El recuerdo de tus ojos

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Tratar de dormir se había convertido en suplicio. Volvió a mirar por quinta vez el reloj de bolsillo que llevaba consigo. «Pasaba de las 11 de la noche», pensó mientras se recriminaba a sí mismo por no lograr tarea tan sencilla. Ya era costumbre ir a la cama bien tarde y levantarse a primera hora de la mañana.

Odiaba estar a solas con sus pensamientos, con sus recuerdos, con aquella soledad que se plantó en su vida un día, enfriando todo su ser y estancando su vida en un pasado que hoy auguraba felicidad.

Intentó todo para conciliar el sueño, nada lograba hacer la tarea de dormir una posibilidad, esta vez no era por la culpa, por la tristeza o por las ganas inmensas de llorar, esta vez era por saberla cerca, tan cerca, que con sólo levantarse y salir podría llegar a ella.

«Estás aquí en mi vida nuevamente pecosa. Has vuelto con tu luz para mitigar las sombras que arropaban mi ser y extinguir con tu sola presencia la amarga soledad de tu pérdida», pensó mientras caminaba aquella habitación, que cuál gato enjaulado con deseos de salir a los brazos de su dueña.

«Estas aquí, tan cerca Candy, me parece que es un sueño, no, no quiero dormir y despertar y no encontrarte.... No quiero simplemente pensar en perderte nuevamente, perderlos....

Tú sólo eres capaz de traer luz a mi vida. El fruto de nuestro amor plasmado en el rostro de un hijo... Candy un hijo nuestro... un hijo de mi pecosa... No puedo dormir, necesito verte!!!

Tengo que decirte todo esto que siento en mi pecho. Estabas tan inalcanzable como extensas son las olas del mar. Te creí perdida, fuera de mi vida y ahora... Ahora estas a pasos.»

Rápidamente se levantó de la cama, se colocó su bata y descalzo comenzó a caminar hacia el pasillo que daba a la recamara de la joven rubia causa de su desvelo. Su corazón temblaba con cada paso que daba, pensarla dormida con su pelo regado cómo aquella única vez que pudo soñar despierto mientras la luz coqueta de la luna bañaba el cuerpo desnuda de la que se acababa de convertir en su mujer. Caminó por el oscuro pasillo silenciosamente, como ladrón por la noche, quien busca obtener un preciado tesoro por su hazaña,

Algo hizo que se detuviera por unos segundos para luego continuar su caminar; la luz de la habitación que fue asignada a su pecosa, estaba encendida, «Ella debe estar despierta», pensó recordando que ellos compartían aquello que nadie jamás entendería.

Con más ánimo caminó hacia la habitación, respiró profundamente y llenándose de valor tocó suavemente la puerta, era un chance que se jugaba, si estaba despierta le escucharía, pero si estaba dormida, cosa que le desilusionaría mucho, ella ni se enteraría que estuvo fuera de su habitación. «Soy patético. Con sólo saber que estas aquí cambias mi vida, con sólo besarte he vuelto a tocar el cielo y ahora quiero más. Te quiero a ti», pensó mientras la espera se le hacia una eternidad.

Al no recibir respuesta rápidamente, colocó su frente en la puerta intentando sofocar todos los sentimientos que su corazón le hacia sentir; un suspiro salió de sus labios y cuándo decidió volver a su habitación, la puerta se abrió. Mil emociones surgieron en su rostro al ver cómo la puerta se abría lentamente.

- No podía dormir - Le dijo él al ver cómo ella le miraba buscando respuesta a su presencia, una suave sonrisa se presentó en el rostro de la joven y él entendió que no le estaba mal su presencia.

- Yo tampoco podía dormir... -miró detenidamente al hombre frente a ella, sonrió y le abrió la puerta para que entrará. Él aceptó la invitación y lentamente procedió, volteó a verla y ella le hizo señales para que se sentarán juntos en la cama, la cual estaba llena de fotos de su hijo y de los últimos años de ambos.

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