032. Un desastre de San Valentín

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Dentro del castillo, la gente parecía más optimista. No había vuelto a haber ataques después del cometido contra Clarissa Stone, y a la señora Pomfrey le encantó anunciar que las mandrágoras se estaban volviendo taciturnas y reservadas, lo que quería decir que rápidamente dejarían atrás la infancia.  Paige poco a poco parecía recobrar su vida normal pensando que quizás el diario solo podría controlarla si estaba en su voluntad permitirlo y eso le daba algo de optimismo.

No podía decirse lo mismo de algunos otros,  quienes no confiaban en que todo estuviera bien,  sobre todo con Harry en el colegio.  Un claro ejemplo era Ernie Macmillan , de Hufflepuff,  quien no creía en su inocencia y afirmaba que él se habia delatado en el club de duelo.  Peeves no era precisamente una ayuda, pues iba por los abarrotados corredores saltando y cantando: «¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido...!», pero ahora además interpretando un baile al ritmo de la canción.

Últimamente,  Paige había decidido retomar su trato con Harry estando pendiente de él como nunca antes lo había hecho,  incluso ya ni le importaba ser muy obvia frente a los demás Slytherin al esperarlo después de las clases de Pociones.  Haría todo para que su plan de quitarle el diario funcionara.

—¡Idiotas sin ceso! —exclamó Paige a Harry una vez que Peeves se hubiese alejado con sus histriónicos cacareos en lo que un grupo de estudiantes de Hufflepuff miraba al Gryffindor con recelo y se alejaban de su paso—. ¡¿Creen acaso que el verdadero heredero se dejaría atrapar en la escena del crimen así como así?!  Hasta el más idiota adivinaria que el heredero debe ser alguien lo suficientemente astuto para no dejar pista,  por Merlín, eso cualquiera lo sabría.

—Bueno,  tampoco es como si les hiciera mucho caso—dijo Harry por su parte sin inmutarse —. Pero gracias por tus observaciones.

—También me puedo ponerme en plan de los Weasley y darte más fama como el heredero,  si quieres.

—No,  muchas gracias.

Gilderoy Lockhart estaba convencido de que era él quien había puesto freno a los ataques. Así le escucharon afirmar ante la profesora McGonagall antes de que Paige se desviara para ir a los Invernaderos.

—No creo que volvamos a tener problemas, Minerva —dijo, guiñando un ojo y dándose golpecitos en la nariz con el dedo, con aire de experto—. Creo que esta vez la cámara ha quedado bien cerrada. Los culpables se han dado cuenta de que en cualquier momento yo podía pillarlos y han sido lo bastante sensatos para detenerse ahora, antes de que cayera sobre ellos... Lo que ahora necesita el colegio es una inyección de moral, ¡para barrer los recuerdos del trimestre anterior! No te digo nada más, pero creo que sé qué es exactamente lo que...

De nuevo se tocó la nariz en prueba de su buen olfato y se alejó con paso decidido en lo que la Slytherin intercambiaba con el Gryffindor una mirada de no estar seguros de qué era lo que planeaba.

También el estar casi pegada como lapa a Harry le permitió poder estar más tiempo del que realmente quería pasar con los de Gryffindor y por ende, más temprano que tarde,  pudo comentarle con todo el tacto del mundo a su hermano Hunter sobre lo de volver a usar los anillos.

—¿Qué?  No es por nada pero según tú no fue una experiencia muy agradable—dijo algo confundido—. ¿Para qué volver a hacerlo?

—Digamos que tengo un asunto pendiente con una de tus amiguitas de Gryffindor y quisiera resolverlo yo misma pero obviamente no puedo ir a la sala común así que...

—¿Por qué no me dices mejor y yo te ayudo a resolverlo?

—Es algo personal.

—Lo dices como si no hubiésemos compartido una vez la ropa interior.

Paige y la Cámara de los Secretos | Harry Potter |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora