VI. Del Caballero y el Dragón.

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El brazo recto, alineado con el cuerpo, todos los músculos tensos y duros. Al final del brazo la muñeca, que empuñaba mi mano. Firme, estoica y encajada, como la mandíbula de un lobo en la garganta de un ciervo que se desangra. Cinco dedos brotaban de mi mano: cuatro hacia un lado y el pulgar, solitario y capaz, hacia el opuesto. Todos formando una poderosa tenaza dispuesta a partir esa garganta.

Sus ojos de reptil, fríos y oscuros miraban hacia mí, mientras movía la cabeza frenéticamente. No dejaba de intentar morderme con sus agudos colmillos embreados en una espesa saliva ponzoñosa. De su nariz emanaba un gas caliente y húmedo. Su garganta ardía también, a decir verdad todo su cuerpo lo hacía. Las alas las batía vehementemente, nublándolo todo con un polvo rojizo y escamas. Y con la cola fustigaba la roca desnuda y la tierra salpicada de sangre.

Mi armadura de acero templado y bronce me protegía, había sido fiel a mi en tantas batallas y ahora una vez mas me apartaba de mi destino. Las garras del monstruo chocaban contra el metal de mi yelmo, elevando centellas fugaces y chillidos de chotacabras. La bestia con su fuego griego había fundido mi escudo, dejándome a merced de un pequeño puñal y de mi pica, que yacía a mi lado. Era una gran lanza, había hecho sangrar al mas fuerte y defendido al más débil, pero para mi desgracia no podía hacer frente a las placas que envolvían al dragón.

Mi rival era una vorágine de poder y caos y yo empezaba a fatigarme, así que tuve que pensar una manera de darle muerte lo antes posible. Y entonces lo vi claro. Desenvainé el puñal argénteo de mi muslo y se lo clavé en el cielo de la boca. El dragón rugió, y resonó como un trueno entre las montañas. Sus fauces quedaron abiertas de par en par, con el cuchillo haciendo de travesaño. Entonces vi una luz al final de su lengua y le solté el cuello para zafarme de la tormenta de fuego que se avecinaba. Rodé por el suelo, aprovechando para recuperar mi pica, mientras el aliento magmático del reptil fundía la tierra donde aún estaba mi sombra. Me incorporé en segundos y corriendo hacia mi peor pesadilla salté para lanzar mi mejor estocada. Le rompí dos dientes, le partí la lengua, y como Longinus¹ atravesé la carne de esa deidad, hundiendo la lanza hasta atravesarle la cabeza.

El silencio dictó sentencia, reinó la quietud, y el polvo se posó mientras yo veía al imponente dragón, inmóvil, sin vida, con una lengua de plata que chorreaba carmín sobre mis manos. Solté la lanza, aflojando poco a poco la presión de mis dedos. El cuerpo, ya inerte, cayó de costado interrumpiendo la calma con un último estruendo.


¹San Longinus o Longino de Cesarea fue el soldado romano que traspasó el costado del cuerpo de Jesucristo  con su lanza; conocida como La Santa Lanza

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¹San Longinus o Longino de Cesarea fue el soldado romano que traspasó el costado del cuerpo de Jesucristo  con su lanza; conocida como La Santa Lanza.

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⏰ Última actualización: Nov 27, 2018 ⏰

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