CAPÍTULO 4.

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Encontrar en el siglo dieciséis a una mujer en este estado mental eraevidentemente imposible. Basta pensar en las tumbas isabelinas, con todosaquellos niños arrodillados con las manos juntas, y en sus muertes prematuras,y ver sus casas con aquellas habitaciones oscuras y estrechas para comprenderque ninguna mujer hubiera podido escribir poesía en aquellos tiempos. Pero sícabía esperar que algo más tarde, alguna gran dama aprovechara su relativalibertad y confort para publicar alguna cosa en su nombre, arriesgándose a quela tomaran por un monstruo. Los hombres, naturalmente, no son esnobs,continué, evitando con cuidado el «feminismo acabado» de Miss Rebecca West,pero por lo general acogen con simpatía los intentos poéticos de una condesa.Ya se supone que una dama con título se vería más alentada de lo que sehubiera visto en aquella época una Miss Austen o una Miss Brontë,desconocidas de todos. Pero también cabe suponer que debieron de perturbarsu mente emociones impropias como el temor o el odio y que huellas de estasperturbaciones deben de advertirse en sus poemas. Aquí tenemos a LadyWinchilsea, por ejemplo, pensé, tomando el libro de sus poemas. Nació en elaño 1661; era noble tanto de cuna como por su mVirginia Woolf Una habitación propia44The hopes to thrive can ne'er outweigh the fears.14Claramente, su mente dista de «haber consumido todos los obstáculos yhaberse vuelto incandescente». Al contrario, toda clase de odios y motivos dequeja la hostigan y la perturban. Ve a la especie humana dividida en dosbandos. Los hombres son la «facción de la oposición»; odia a los hombres y lesteme porque tienen el poder de impedirle hacer lo que quiere, que es escribir.Alas! a woman that attempts the pen,Such a presumptuous creature is esteemed,The fault can by no virtue be redeemed.They tell us we mistake our sex and way;Good breeding, fashion, dancing, dressing, play,Are the accomplishments we should desire;To write, or read, or think, or to inquire,Would cloud our beauty, and exhaust our time,And interrupt the conquests of our prime,Whilst the dull manage of a servile houseIs held by some our utmost art and use.15Tiene que animarse a escribir suponiendo que lo que escribe nunca sepublicará, apaciguar su espíritu con el triste canto:To some few friends, and to thy sorrows sing,For groves of laurel thou wert never meant;Be dark enough thy shades, and be thou there content.16Y sin embargo es evidente que si hubiese podido liberar su mente del odioy del miedo y no hubiese acumulado en ella la amargura y el resentimiento, elfuego ardería con calor dentro de ella. De vez en cuando brotan palabras depoesía pura:14 ¡Qué bajo hemos caído!, caído por reglas injustas, necias por Educación más que porNaturaleza; privadas de todos los progresos de la mente; se espera que carezcamos de interés, aello se nos destina; y si una sobresale de las demás, con fantasía más cálida y por la ambiciónempujada, tan fuerte sigue siendo la facción de la oposición que las esperanzas de éxito nuncasuperan los temores.15 Ay, a la mujer que prueba la pluma se la considera una criatura tan presuntuosa queninguna virtud puede redimir su falta. Nos equivocamos de sexo, nos dicen, de modo de ser; laurbanidad, la moda, la danza, el bien vestir, los juegos son las realizaciones que nos debengustar; escribir, leer, pensar o estudiar nublarían nuestra belleza, nos harían perder el tiempo einterrumpir las conquistas de nuestro apogeo, mientras que la aburrida administración de unacasa con criados algunos la consideran nuestro máximo arte y uso.16 Canta para algunos amigos y para tus penas, no has sido destinada a los arbustos delaurel; sean oscuras tus sombras y vive feliz en ellas. Virginia Woolf Una habitación propia45Nor will in fading silks compose,Faintly the inimitable rose.17Mr. Murry las alaba con razón y Pope, se cree, recordó y se apropió de estasotras:Now the jonquille o'ercomes the feeble brain;We faint beneath the aromatic pain.18Es una lástima tremenda que una mujer capaz de escribir así, con unamente que la naturaleza hacía vibrar y dada a la reflexión, se viera empujada ala cólera y la amargura. Pero ¿cómo hubiera podido evitarlo?, me pregunté,imaginando las burlas y las risas, las alabanzas de los aduladores, elescepticismo del poeta profesional. Debió de encerrarse en una habitación en elcampo para escribir, desgarrada por la amargura y los escrúpulos, aunque sumarido era la bondad en persona y su vida matrimonial una perfección. Digo«debió de», pues si se trata de encontrar datos sobre Lady Winchilsea, resulta,como de costumbre, que no se sabe casi nada de ella. Padeció terriblemelancolía, cosa que nos podemos explicar al menos en parte, cuando noscuenta cómo, presa de ella, imaginabaMy lines decried, and my employment thoughtAn useless folly or presumptuous fault.19Esta ocupación que la gente censuraba no parece haber sido más que lainofensiva actividad de vagabundear por los campos y soñar:My hand delights to trace unusual things,And deviates from the known and common way,Nor will in fading silks compose,Faintly the inimitable rose.20Naturalmente, si ésta era su costumbre y su felicidad, ya podía esperar quese burlarían de ella; y, en efecto, Pope o Gay parece haberla satirizadollamándola «una marisabidilla con la manía de garabatear». Según parece, ella asu vez ofendió a Gay burlándose de él. Su Trivia, dijo, mostraba que era «másapto a andar delante de una silla de manos que a viajar en una». Pero todo estono son más que «chismorreos dudosos» y, según Mr. Murry, «sin interés». Pero17 Y no compondré con sedas descoloridas, pálidamente, la rosa inimitable.18 Ahora el junquillo vence el débil cerebro; nos desmayamos bajo el aromático dolor.19 Mis versos desacreditados y mi ocupación considerada una locura inútil o unapresunción culpable.20 Mi mano se deleita en trazar cosas inusuales y se aparta del camino conocido y común yno compondré con sedas descoloridas, pálidamente, la rosa inimitable. Virginia Woolf Una habitación propia46en lo segundo no estoy de acuerdo con él, pues a mí me hubiera gustado poderleer todavía más chismorreos dudosos para obtener o forjarme una imagen deesta melancólica dama que se deleitaba vagabundeando por los campos ypensando en cosas inusuales y que de modo tan tajante e insensato desdeñó «laaburrida administración de una casa con criados». Pero no supo concentrarse,dice Mr. Murry. Invadieron su talento las malas hierbas y lo cercaron los rosalessilvestres. No tuvo ocasión de manifestarse como el don notable, distinguidoque era. Y así, poniendo de nuevo su libro en el estante, me volví hacia aquellaotra dama, la duquesa que Lamb amó, la vivaz, caprichosa Margaret ofNewcastle, mayor que ella, pero de su tiempo. Eran muy distintas, pero hayentre ellas puntos de semejanza: ambas eran nobles, ninguna de las dos tuvohijos y ambas contaban con excelentes maridos. En ambas ardió la mismapasión por la poesía y cuanto ambas escribieron está deformado y desfiguradopor las mismas causas. Abrid el libro de la duquesa y hallaréis la mismaexplosión de cólera: «Las mujeres viven como Murciélagos o Búhos, trabajancomo Bestias y mueren como Gusanos...» También Margaret hubiera podido seruna poetisa; en nuestros tiempos toda aquella actividad hubiera hecho girar unarueda de alguna clase. En los suyos, ¿qué hubiera podido constreñir, amaestrar,o civilizar para uso humano aquella inteligencia indómita, generosa, sin guía?Brotó desordenadamente, en torrentes de rima y prosa, de poesía y filosofía,hoy congelados en cuartillas y folios que nadie lee. Le hubieran tenido queponer un microscopio en la mano. Le hubieran tenido que enseñar a mirar lasestrellas y razonar científicamente. La soledad y la libertad le hicieron perder larazón. Nadie la controló. Nadie la instruyó. Los profesores la adulaban. En laCorte se burlaban de ella. Sir Egerton Brydges se quejaba de su tosquedad,«impropia de una hembra de alto rango educada en la Corte». Se encerró solaen Welbeck.¡Qué espectáculo de soledad y rebelión ofrece el pensamiento de MargaretCavendish! Parece como si un pepino gigante hubiera invadido las rosas y losclaveles del jardín y los hubiera ahogado. Es una lástima que la mujer queescribió: «Las mujeres mejor educadas son aquellas cuya mente es másrefinada» perdiera el tiempo garabateando tonterías y hundiéndose cada vezmás en la oscuridad y la locura, hasta el punto que la gente se agrupabaalrededor de su carroza cuando salía. Naturalmente, la loca duquesa seconvirtió en el coco con que se asustaba a las chicas inteligentes. Por ejemplo,recordé, volviendo a poner a la duquesa en el estante y abriendo las cartas deDorothy Osborne, aquí estaba Dorothy escribiendo a Temple sobre un nuevolibro de la duquesa. «No cabe duda de que la pobre mujer está un pocotrastornada, si no, no caería en la ridiculez de aventurarse a escribir libros, y enverso además. Aunque me pasara semanas sin dormir no llegaría yo a hacer talcosa.»Y así, puesto que las mujeres sensatas y modestas no podían escribir libros,Dorothy, que era sensible y melancólica, el polo opuesto de la duquesa en Virginia Woolf Una habitación propia47temperamento, no escribió nada. Las cartas no contaban. Una mujer podíaescribir cartas sentada a la cabecera de su padre enfermo. Podía escribirlas juntoal fuego mientras los hombres charlaban sin estorbarles. Lo extraño, penséhojeando las cartas de Dorothy, es el talento que tenía esta muchacha inculta ysolitaria para componer frases, evocar escenas. Escuchadla:«Después de comer nos sentamos y charlamos hasta que se toca el tema deMr. B y entonces me voy. Las horas calurosas las paso leyendo o trabajando, yallá a las seis o las siete salgo a pasear por unos prados que hay junto a la casa ydonde muchas mozuelas que guardan corderos y vacas se sientan a la sombra acantar baladas. Voy hacia ellas y comparo su voz y su belleza con las de lasantiguas pastoras sobre las que he leído cosas y encuentro una gran diferencia,pero creo sinceramente que éstas son tan inocentes como pudieron serloaquéllas. Hablo con ellas y me entero de que para ser las muchachas más felicesdel mundo sólo necesitan saber que lo son. Muy a menudo, mientrasconversamos, una de ellas mira a su alrededor y ve que sus vacas se meten en elcampo de trigo y todas ellas echan a correr como si tuvieran alas en los talones.Yo, que no soy tan ágil, me quedo atrás y cuando las veo llevar su ganado acasa, pienso que va siendo hora de retirarme también. Después de cenar me voyal jardín o al borde de un riachuelo que pasa cerca y allí me siento y deseo queestés conmigo...»Juraría que había en ella tela de escritora. Pero «aunque se pasara dossemanas sin dormir no llegaría ella a hacer tal cosa». El que una mujer conmucho talento para la pluma hubiera llegado a convencerse de que escribir unlibro era una ridiculez y hasta una señal de perturbación mental, permite medirla oposición que flotaba en el aire a la idea de que una mujer escribiera. Y asíllegamos, proseguí, volviendo a colocar en el estante las cartas de DorothyOsborne, a Aphra Behn.Y con Mrs. Behn doblamos una vuelta muy importante del camino.Dejamos atrás, encerradas en sus parques, en medio de sus cuartillas, a estasgrandes damas solitarias que escribieron sin auditorio ni crítica, para su propiodeleite. Llegamos a la ciudad y nos mezclamos en las calles con la gentecorriente. Mrs. Behn era una mujer de la clase media con todas las virtudesplebeyas de humor, vitalidad y coraje, una mujer obligada por la muerte de sumarido y algunos infortunios personales a ganarse la vida con su ingenio. Tuvoque trabajar con los hombres en pie de igualdad. Logró, trabajando mucho,ganar bastante para vivir. Este hecho sobrepasa en importancia cuanto escribió,hasta su espléndido «Mil mártires he hecho» o «Sentado estaba el amor enfantástico triunfo», porque de entonces data la libertad de la mente, o mejordicho, la posibilidad de que, con el tiempo, la mente llegue a ser libre de escribirlo que quiera. Porque ahora que Aphra Behn lo había hecho, las jóvenes podíanir y decir a sus padres: «No necesitáis darme dinero, puedo ganarlo con mipluma.» Naturalmente, durante años, la respuesta fue: «Sí, llevando la vida deAphra Behn. ¡Mejor la muerte!» Y la puerta se cerraba más de prisa que nunca. Virginia Woolf Una habitación propia48Este tema de interés profundo, el valor que le dan los hombres a la castidadfemenina y su efecto sobre la educación de las mujeres, se ofrece aquí a ladiscusión y sin duda podría ser la base de un libro interesante si a algunaestudiante de Girton o Newham le interesara la empresa. Lady Dudley, sentadacubierta de diamantes entre los mosquitos de un páramo escocés, podría figuraren la portada. Lord Dudley, dijo The Times el otro día cuando murió LadyDudley, «hombre de gustos refinados y realizador de importantes obras, erabenevolente y generoso, pero caprichosamente despótico. Insistía en que sumujer vistiera siempre traje largo, hasta en el pabellón de caza más escondidode los Highlands; la cubrió de hermosas joyas», etcétera, «le dio cuanto quiso,salvo el menor grado de responsabilidad». Luego Lord Dudley tuvo un ataquey ella le cuidó y de ahí en adelante administró sus propiedades con supremacompetencia.Pero volvamos a lo que nos ocupa. Aphra Behn probó que era posible ganardinero escribiendo, mediante el sacrificio quizá de algunas cualidadesagradables; y así, poco a poco, el escribir dejó de ser señal de locura yperturbación mental y adquirió importancia práctica. Podía morirse el marido oalgún desastre podía sobrecoger a la familia. Al ir avanzando el siglo dieciocho,cientos de mujeres se pusieron a aumentar sus alfileres o a ayudar a sus familiasapuradas haciendo traducciones o escribiendo innumerables novelas malas queno han llegado siquiera a incluirse en los libros de texto, pero que todavíapueden encontrarse en los puestos de libros de lance de Charing Cross Road. Laextrema actividad mental que se produjo entre las mujeres a finales del siglodieciocho -las charlas y reuniones, los ensayos sobre Shakespeare, latraducción de los clásicos- se basaba en el sólido hecho de que las mujerespodían ganar dinero escribiendo. El dinero dignifica lo que es frívolo si no estápagado. Quizá seguía estando de moda burlarse de las «marisabidillas con lamanía de garabatear», pero no se podía negar que podían poner dinero en sumonedero. Así, pues, a finales del siglo dieciocho se produjo un cambio que yo,si volviera a escribir la Historia, trataría más extensamente y consideraría másimportante que las Cruzadas o las Guerras de las Rosas. La mujer de la clasemedia empezó a escribir. Porque si Orgullo y prejuicio tiene alguna importancia,si Middlemarch y Cumbres borrascosas tienen alguna importancia, entonces tienemás importancia que lo que es posible demostrar en un discurso de una hora elhecho de que las mujeres en general, no sólo la aristócrata solitaria encerrada ensu casa de campo, se pusieran a escribir. Sin estas predecesoras, ni Jane Austen,ni las Brontë, ni George Eliot hubieran podido escribir, del mismo modo queShakespeare no hubiera podido escribir sin Marlowe, ni Marlowe sin Chaucer,ni Chaucer sin aquellos poetas olvidados que pavimentaron el camino ydomaron el salvajismo natural de la lengua. Porque las obras maestras no sonrealizaciones individuales y solitarias; son el resultado de muchos años depensamiento común, de modo que a través de la voz individual habla laexperiencia de la masa. Jane Austen hubiera debido colocar una corona sobre la Virginia Woolf Una habitación propia49tumba de Fanny Burney, y George Eliot rendir homenaje a la robusta sombra deEliza Carter, la valiente anciana que ató una campana a la cabecera de su camapara poder despertarse temprano y estudiar griego. Todas las mujeres juntasdeberían echar flores sobre la tumba de Aphra Behn, que se encuentra,escandalosa pero justamente, en Westminster Abbey, porque fue ella quienconquistó para ellas el derecho de decir lo que les parezca. Es gracias a ella -pese a su fama algo dudosa y su inclinación al amor- que no resulta del todoabsurdo que yo os diga esta tarde: «Ganad quinientas libras al año con vuestrainteligencia.»Llegamos pues a los comienzos del siglo diecinueve. Y por primera vezhallé estantes enteros de libros escritos por mujeres. Pero ¿por qué eran todos,salvo muy pocas excepciones, novelas?, no pude dejar de preguntarme,recorriéndolos con los ojos. El impulso original era hacia la poesía. El «jefesupremo de la canción» era una poetisa. Tanto en Francia como en Inglaterra laspoetisas preceden a las novelistas. Además, pensé, mirando los cuatro nombresfamosos, ¿qué tenía George Eliot en común con Emily Brontë? ¿No es acasosabido que Charlotte Brontë no entendió en absoluto a Jane Austen? Salvo porel hecho, sin duda importante, de que ninguna de ellas tuvo hijos, no hubieranpodido reunirse en una habitación cuatro personajes más incongruentes, hastael punto que siente uno la tentación de inventar una reunión y un diálogo entreellas. Sin embargo, alguna fuerza extraña las empujó a todas, cuandoescribieron, a escribir novelas. ¿Tenía esto algo que ver con ser de la clasemedia, me pregunté, y con el hecho, que Miss Davies debía demostrar tanbrillantemente algo más tarde, de que a principios del siglo diecinueve lasfamilias de la clase media no contaban más que con una sola sala de estar,común a todos los miembros de la familia? Una mujer que escribía tenía quehacerlo en la sala de estar común. Y, como lamentó con tanta vehemencia MissNightingale, «las mujeres nunca disponían de media hora... que pudieranllamar suya». Siempre las interrumpían. De todos modos, debió de ser más fácilescribir prosa o novelas en tales condiciones que poemas o una obra de teatro.Requiere menos concentración. Jane Austen escribió así hasta el final de susdías. «Que pudiera realizar todo esto, escribe su sobrino en sus memorias, essorprendente, pues no contaba con un despacho propio donde retirarse y lamayor parte de su trabajo debió de hacerlo en la sala de estar común, expuesta atoda clase de interrupciones. Siempre tuvo buen cuidado de que nosospecharan sus ocupaciones los criados, ni las visitas, ni nadie ajeno a sucírculo familiar.»21 Jane Austen escondía sus manuscritos o los cubría con unsecante. Por otro lado, toda la formación literaria con que contaba una mujer aprincipios del siglo diecinueve era práctica en la observación del carácter y elanálisis de las emociones. Durante siglos habían educado su sensibilidad las21 Memoir of Jane Austen, por su sobrino, James Edward Austen-Leigh Virginia Woolf Una habitación propia50influencias de la sala de estar. Los sentimientos de las personas se grababan ensu mente, las relaciones entre ellas siempre estaban ante sus ojos. Por tanto,cuando la mujer de la clase media se puso a escribir, naturalmente escribiónovelas, aunque, según se advierte fácilmente, dos de las cuatro mujeresfamosas que hemos nombrado no eran novelistas por naturaleza. Emily Brontëhubiera debido escribir teatro poético y el sobrante de energía de la ampliamente de George Eliot hubiera debido emplearse, una vez gastado el impulsocreador, en obras históricas o biográficas. Sin embargo, estas cuatro mujeresescribieron novelas; podría irse más lejos aún, dije, tomando en el estanteOrgullo y prejuicio, y sostener que escribieron buenas novelas. Sin alardear nitratar de herir al sexo opuesto, puede decirse que Orgullo y prejuicio es un buenlibro. En todo caso, a uno no le hubiera avergonzado que le sorprendieranescribiendo Orgullo y prejuicio. No obstante, Jane Austen se alegraba de quechirriara el gozne de la puerta para poder esconder su manuscrito antes de queentrara nadie. A los ojos de Jane Austen había algo vergonzoso en el hecho deescribir Orgullo y prejuicio. Y, me pregunto, ¿hubiera sido Orgullo y prejuicio unanovela mejor si a Jane Austen no le hubiera parecido necesario esconder sumanuscrito para que no lo vieran las visitas? Leí una página o dos para ver,pero no pude encontrar señal alguna de que las circunstancias en que escribió ellibro hubieran afectado en absoluto su trabajo. Éste es, quizás, el mayor milagrode todos. Había, alrededor del año 1880, una mujer que escribía sin odio, sinamargura, sin temor, sin protestas, sin sermones. Así es como escribióShakespeare, pensé mirando Antonio y Cleopatra; y cuando la gente compara aShakespeare y a Jane Austen, quizá quiere decir que las mentes de amboshabían quemado todos los obstáculos; y por este motivo no conocemos a JaneAusten ni conocemos a Shakespeare, y por este motivo Jane Austen estápresente en cada palabra que escribe y Shakespeare también. Si Jane Austensufrió en algún modo por culpa de las circunstancias, fue de la estrechez de lavida que le impusieron. Una mujer no podía entonces ir sola por las calles.Nunca viajó; nunca cruzó Londres en ómnibus ni almorzó sola en una tienda.Pero quizá por carácter Jane Austen no solía desear lo que no tenía. Su talento ysu modo de vida se acoplaron perfectamente. Pero dudo de que éste fuera elcaso de Charlotte Brontë, dije abriendo Jane Eyre y posándolo al lado de Orgulloy prejuicio.Lo abrí en el capítulo doce y detuvo mi mirada la frase: «Quien quieracensurarme que lo haga.» ¿Qué le reprochaban a Charlotte Brontë?, mepregunté. Y leí que Jane Eyre solía subir al tejado cuando Mrs. Fairfax estabahaciendo jaleas y miraba por encima de los campos hacia las lejanías. Yentonces suspiraba -y esto es lo que le reprochaban.Entonces suspiraba por tener un poder de visión que sobrepasara aquelloslímites; que alcanzara el mundo activo, las ciudades, las regiones llenas de vida delas que había oído hablar, pero que nunca había visto; deseaba más experiencia Virginia Woolf Una habitación propia51práctica de la que poseía; más contacto con la gente de mi especie, trato con unavariedad de caracteres mayor de la que se hallaba allí a mi alcance. Valoraba loque había de bueno en Mrs. Fairfax y lo que había de bueno en Adela, pero creíaen la existencia de formas distintas y más vívidas de bondad y aquello en lo quecreía deseaba tenerlo.¿Quién me censura? Muchos, no cabe duda, y me llamarán descontenta. Nopodía evitarlo: la inquietud formaba parte de mi carácter; me agitaba a veces hastael dolor...Es vano decir que los humanos deberían estar satisfechos con la quietud:necesitan acción; y si no la encuentran, la fabrican. Son millones los que se hallancondenados a un destino más tranquilo que el mío y millones los que se rebelan ensilencio contra su suerte. Nadie sabe cuántas rebeliones fermentan en lasaglomeraciones humanas que pueblan la tierra. Se da por descontado que engeneral las mujeres son muy tranquilas; pero las mujeres sienten lo mismo que loshombres; necesitan ejercitar sus facultades y disponer de terreno para susesfuerzos lo mismo que sus hermanos; sufren de las restricciones demasiadorígidas, de un estancamiento demasiado absoluto, exactamente igual que sufriríanlos hombres en tales circunstancias. Y denota estrechez de miras por parte de sussemejantes más privilegiados el decir que deberían limitarse a hacer postres yhacer calcetines, a tocar el piano y bordar bolsos. Es necio condenarlas o burlarsede ellas cuando tratan de hacer algo más o aprender más cosas de las que lacostumbre ha declarado necesarias para su sexo.Cuando me encontraba así sola, más de una vez oía la risa de Grace Poole...Una interrupción un poco abrupta, pensé. Es penoso tropezar de prontocon Grace Poole. Perturba la continuidad. Se diría, proseguí, posando el librojunto a Orgullo y prejuicio, que la mujer que escribió estas páginas era más genialque Jane Austen, pero si uno las lee con cuidado, observando estas sacudidas,esta indignación, comprende que el genio de esta mujer nunca lograrámanifestarse completo e intacto. En sus libros habrá deformaciones,desviaciones. Escribirá con furia en lugar de escribir con calma. Escribiráalocadamente en lugar de escribir con sensatez. Hablará de sí misma en lugarde hablar de sus personajes. Está en guerra contra su suerte. ¿Cómo hubierapodido evitar morir joven, frustrada y contrariada?Me entretuve un momento, no pude impedírmelo, con la idea de lo quehubiera ocurrido si Charlotte Brontë hubiese tenido, pongamos, trescientaslibras al año -pero la insensata vendió de una sola vez sus novelas por milquinientas libras-, si hubiera tenido más conocimiento del mundo activo, y delas ciudades, y de las regiones llenas de vida, más experiencia práctica, sihubiera tenido contacto con gente de su tipo y tratado a una variedad decaracteres. Con estas palabras señala ella misma no sólo, exactamente, suspropios defectos de novelista, sino los de su sexo en aquella época. Sabía mejorque nadie cuantísimo se hubiese beneficiado su genio si no lo hubiesedesperdiciado en contemplaciones solitarias de los campos distantes; si lehubieran sido otorgados la experiencia, el contacto con el mundo y los viajes. Virginia Woolf Una habitación propia52Pero no le fueron otorgados, le fueron negados; y debemos aceptar el hecho deque estas buenas novelas, Villette, Emma, Cumbres borrascosas, Middlemarch, lasescribieron mujeres sin más experiencia de la vida de la que podía entrar en lacasa de un respetable sacerdote; que las escribieron además en la sala de estarcomún de esta respetable casa y que estas mujeres eran tan pobres que nopodían comprar más que unas cuantas manos de papel a la vez para escribirCumbres borrascosas o Jane Eyre. Una de ellas, es cierto, George Eliot, escapó trasmuchas tribulaciones, pero sólo a una villa apartada de St. John's Wood. Y allíse estableció, a la sombra de la desaprobación del mundo. «Deseo que quedebien claro, escribió, que nunca invitaré a venir a verme a nadie que no me pidaque le invite»; porque ¿acaso no vivía en el pecado con un hombre casado y elverla no hubiera dañado la castidad de Mrs. Smith o de cualquiera a quien se lehubiera ocurrido ir a visitarla? Una debía someterse a las convenciones socialesy «apartarse de lo que se suele llamar el mundo». Al mismo tiempo, en la otrapunta de Europa, un joven vivía libremente con esta gitana o aquella grandama, iba a la guerra, recogía sin obstáculos ni críticas toda esta experienciavariada de la vida humana que tan espléndidamente debía servirle más tarde,cuando se puso a escribir sus libros. Si Tolstoi hubiese vivido encerrado en ThePriory con una dama casada, «apartado de lo que se suele llamar el mundo»,por edificante que hubiera sido la lección moral, difícilmente, pensé, hubierapodido escribir Guerra y paz.Pero quizá podríamos profundizar un poco la cuestión de escribir novelas ydel efecto del sexo sobre el novelista. Si cerramos los ojos y pensamos en lanovela en conjunto, se nos aparece como una visión de la vida en un espejo,aunque, naturalmente, con innumerables simplificaciones y deformaciones. Entodo caso, es una estructura que imprime una forma en el ojo de la mente, unaforma construida, ora con cuadrados, ora en forma de pagoda, ora con alas yarcos, ora sólidamente compacta y con un domo como la catedral de Santa Sofíade Constantinopla. Esta forma, pensé, recordando algunas novelas famosas,suscita en nosotros el tipo de emoción que le es adecuada. Pero esta emoción enseguida se funde con otras, pues la «forma» no se basa en la relación entrepiedra y piedra, sino en la relación entre seres humanos. Una novela suscitapues en nosotros una serie de emociones antagónicas y opuestas. La vida entraen conflicto con algo que no es la vida. De ahí la dificultad de llegar a acuerdoalguno sobre las novelas y la influencia inmensa que nuestros prejuiciospersonales tienen sobre nosotros. Por un lado, sentimos que Tú -Juan, elhéroe- debes vivir o caeré en la desesperación más honda. Por otro ladosentimos que, pobre Juan, debes morir, pues la forma del libro lo requiere. Lavida se halla en conflicto con algo que no es la vida. Por tanto, ya que en partees la vida, como la vida lo juzgamos. Jaime es la clase de hombre que más odio,dice uno. O, esto es un fárrago absurdo, nunca podría sentir algo parecido yomismo. Toda la estructura, es evidente, si se piensa en las novelas famosas, esde una complejidad infinita, porque está hecha de muchos juicios, muchas Virginia Woolf Una habitación propia53distintas clases de emoción. Lo sorprendente es que un libro así compuesto seaguante en pie más de un año o dos, o le diga al lector inglés lo que le dice allector ruso o chino. Pero algunos se aguantan de modo notable. Y lo que losaguanta en pie, en estos raros casos de supervivencia (pensaba en Guerra y paz),es algo que llamamos integridad, aunque no tiene nada que ver con el pagar lasfacturas o el comportarse honorablemente en una emergencia. Lo queentendemos por integridad, en el caso de un novelista, es la convicción queexperimentamos de que nos dice la verdad. Sí, piensa uno, nunca hubieracreído que esto pudiera ser cierto, nunca he conocido a gente que se comportaraasí, pero me ha convencido usted de que la hay, de que así ocurren las cosas.Mientras leemos, ponemos cada frase, cada escena bajo la luz, pues laNaturaleza, cosa muy curiosa, parece habernos dotado de una luz interior quenos permite juzgar la integridad o la falta de integridad del novelista. O, mejordicho, quizá la Naturaleza, en su humor más irracional, ha trazado con tintainvisible en las paredes de la mente un presentimiento que estos grandesartistas confirman; un esbozo que basta acercar al fuego del genio para que sevuelva visible. Cuando lo exponemos al fuego y lo vemos cobrar vida,exclamamos extasiados: «¡Pero si esto es lo que siempre he sentido, y sabido, ydeseado!» Y uno rebosa excitación y cerrando el libro con una especie dereverencia como si fuera algo muy precioso, un refugio al que podrá recurrirmientras viva, vuelve a ponerlo en el estante, dije, tomando Guerra y paz yvolviendo a ponerlo en su sitio. Si, por el contrario, estas pobres frases queescogemos y sometemos a la prueba suscitan primero una reacción rápida yávida con su brillante colorido y sus gestos vivos, pero luego se paran, como sialgo detuviera su desarrollo; o si lo único que vemos es un garabateo imprecisoen un rincón y un borrón en otro y nada aparece entero e intacto, suspiramosdefraudados y decimos: otro fracaso. Esta novela falla en algún sitio.Y la mayoría de las novelas, naturalmente, fallan en algún sitio. Laimaginación vacila bajo la enorme presión. La percepción se nubla; deja dedistinguir entre lo verdadero y lo falso; no tiene fuerzas para proseguir laenorme tarea, que en todo momento requiere el uso de tan diversas facultades.Pero ¿de qué modo puede afectar todo esto el sexo del novelista?, me pregunté,mirando Jane Eyre y los demás libros. ¿Puede el sexo del novelista influir en suintegridad, esta integridad que considero la columna vertebral del escritor?Ahora bien, en los fragmentos de Jane Eyre que he citado se ve claramente que lacólera empañaba la integridad de Charlotte Brontë novelista. Abandonó lahistoria, a la que debía toda su devoción, para atender una queja personal. Seacordó de que la habían privado de la parte de experiencia que le correspondía,de que la habían hecho estancarse en una rectoría remendando medias cuandoella hubiera querido andar libre por el mundo. La indignación hizo desviar suimaginación y la sentimos desviarse. Pero muchas otras influencias aparte de lacólera tiraban de su imaginación y la apartaban de su sendero. La ignorancia,por ejemplo. El retrato de Rochester está trazado a ciegas. Sentimos en él la Virginia Woolf Una habitación propia54influencia del temor; del mismo modo que percibimos constantemente en laobra de Charlotte Brontë una acidez, resultado de la opresión, un sufrimientoenterrado que late bajo la pasión, un rencor que contrae aquellos libros, porespléndidos que sean, con un espasmo de dolor.Y puesto que las novelas tienen esta analogía con la vida real, sus valoresson hasta cierto punto los de la vida real. Pero muy a menudo, es evidente, losvalores de las mujeres difieren de los que ha implantado el otro sexo; es naturalque sea así. No obstante, son los valores masculinos los que prevalecen.Hablando crudamente, el fútbol y el deporte son «importantes»; la adoración dela moda, la compra de vestidos, «triviales». Y estos valores son inevitablementetransferidos de la vida real a la literatura. Este libro es importante, el crítico dapor descontado, porque trata de la guerra. Este otro es insignificante porquetrata de los sentimientos de mujeres sentadas en un salón. Una escena quetranscurre en un campo de batalla es más importante que una que transcurre enuna tienda. En todos los terrenos y con mucha más sutileza persiste ladiferencia de valores. Por tanto, toda la estructura de las novelas de principiosdel siglo diecinueve escritas por mujeres la trazó una mente algo apartada de lalínea recta, una mente que tuvo que alterar su clara visión en deferencia a unaautoridad externa. Basta hojear aquellas viejas novelas olvidadas y escuchar eltono de voz en que están escritas para adivinar que el autor era objeto decríticas; decía tal cosa con fines agresivos, tal otra con fines conciliadores.Admitía que era «sólo una mujer» o protestaba que «valía tanto como unhombre». Según su temperamento, reaccionaba ante la crítica con docilidad ymodestia o con cólera y énfasis. No importa cuál; estaba pensando en algo queno era la obra en sí. Desciende su libro sobre nuestras cabezas. En su centro hayun defecto. Y pensé en todas las novelas escritas por mujeres que se hallabandesparramadas, como manzanas picadas en un vergel, por las librerías de lancelondinenses. Las había podrido este defecto que tenían en el centro. Su autorhabía alterado sus valores en deferencia a la opinión ajena.Pero debió de serles imposible a las mujeres no oscilar hacia la derecha o laizquierda. Qué genio, qué integridad debieron de necesitar, frente a tantascríticas, en medio de aquella sociedad puramente patriarcal, para aferrarse, sinapocarse, a la cosa tal como la veían. Sólo lo hicieron Jane Austen y EmilyBrontë. Esto añade una pluma, quizá la mejor, a su tocado. Escriben comoescriben las mujeres, no como escriben los hombres. De todos los miles demujeres que escribieron novelas en aquella época, sólo ellas desoyeron porcompleto la perpetua amonestación del eterno pedagogo: escribe esto, piensa lootro. Sólo ellas fueron sordas a aquella voz persistente, ora quejosa, oracondescendiente, ora dominante, ora ofendida, ora chocada, ora furiosa, oraavuncular, aquella voz que no puede dejar en paz a las mujeres, que tiene quemeterse con ellas, como una institutriz demasiado escrupulosa, conjurándolas,como Sir Egerton Brydges, de que sean refinadas, mezclando hasta en la crítica Virginia Woolf Una habitación propia55poética la crítica sexual,22 invitándolas, si quieren ser buenas y generosas yganar, supongo, un premio reluciente, a no sobrepasar ciertos límites que alcaballero en cuestión le parecían adecuados: «... Las mujeres novelistas deberíansólo aspirar a la excelencia reconociendo valientemente las limitaciones de susexo.»23 Esto resume el asunto, y si os digo ahora, lo que sin duda ossorprenderá, que esta frase no fue escrita en agosto de 1828 sino en agosto de1928, estaréis de acuerdo conmigo en que, por deliciosa que ahora nos parezca,no deja de representar un sector de la opinión -no voy a remover viejas aguas,me limito a recoger lo que se ha venido flotando casualmente hasta mis pies-que era mucho más vigoroso y ruidoso hace un siglo. En 1828 una jovenhubiera tenido que ser muy valiente para no prestar atención a estos desdenes,estas repulsas y estas promesas. Hubiera tenido que ser un elemento algorebelde para decirse a sí misma: Oh, pero no podéis comprar hasta la literatura.La literatura está abierta a todos. No te permitiré, por más bedel que seas, queme apartes de la hierba. Cierra con llave tus bibliotecas, si quieres, pero no haybarrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.Pero fuese cual fuese el efecto del desaliento y de la crítica sobre su obra -y creo que debió de ser muy grande-, tenía poca importancia junto a la otradificultad con que tropezaban (sigo pensando en las novelistas de principios delsiglo diecinueve) cuando se decidían a transcribir al papel sus pensamientos, lade que no tenían tras de sí ninguna tradición o una tradición tan corta y parcialque les era de poca ayuda. Porque, si somos mujeres, nuestro contacto con elpasado se hace a través de nuestras madres. Es inútil que acudamos a losgrandes escritores varones en busca de ayuda, por más que acudamos a ellos enbusca de deleite. Lamb, Browne, Thackeray, Newman, Sterne, Dickens, DeQuincey -cualquiera- nunca han ayudado hasta ahora a una mujer, aunquees posible que le hayan enseñado algunos trucos que ella ha adoptado para suuso. El peso, el paso, la zancada de la mente masculina son demasiado distintosde los de la suya para que pueda recoger nada sólido de sus enseñanzas. Elmono queda demasiado lejos para ser de alguna ayuda. Quizá lo primero quedescubrió la mujer al coger la pluma es que no existía ninguna frase común listapara su uso. Todos los grandes novelistas como Thackeray, Dickens y Balzachan escrito una prosa natural, rápida sin ser descuidada, expresiva sin serafectada, adoptando su propio matiz sin dejar de ser propiedad común. Labasaron en la frase que era corriente en su tiempo. La frase corriente aprincipios del siglo diecinueve venía a ser, diría, algo así: «La grandeza de sus22 «Tiene un objetivo metafísico, obsesión peligrosa, particularmente en una mujer, ya quelas mujeres raramente poseen el saludable amor masculino a la retórica. Esta carencia sorprendeen el sexo que es, en otras cosas, más primitivo y más materialista.» New Criterion, junio de 1928.23 «Si cree usted, como quien escribe estas líneas, que las mujeres novelistas deberían sóloaspirar a la excelencia reconociendo valientemente las limitaciones de su sexo (Jane Austen [ha]demostrado que esta actitud puede adoptarse graciosamente...).» Life and Letters, agosto de 1928. Virginia Woolf Una habitación propia56obras era a sus ojos un argumento en favor, no de detenerse, sino de proseguir.No podía conocer mayor emoción ni satisfacción que el ejercicio de su arte y lageneración inacabable de la verdad y la belleza. El éxito impulsa al esfuerzo; elhábito facilita el éxito.» Esto es una frase de hombre; detrás de ella asomanJohnson, Gibbon y todo el resto. Era una frase inadecuada para una mujer.Charlotte Brontë, pese a sus espléndidas dotes de prosista, con esta arma torpeen las manos se tambaleó y cayó. George Eliot cometió con ella atrocidadesimposibles de describir. Jane Austen la miró, se rió de ella e inventó una fraseperfectamente natural, bien formada, que le era adecuada, y nunca se apartó deella. Así pues, con menos genio literario que Charlotte Brontë, logró decirmuchísimo más. No cabe duda que, siendo la libertad y la plenitud deexpresión parte de la esencia del arte, esa falta de tradición, esa escasez eimpropiedad de los instrumentos deben de haber pesado enormemente sobrelas obras femeninas. Además, los libros lio están hechos de frases colocadasunas tras otras, sino de frases construidas, valga la imagen, en arcos y domos. Ytambién esta forma la han instituido los hombres de acuerdo con sus propiasnecesidades y para sus propios usos. No hay más motivo para creer que lesconviene a las mujeres la forma del poema épico o de la obra de teatro poéticaque para creer que les conviene la frase masculina. Pero todos los génerosliterarios más antiguos ya estaban plasmados, coagulados cuando la mujerempezó a escribir. Sólo la novela era todavía lo bastante joven para ser blandaen sus manos, otro motivo quizá por el que la mujer escribió novelas. Y aun¿quién podría afirmar que «la novela» (lo escribo entre comillas para indicar misentido de la impropiedad de las palabras), quién podría afirmar que esta formamás flexible que las otras sí tiene la configuración adecuada para que la use lamujer? No cabe duda que algún día, cuando la mujer disfrute del libre uso desus miembros, le dará la configuración que desee y encontrará igualmente unvehículo, no forzosamente en verso, para expresar la poesía que lleva dentro.Porque la poesía sigue siendo la salida prohibida. Y traté de imaginar cómoescribiría hoy en día una mujer una tragedia poética en cinco actos. ¿Usaría elverso? ¿O más bien usaría la prosa?Pero éstas son preguntas difíciles que yacen en la penumbra del futuro.Debo dejarlas de lado, aunque sólo sea porque me incitan a apartarme de mitema y adentrarme en bosques sin sendero donde me perdería y donde, muyprobablemente, me devorarían las fieras. No quiero lanzarme, y estoy segura deque vosotras tampoco queréis que me lance, en este tema lúgubre, el porvenirde la novela, de modo que sólo me detendré un momento, para haceros repararen el papel importante que, en lo que respecta a las mujeres, las condicionesfísicas deberán desempeñar en este porvenir. El libro tiene que adaptarse encierto modo al cuerpo y, hablando al azar, diría que los libros de las mujeresdeberían ser más cortos, más concentrados que los de los hombres yconstruidos de modo que no requieran largos ratos de trabajo regular eininterrumpido. Porque interrupciones siempre las habrá. También, los nervios Virginia Woolf Una habitación propia57que alimentan el cerebro parecen ser diferentes en el hombre y la mujer y siqueréis que la mujer trabaje lo mejor y lo más que pueda, hay que encontrar quétrato le conviene, saber si estas horas de clase, por ejemplo, que establecieronlos monjes, supongo, hace cientos de años, les convienen, cómo alternar eltrabajo y el descanso, y por descanso no entiendo el no hacer nada, sino el haceralgo distinto. Y ¿cuál debería ser esta diferencia? Habría que discutir ydescubrir todo esto; todo ello forma parte del tema las mujeres y la novela. Y,sin embargo, proseguí acercándome de nuevo a los estantes, ¿dónde encontraréeste estudio detallado de la psicología femenina hecho por una mujer? Siporque las mujeres no pueden jugar al fútbol no les van a permitir quepractiquen la medicina...Afortunadamente, mis pensamientos tomaron aquí otro rumbo.

una habitación propia, virginia woolf. completaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora