8. "Error"

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Mi corazón golpea contra mis costillas con tanta violencia, que mi pecho duele; mis manos temblorosas se aferran con tanta fuerza a Mikhail, que temo estar haciéndole daño; mi boca —ávida y necesitada— no deja de besarle con urgencia y el lazo que me une a él no deja de tirar con fuerza.

La sangre zumba en mis venas, mi pulso late detrás de mis orejas y quiero fundirme en él. Quiero acabar con este resentimiento, con estas dudas que no me dejan ni a sol ni a sombra. Quiero, por primera vez en mucho tiempo, bajar la guardia porque ya no puedo más. Porque ya no puedo soportar la idea de seguir dudando de todo aquel que me rodea.

Un sonido gutural escapa de la garganta de Mikhail cuando una de mis manos se posa en su nuca y las hebras alborotadas de su cabello oscuro se enredan entre mis dedos. Entonces, uno de sus brazos se envuelve alrededor de mi cintura y me atrae hacia él. El dolor estalla en mi espalda en ese momento, pero trato de ignorarlo. Trato de empujarlo lejos, porque esto..., su beso..., eclipsa absolutamente todo lo demás. Porque todo aquello que había intentado negarme a mí misma está aquí, llenándome el alma por completo. Alimentando aquella esperanza que ni siquiera sabía que albergaba en mi corazón.

Otra cosa es susurrada contra mis labios cuando el chico frente a mí se aparta un poco; sin embargo, el sonido de su voz se apaga cuando vuelve a besarme con urgencia.


En ese momento, el sonido de la puerta siendo abierta lo irrumpe todo y hace que Mikhail se aparte de mí a toda velocidad. Yo, en el proceso, doy un respingo en mi lugar y bajo la mirada para que, quien sea que haya entrado a la habitación sin llamar, sea incapaz de verme la cara.

—Creí que Bess necesitaría un poco de ayuda para controlar tu temperamento de mierda, Miguel —la voz de Rael llena mis oídos y cierro los ojos con fuerza, al tiempo que siento cómo mi rostro se calienta—, pero creo que la he subestimado. Lo tiene todo bajo control.

—¿Qué es lo que quieres, Rael? —Mikhail suelta. Trata de sonar severo, pero la vergüenza que tiñe su voz delata que se encuentra tan azorado como yo.

La garganta de Rael se aclara en ese momento y lo miro de reojo justo a tiempo para verlo esbozar una sonrisa taimada.

—Puedo venir en otro momento si así lo desea, comandante —dice con socarronería. No me pasa desapercibida la burla con la que pronuncia la palabra «comandante», y, muy a mi pesar, una sonrisa abochornada tira de las comisuras de mis labios.

—Rael... —el tono de Mikhail destila advertencia.

—¡Bueno! ¡Bueno! ¡Ya! —el ángel se apresura a decir, al tiempo que trata de recomponer el gesto—. ¿Podemos hablar en privado un segundo? Tenemos una situación por aquí.

—Puedes hablarlo aquí —Mikhail, deliberadamente, aparta sus manos lejos de mí y, de pronto, me siento abandonada.

Rael lanza una fugaz mirada en mi dirección.

—Realmente preferiría que lo hablásemos en privado —dice y el tono que utiliza no hace más que encender la alarma en mi sistema.

—¿Ocurre algo? —inquiero. La culpabilidad que había empezado a evaporarse, se solidifica poco a poco. Se arraiga en mi interior y se enreda en mis huesos.

—No —Rael se apresura a decir, pero no da más explicaciones al respecto. Se limita a dirigirse a Mikhail para añadir—: ¿Vamos a afuera?

El intercambio que tienen con la mirada no hace más que colocar un nudo de ansiedad en la boca de mi estómago, pero, cuando la criatura delante de mí me observa, lo único que soy capaz de encontrarme, es una máscara de serenidad.

PANDEMONIUM © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora