Victoria se hallaba frustrada. Todo el esfuerzo que había puesto en su conjuro no sirvió de nada, al contrario, su codicia arruinó su única fuente de entretención.
Las horas pasaban y Victoria no encontraba una solución. Ningún embrujo conocido servía para revertir la situación. Se encontraba sola, atrapada y, lo que es peor, sin las preciadas historias que su corazón ambicionó vivir.
Se cruzó de brazos y se sentó en el suelo, apunto de hacer un berrinche por su desafortunada decisión. Sin embargo, ruidos provenientes del exterior dieron por terminada la rabieta antes de haberla comenzado.
Entonces lo pensó con claridad, era seguro que los seres humanos no se quedarían de brazos cruzados viendo un edificio tan enorme flotar en medio de la ciudad. Buscarían la manera de intervenir.
—Si no tengo historias, voy a tener escritores —susurró.