7. "Rendición"

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El camino de regreso pasa como un borrón en mi memoria. Como un espacio de tiempo perdido, del que solo soy capaz de recordar el viento helado golpeándome el cuerpo de lleno. Del que lo único que soy capaz de traer a la superficie, es el dolor y la languidez de mis extremidades.

Cuando Mikhail aterriza frente a la entrada principal de la casa de las brujas, soy un poco más consciente de mí misma, pero aún me siento aletargada cuando sube los escalones del pórtico y le ordena a alguien que abra la puerta.

Una pequeña conmoción nos recibe en el instante en el que nos adentramos en la estancia. Soy capaz de escuchar las voces angustiadas de Dinorah y Zianya en el proceso, pero estas se difuminan cuando, sin ceremonia alguna, Mikhail se encamina al piso superior conmigo en brazos.

Escucho cómo Dinorah pregunta por Axel y cómo Niara responde algo que no soy capaz de entender. Escucho como Zianya suelta un montón de improperios enojados y como la criatura que me lleva en brazos dice algo acerca de alguien ardiendo en fiebre; pero me siento tan ajena a todo lo que me rodea, que apenas soy capaz de poner atención a lo que dice. Tengo mucho frío. Tanto, que pequeños espasmos me recorren el cuerpo cada pocos segundos. Tanto, que mis dientes castañean ligeramente y mis manos tiemblan.

Apenas soy consciente de lo que pasa a mí alrededor. Apenas soy consciente de que Mikhail no se dirige a mi habitación una vez que nos encontramos en el piso superior, sino al baño. Alguien nos sigue de cerca. Alguien que se ha adelantado unos pasos y se ha adentrado en el reducido espacio y ha abierto la llave del agua.

El frío que siento para ese momento es tanto, que tiemblo de pies a cabeza y tirito y me estremezco como animal moribundo. Entonces, soy introducida en el agua de la tina. Un grito ahogado escapa de mis labios cuando noto la frialdad del agua y lucho para salir de ella. Lucho porque estoy congelándome y acaban de introducirme en una tina llena de líquido helado.

Unas manos firmes me sostienen en mi lugar y la impotencia me tiñe las mejillas de lágrimas. Me llena la garganta de sollozos quedos y frustrados.

Un poco de agua fría es dejada caer sobre mi cabeza y me remuevo ante ella. Trato de apartarme porque estoy muriéndome del frío.

Llanto desesperado escapa de mis ojos sin que pueda evitarlo y pregunto por mi madre. Le pido a la nada que me la traiga de regreso, porque le necesito. Porque, ahora más que nunca me siento tan indefensa, que no puedo dejar de clamar y sollozar por ella.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que me saquen de la tina, pero, cuando lo hacen, el alivio es inmediato. Alguien me cubre con una toalla, pero de todos modos estilo agua cuando soy sentada sobre la taza del baño.

Una toalla seca cae sobre mi cabeza y me frotan el cabello para secarlo.

—Yo me encargo —la voz de Dinorah llena mis oídos y las manos que antes me secaban se alejan de mí y son reemplazadas por unas más suaves. Más débiles.

El sonido de la puerta siendo cerrada me llena los oídos y, entonces, soy despojada de la sudadera empapada que me cubre. Acto seguido las manos de Dinorah me ponen de pie y me ayudan a quitarme el pantalón de chándal y los zapatos deportivos que también llevo puestos.

Mi ropa interior es lo último que me abandona el cuerpo y me siento expuesta en el instante en el que el material cae al suelo mojado.

El letargo y el aturdimiento han aminorado un poco y ahora, un poco más consciente de mí misma y sin los temblores que me invadían, soy capaz de tomar la toalla entre los dedos para secarme por mi cuenta.

PANDEMONIUM © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora