Parte II

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Despertó por los golpes en la puerta que dejaba su mucama. Eran insistentes y le costó un par de segundos ver en donde se encontraba. El resplandor del color rojo intenso de su cuarto lo recibió con el sol que recién comenzaba a salir y que a penas pegaba directo por la ventana y suspiró estirándose.

— Señor May, ya son las seis de la mañana, el desayuno está listo—. La voz de su empleada llegó a sus oidos y rodó los ojos, seguía sin comprender la razón por la cual Anita se empeñaba en seguir tratandolo de señor cuando se conocían hace más de cinco años y habían compartido tantos momentos que ya prácticamente eran amigos.

— En un momento bajo —. Respondió para luego respirar profundo y pararse sonando todos sus huesos de su espalda.

El día que lo esperaba en las oficinas iba a resultar realmente pesado. Tenía casi más de tres reuniones con gente de negocios, por justamente negocios que no le importaban en lo más mínimo.

Brian odiaba el trabajo que tenía, pero nunca había hecho nada por renunciar por el simple motivo que era una compañía familiar de años, y que cuando su padre murió en un accidente de autos hace ya medio año, quedó en sus manos, y no podía hacer absolutamente nada por dejarlo sin decepcionar a su madre y al resto de su familia.

Simplemente era un peso que le había quedado de herencia y con el cual tenía que convivir.

Por eso, a los 25 años de edad, Brian May era reconocido como uno de los empresarios más jóvenes y multimillonarios del mundo.

Bajó a desayunar mientras tomaba su móvil y lo revisaba rápidamente en busca de su agenda personal. No había nada que no recordase sobre lo que tenía que hacer, pero prefería chequearlo por las dudas.

Tomó el desayuno que le había preparado Anita con tranquilidad y se despidió de ella colocándole un beso extremadamente ruidoso en sus cachetes, recibiendo un golpe en el brazo como respuesta.

El tráfico de ese día era lento y para ser las siete menos diez de la mañana estaba más fastidiado de lo que realmente pudiera hacerle bien a la salud. La primer reunión comenzaba a las siete y cuarenta y cinco y ni en el mejor de los casos llegaría a tiempo.

Llegó a la oficina a las ocho en punto y sin saludar ni siquiera a Jane Austen, su secretaria, se dirigió a la sala de reuniones preparando un discurso mental sobre el perdón del retraso, una queja hacia el gobierno y lo mal que tenían las calles, y el desastre de energía que causaba la nueva planta de energía hidráulica que quedaba a unos metros de la suya.

Sinceramente, hubiera esperado que aquella reunión le resultase tremendamente aburrida y casi sin sentido, porque sabía que todos aquellos representantes estaban dispuestos a aceptar cualquier contrato con cualquier cláusula que el propusiera, pero se llevó la grata sorpresa que al entrar, en vez de encontrarse con Arthur Deacon, representante de una mini empresa de automotores, se encontró con John, su hijo, y gran amigo de su adolescencia.

La reunión le resultó amena, todos los gerentes de los diferentes posibles negocios ni hacían más que asentir y festejar cada una de sus propuestas, así que casi a las nueve y media de la mañana ya había firmado alrededor de siete contratos a largo plazo de inversión donde él salía ganando más que el resto.

Cuando finalizó, John esperó a que los demás se retirasen y se acercó a él. No lo veía hace meses, podía jurar que la última vez que lo vio fue en el funeral de su padre, cosa que no era muy agradable de recordar.

— ¿Como estás, tío? — Dejó escapar de sus labios para luego darle un cálido abrazo que casi lo desarma.

— Bien, un poco cansado de todo esto — John asintió, entendía lo que conllevaba para Brian ser el dueño de una multinacional de un día para otro y el estrés que eso cargaba—, pero ya sabes, estoy luchando por resistir—. Dejó escapar un par de carcajadas secas que Deacon acompañó amenamente, seguida de una pseudo charla de negocios y de viejos amigos.

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⏰ Última actualización: Dec 04, 2018 ⏰

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