futuro debajo de dos sarcófagos separados del mismo modo. La familia se metió en la carroza de la empresa funeraria para regresar a su hogar dentro de dos horas de tráfico y largas distancias.
Mientras tanto, después de una vagamente reparadora hora de sueño, Spay con los pocos ánimos que tenía decidió ir de nuevo a sala para esperar a sus seres amados, sin embargo, ni bien se paró, su instinto le dijo que unos intrusos estaban por entrar a la residencia de los Salazar, pero había algo raro en ellos, no eran humanos, pero era obvio que eran tres seres, solo que la naturaleza desconocida de estos seres le permitió saber que eran seres de la misma naturaleza, pero a la vez tampoco lo eran. Eran una mezcla rara de lo que se conoce y lo que lo hace desconocido. El instinto le advirtió que ladrar no ayudaría. Lo correcto era rogar no ser encontrado ni detectado, pero una sensación en su ser le hizo saber que las criaturas ya sabían que había un perro, lo cual hizo que estas actuarán de una manera diferente. Ahora, Spay sabía que algo malo iba a pasar, pero el problema era que no había forma de comunicarselo a sus seres amados. Esto era diferente, pero similar a lo que le pasó a los otros Salazar y a Pocha.
El cuerpo de Spay estaba en tal tensión que su corazón, prácticamente estaba chocando con sus costillas. El sudor que estaría presente en un humano fue reemplazado por las ganas de gemir por miedo, ya que esas criaturas desconocidas demostraban ser una amenaza para el bienestar de su hogar, y pena por su paseador ¿Qué le habrá pasado para estar con olores tan preocupantes? Al final la amenaza se disipó, por el momento, sabía que regresarían, pero en una forma distinta.
El cuerpo del can se relajo y se acostó en el piso de la cocina, lugar en donde estaba su cama, sus alimentos y su cama. De nada a la mente del perro entraron una serie de imágenes realmente perturbadoras y crudas sobre el destino de su familia y estas incluían a esos seres: ofidios, arácnidos y miriapodos. No parecían realmente peligrosos, ni siquiera las serpientes, pero las mujeres de la familia gritaban de dolor y pánico, mientras que el adolescente se desesperaba por no poder hacer nada ante el hecho de perder a su madre y tías, incluyendo al bebé de la familia, aunque en menor medida que al resto. Pero todos terminaban del mismo modo. Muertos por esas criaturas, solo que no estaban allí. La apariencia de los cadáveres decía por sí sola que esas criaturas no pudieron haber hecho eso. Era algo completamente diferente. Era como si esas criaturas jamás estuvieron presentes. Y eso fue lo que tenía a Spay tan tenso: la posibilidad de que no podía hacer nada por salvar a quienes amaba. Además, era el único perro del lugar, el barrio en dónde vivía se caracterizaba por una visible ausencia de mascotas, así que no era posible pedir ayuda a miembros de su misma especie o género, capaces de entenderlo y apoyarlo. Las imágenes seguían. El orden de las muertes era muy confuso, pues parecía que fueron sacadas al azar, aunque había algo más que le preocupaba: los lugares de las muertes. Algunas tenían algunos objetos del hogar de los Salazar, lo le hacía pensar a Spay que algunos de esos eventos ocurrían en la casa, por lo tanto se podían prevenir, pero otros ocurrían en espacios desconocidos para el perro. De todas formas la incertidumbre era lo predominante en todas las visiones, pues en todas ellas lo que ocupaba la gran mayoría del espacio eran esos asquerosos seres que querían lastimar a su familia. Spay no podía permitir lo. Pero al final hubo una última imagen la cual lo desmayo: su muerte.
ESTÁS LEYENDO
El Perro
ParanormalSegundo cuento de "Cuentos de terror introductorio a la saga de fantasía Perú oculto". El Perro te cuenta la historia de Spay, un perro mestizo de la familia Salazar y que de algún modo es familiar de Pocha, la gata protagonista del cuento anterior...