1. "Panorama"

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Durante un doloroso instante, no puedo ver nada.

Soy cegada por una luz que parece inundar cada espacio, cada diminuto recoveco del lugar en el que me encuentro, y tengo que parpadear varias veces para acostumbrarme a ella. Cuando finalmente soy capaz de ver algo, me doy cuenta de que, en realidad, la luz no viene de algún punto en específico, sino que este lugar es la luz. Este inmenso y abrumador lugar que no tiene inicio o fin y que no es otra cosa más que un lugar blanco en su totalidad. Uno en el que no hay suelo, pero soy capaz de mantenerme en pie; en el que no hay paredes, ni sonidos, ni otra cosa más que absoluta y total... nada.

No hay otro modo en el que pueda describirlo: se siente como si habitase en la nada. Como si el mundo entero fuera esta vasta extensión de silencio y soledad.

Mi vista barre por todo el espacio y giro sobre mi eje solo para comprobar que me encuentro absolutamente sola y, justo cuando vuelvo a mi posición inicial, me percato del punto oscuro que ha aparecido en la lejanía.

Mi estómago cae en picada en el instante en el que lo hago y los vellos de mi nuca se erizan. De alguna manera que esa pequeña figura, no pertenece aquí. Sé que no debería estar en este lugar.

Mi ceño se frunce ligeramente, al tiempo que entorno los ojos para intentar enfocar a lo que sea que se ha aparecido allá, a —lo que parecen— muchos metros de distancia de donde me encuentro.

—¿Hola? —el eco de mi voz reverbera en todo el espacio y regresa a mí con fuerza, como si hubiese rebotado en todos los rincones del gigantesco lugar para llegar a mí de nuevo.

Doy un paso.

El suelo helado me llena las plantas de los pies descalzos y me sobresalta la sensación. De cualquier modo, me obligo a tragarme la sorpresa y me paro sobre mis puntas antes de dar un paso más.

—¿Quién anda ahí? —digo, al tiempo que trato de acortar la distancia inmensa que me separa del bulto oscuro.

Un pequeño toque en mi hombro hace que me gire con brusquedad para encarar a quien sea que me ha tocado, pero, cuando lo hago, no soy capaz de ver a nadie.

«¿Qué demonios...?».

Una punzada de ansiedad se asienta en mi estómago, pero me las arreglo para empujarla lejos antes de girarme sobre los talones para volver a encarar la figura lejana. En el instante en el que lo hago, la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies.

La silueta ha desaparecido.

—Tú no tienes la culpa de nada, ¿sabes? —la voz que susurra en mi oído hace que los vellos de mi nuca se ericen del horror y giro una vez más solo para encontrarme de lleno con un rostro familiar.

La piel morena de la chica delante de mí y su cabello rizado y alborotado no hacen más que poner un nudo en mi garganta.

Daialee... —mi voz es apenas un susurro aliviado. Un murmullo anhelante.

La chica sonríe.

—Bess, todo estará bien —me dice en tono apacible y el nudo en mi tráquea se aprieta.

—Daialee, ¿cómo...? —no puedo terminar la oración. No puedo hacer otra cosa más que sentir cómo mis ojos se llenan de lágrimas y cómo el nudo de culpabilidad que no ha desaparecido de mi pecho desde que ella se marchó, aprieta con violencia.

Ella me guiña un ojo.

—Tienes que confiar —dice—. Todo estará bien.

Quiero arrodillarme ante ella y pedirle perdón. Quiero cerrar mis brazos sobre su cuerpo e implorarle que me disculpe por toda la destrucción que traje a su vida; pero, justo cuando trato de dar un paso para abrazarla, desaparece.

PANDEMONIUM © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora