Al día siguiente, la luz de la mañana de octubre caía en rayos polvorientosa través de las ventanas sin cortinas y el murmullo del tráfico subía de la calle.A esta hora, Londres se estaba dando cuerda de nuevo; la fábrica se habíapuesto en movimiento; las máquinas empezaban a funcionar. Era tentador,después de tanto leer, mirar por la ventana y ver qué estaba haciendo Londresen aquella mañana del 26 de octubre de 1928. ¿Y qué estaba Londres haciendo?Nadie parecía estar leyendo Antonio y Cleopatra. Londres se sentía del todoindiferente, según las apariencias, a las tragedias de Shakespeare. A nadie leimportaba un rábano —y yo no se lo reprochaba— el porvenir de la novela, lamuerte de la poesía o la creación, por parte de la mujer corriente, de un estilo deprosa que expresara plenamente su modo de pensar. Si alguien hubiera escritocon tiza en la acera sus opiniones sobre alguno de estos temas, nadie se hubieseinclinado para leerlas. La indiferencia de los pies presurosos las hubieraborrado en media hora. Por aquí venía un mensajero; por allá una señora conun perro. La fascinación de la calle londinense consiste en que nunca hay en ellados personas iguales; cada cual parece ocupado en algún asunto personal yprivado. Había la gente de negocios, con sus pequeñas carteras; había lospaseantes, que golpeaban al pasar los enrejados con sus bastones; habíapersonas afables a quienes las calles sirven de sala de club, hombres concarretones que gritaban y daban información que no les pedían. También habíalos funerales, a cuyo paso los hombres, recordando de pronto que un díamorirían sus propios cuerpos, se descubrían. Y luego un caballero muydistinguido bajó despacio los peldaños de un portal y se detuvo para evitar unacolisión con una dama apresurada que había adquirido, por un medio u otro,un espléndido abrigo de pieles y un ramillete de violetas de Parma. Todosparecían separados, absortos en sí mismos, ocupados en algún asunto propio.En este momento, como tan a menudo ocurre en Londres, el tráfico quedópor completo parado y silencioso. Nadie venía por la calle; no pasaba nadie.Una hoja solitaria se destacó del plátano que crecía al final de la calle y, en Virginia Woolf Una habitación propia70medio de esta pausa y esta suspensión, cayó. En cierto modo pareció una señal,una señal que hiciese resaltar en las cosas una fuerza en la que uno no habíareparado. Parecía indicarle a uno la presencia de un río que fluía, invisible, calleabajo hasta doblar la esquina y tomaba a la gente y la arrastraba en susremolinos, de igual modo que el arroyo de Oxbridge se había llevado alestudiante en su bote y las hojas muertas. Ahora traía de un lado de la calle alotro, en diagonal, a una muchacha con botas de charol y también a un joven quellevaba un abrigo marrón; también traía un taxi; y los trajo a los tres hasta unpunto situado directamente debajo de mi ventana; donde el taxi se paró y lamuchacha y el joven se pararon; y subieron al taxi; y entonces el taxi se marchódeslizándose como si la corriente lo hubiese arrastrado hacia otro lugar.El espectáculo era del todo corriente; lo que era extraño era el orden rítmicode que mi imaginación lo había dotado y el hecho de que el espectáculocorriente de dos personas bajando la calle y encontrándose en una esquinapareciera librar mi mente de cierta tensión, pensé mirando cómo el taxi daba lavuelta y se marchaba. Quizás el pensar, como yo había estado haciendoaquellos dos días, en un sexo separándolo del otro es un esfuerzo. Perturba launidad de la mente. Ahora aquel esfuerzo había cesado y el ver a dos personasreunirse y subir a un taxi había restaurado la unidad. Desde luego, la mente esun órgano muy misterioso, pensé, volviendo a meter la cabeza dentro, sobre elque no se sabe nada en absoluto, aunque dependamos de él por completo. ¿Porqué siento que hay discordias y oposiciones en la mente, de igual modo que hayen el cuerpo tensiones producidas por causas evidentes? ¿Qué se entiende por«unidad de la mente»?, me pregunté. Porque la mente tiene, claramente, elpoder de concentrarse sobre cualquier punto en cualquier momento, tal poderque no parece estar constituida por un único estado de ser. Puede separarse dela gente de la calle, por ejemplo, y pensar en sí misma mientras mira a la gentedesde una ventana alta. O puede, espontáneamente, pensar junto con otragente, como ocurre, por ejemplo, en medio de una muchedumbre que espera lalectura de una noticia. Puede volver al pasado a través de sus padres o de susmadres, de igual modo que una mujer que escribe, como he dicho, está encontacto con el pasado a través de sus madres. También, si una es mujer, amenudo se siente sorprendida por una súbita división de la conciencia: porejemplo, cuando anda por Whitehall y deja de ser la heredera natural de aquellacivilización y se siente, al contrario, excluida, diferente, deseosa de criticar. Esindudable que la mente siempre está alterando su enfoque y mirando el mundobajo diferentes perspectivas. Pero algunos de estos estados mentales parecen,incluso si se adoptan espontáneamente, menos cómodos que otros. Paramantenerse en ellos, inconscientemente uno retiene algo, y gradualmente estarepresión se convierte en un esfuerzo. Pero quizás haya algún estado en el queuno pueda mantenerse sin esfuerzo porque no necesita retener nada. Y éste,pensé apartándome de la ventana, quizá sea uno de ellos. Porque al ver a lapareja subir al taxi, me pareció que mi mente, tras haber estado dividida, se Virginia Woolf Una habitación propia71había reunificado en una fusión natural. La explicación evidente que a uno se leocurre es que es natural que los sexos cooperen. Tenemos un instinto profundo,aunque irracional, en favor de la teoría de que la unión del hombre y de lamujer aporta la mayor satisfacción, la felicidad más completa. Pero la visión deaquellas dos personas subiendo al taxi y la satisfacción que me produjo tambiénme hicieron preguntarme si la mente tiene dos sexos que corresponden a losdos sexos del cuerpo y si necesitan también estar unidos para alcanzar lasatisfacción y la felicidad completas. Y me puse, para pasar el rato, a esbozar unplano del alma según el cual en cada uno de nosotros presiden dos poderes,uno macho y otro hembra; y en el cerebro del hombre predomina el hombresobre la mujer y en el cerebro de la mujer predomina la mujer sobre el hombre.El estado de ser normal y confortable es aquel en que los dos viven juntos enarmonía, cooperando espiritualmente. Si se es hombre, la parte femenina delcerebro no deja de obrar; y la mujer también tiene contacto con el hombre quehay en ella. Quizá Coleridge se refería a esto cuando dijo que las grandesmentes son andróginas. Cuando se efectúa esta fusión es cuando la mentequeda fertilizada por completo y utiliza todas sus facultades. Quizás una mentepuramente masculina no pueda crear, pensé, ni tampoco una mente puramentefemenina. Pero convenía averiguar qué entendía uno por «hombre con algo demujer» y por «mujer con algo de hombre» hojeando un par de libros. Desdeluego, Coleridge no se refería, cuando dijo que las grandes mentes sonandróginas, a que sean mentes que sienten especial simpatía hacia las mujeres;mentes que defienden su causa o se dedican a su interpretación. Quizá la menteandrógina está menos inclinada a esta clase de distinciones que la mente de unsolo sexo. Coleridge quiso decir quizá que la mente andrógina es sonora yporosa; que transmite la emoción sin obstáculos; que es creadora pornaturaleza, incandescente e indivisa. De hecho, uno vuelve a pensar en la mentede Shakespeare como prototipo de mente andrógina, de mente masculina conelementos femeninos, aunque sería imposible decir qué pensaba Shakespearede las mujeres. Y si es cierto que el no pensar especialmente o separadamenteen la sexualidad es una de las características de la mente plenamentedesarrollada, cuesta ahora muchísimo más que antes alcanzar esta condición.Me acerqué entonces a los libros de autores vivientes, e hice una pausa y mepregunté si este hecho no se hallaba en la raíz de algo que me había dejadomucho tiempo perpleja. No es posible que en ninguna época haya existido tanestridente preocupación por la sexualidad como en la nuestra; buena prueba deello, la enorme cantidad de libros que había en el British Museum escritos porhombres sobre las mujeres. Sin duda tenía la culpa la campaña de lassufragistas. Debía de haber despertado en los hombres un extraordinario deseode autoafirmación; debía de haberles empujado a hacer resaltar su propio sexoy sus características, en las que no se habrían molestado en pensar si no leshubieran desafiado. Y cuando uno se siente desafiado, aunque sea por unascuantas mujeres con gorros negros, reacciona, si no le han desafiado antes, un Virginia Woolf Una habitación propia72poco demasiado fuerte. Quizás así se expliquen algunas de las característicasque recuerdo haber encontrado en este libro, pensé sacando del estante unanueva novela de Mr. A, que está en el apogeo de la vida y goza de muy buenafama, parece, entre los críticos. La abrí. Realmente, era una delicia volver a leerun estilo masculino. Sonaba tan directo, tan claro después de leer estilosfemeninos. Indicaba tal libertad mental, tal libertad personal, tal confianza enuno mismo. Se experimentaba una sensación de bienestar ante aquella mentebien alimentada, bien educada, libre, que nunca había sufrido desvíos uoposiciones, que desde el nacimiento había podido, al contrario, desarrollarsecon plena libertad en la dirección que había querido. Todo esto era admirable.Pero tras leer un capítulo o dos, me pareció que una sombra se erguía, cruzandola página. Era una barra recta y oscura, una sombra con la forma de la letra «I».Empezaba uno a inclinarse hacia un lado y hacia el otro, tratando de vislumbrarel paisaje que había detrás. No se sabía a ciencia cierta si se trataba de un árbol ode una mujer andando. Siempre le hacían a uno volver a la letra «I».24 Tanta «I»empezaba a cansar. Cierto que esta «I» era una «I» muy respetable; honrada ylógica; dura como una nuez y pulida por siglos de buenas enseñanzas y buenaalimentación. Respeto y admiro esta «I» desde lo más hondo del corazón. Pero—aquí volví una página o dos, en busca de algo— lo malo es que cuanto sehalla a la sombra de la letra «I» carece de forma, como la bruma. ¿Es aquello unárbol? No, es una mujer. Pero... no tiene ni un hueso en todo el cuerpo, pensémirando cómo Phoebe, pues así se llamaba, cruzaba la playa. Entonces Alan selevantó y la sombra de Alan aniquiló a Phoebe. Porque Alan tenía puntos devista y Phoebe se apagaba bajo el torrente de sus opiniones. Y Alan, pensé,también tiene pasiones; y me puse a volver las páginas muy de prisa, sintiendoque la crisis se estaba acercando, y así era. Tuvo lugar en la playa bajo el sol.Fue hecho muy abiertamente. Fue hecho muy vigorosamente. Nada hubierapodido ser más indecente. Pero... Había dicho «pero» demasiadas veces. Uno nopuede seguir diciendo «pero». Tiene que terminar la frase de algún modo, mereproché a mí misma. La terminaré con: «Pero... ¡me aburro!» Pero ¿por qué meaburría? A causa, en parte, de la predominancia de la letra «I» y de la aridez a laque, como el haya gigantesca, condena la tierra que su sombra cubre. Allí nadapuede crecer. Y en parte por otro motivo más oscuro. Parecía haber algúnobstáculo, algún impedimento en la mente de Mr. A que obstruía la fuente de laenergía creadora y la hacía correr por un estrecho cauce. Y recordando a la vezaquel almuerzo en Oxbridge, y la ceniza del cigarrillo, y el gato sin cola, y aTennyson y a Christina Rossetti, me pareció posible que allí estuviera elobstáculo. Puesto que Alan ya no murmura: «Ha caído una espléndida lágrimade la pasionaria que crece junto a la verja», cuando Phoebe cruza la playa y ellaya no contesta: «Mi corazón es como un pájaro que canta cuyo nido se halla en24 En inglés, pronombre personal sujeto de la primera persona. Virginia Woolf Una habitación propia73un brote rociado» cuando Alan se acerca, ¿qué puede él hacer? Siendo honradocomo el día y lógico como el sol, no puede hacer más que una cosa. Y esto lohace, reconozcámoslo, una y otra vez (dije volviendo las páginas), y otra, y otra.Y esto, añadí, dándome cuenta del carácter terrible de la confesión, resulta untanto aburrido. La indecencia de Shakespeare extirpa de la mente otras milcosas y dista de ser aburrida. Pero Shakespeare lo hace por placer; Mr. A, comodicen las enfermeras, lo hace a propósito. Lo hace en señal de protesta. Protestacontra la igualdad del otro sexo afirmando su propia superioridad. Lo quequiere decir que se siente frenado, inhibido e inseguro de sí mismo, como quizáse hubiera sentido Shakespeare si también hubiera conocido a Miss Clough yMiss Davies. No cabe duda de que la literatura isabelina hubiera sido muydistinta si el movimiento feminista hubiese empezado en el siglo dieciséis y noen el siglo diecinueve.Todo esto equivale, pues, a decir, si toda esta teoría de los dos lados de lamente es correcta, que la virilidad ha cobrado conciencia de sí misma, es decir,que los hombres ahora no escriben más que con el lado masculino del cerebro.Las mujeres hacen mal en leer sus libros, pues inevitablemente buscan en ellosalgo que no pueden encontrar. Es el poder de sugestión lo que de inmediato seecha de menos, pensé, tomando un libro del crítico Mr. B y leyendo con muchocuidado, muy concienzudamente, sus observaciones sobre el arte poético. Muycompetentes eran, agudas y rebosantes de cultura; pero lo malo es que sussentimientos habían dejado de comunicar entre ellos; su mente parecía divididaen diferentes cámaras; no pasaba ningún sonido de una a otra. Por tanto,cuando uno toma en su mente una frase de Mr. B, la frase cae pesadamente alsuelo, muerta; pero cuando uno toma en su mente una frase de Coleridge, lafrase explota y da origen a un sinfín de ideas nuevas, y ésta es la única clase deescritura que puede considerarse poseedora del secreto de la vida eterna.Pero sea cual fuere su causa, es un hecho que debemos deplorar. Porquesignifica —había llegado a las hileras de libros de Mr. Galsworthy y Mr.Kipling— que algunas de las mejores obras de los mejores escritores vivientescaen en saco roto. Haga lo que haga, una mujer no puede encontrar en ellas estafuente de vida eterna que los críticos le aseguran que está allí. No sólo celebranvirtudes masculinas, imponen valores masculinos y describen el mundo de loshombres; la emoción, además, que impregna estos libros es incomprensible parauna mujer. Está llegando, se está acumulando, está a punto de explotar en mimente, empieza una a decirse antes del final. Aquel cuadro se le caerá en lacabeza al viejo Jolyon; morirá del susto; el viejo clérigo pronunciará sobre élalgunas frases solemnes; y todos los cisnes del Támesis se pondrán a cantar a lavez. Pero una se escapará antes de que esto ocurra y se esconderá en las matasde grosellas, porque la emoción que a un hombre le parece tan profunda, tansutil, tan simbólica, a una mujer la deja perpleja. Así ocurre con los oficiales deMr. Kipling que vuelven la espalda y con sus Sembradores que siembran laSemilla y con sus Hombres que están solos con su Trabajo; y la Bandera... Todas Virginia Woolf Una habitación propia74estas mayúsculas la hacen a una ruborizarse, como si la hubiesen sorprendidoescuchando a escondidas en una orgía puramente masculina. Lo cierto es que niMr. Galsworthy ni Mr. Kipling tienen en ellos una sola chispa femenina. Todassus cualidades, si se puede generalizar, le parecen, pues, crudas y pocomaduras a una mujer. Carecen de poder sugestivo. Y cuando un libro carece depoder sugestivo, por duro que golpee la superficie de la mente, no puedepenetrar en ella.Y con el desasosiego con que uno saca libros de los estantes y los vuelve acolocar en su sitio sin mirarlos, me puse a imaginar una era futura de virilidadpura, de autoafirmacíón de la virilidad, como la que las cartas de los profesores(tomemos las cartas de Sir Walter Raleigh, por ejemplo) parecen augurar y quelos gobernantes de Italia ya han iniciado. Porque difícilmente deja uno desentirse impresionado en Roma por una sensación de masculinidad inmitigada;y sea cual fuere desde el punto de vista del estado el valor de la masculinidadinmitigada, su efecto sobre el arte de la poesía es discutible. De todos modos,según los periódicos, reina en Italia cierta ansiedad acerca de la novela. Hahabido una reunión de académicos cuyo objeto era «estimular la novelaitaliana».«Hombres famosos por su nacimiento, o en los círculos financieros, laindustria o las corporaciones fascistas» se reunieron el otro día y discutieron elasunto, y se envió al Duce un telegrama en que se expresaba la esperanza deque «la era fascista pronto produciría un poeta digno de ella». Podemos unirnostodos a esta esperanza, pero dudo de que la poesía pueda nacer de unaincubadora. La poesía debería tener una madre, lo mismo que un padre. Elpoema fascista, hay motivos para temer, será un pequeño aborto horrible comolos que se ven en tarros de cristal en los museos de las ciudades de provincias.Estos monstruos nunca viven mucho tiempo, se dice; nunca se ven prodigios deesta clase cortando la hierba en un prado. Dos cabezas en un cuerpo nogarantizan una larga vida.Sin embargo, la culpa de todo esto, si es que uno se empeña en encontrar aun culpable, no la tiene un sexo más que el otro. Los responsables son todos losseductores y los reformadores: Lady Bessborough, que mintió a Lord Granville;Miss Davies, que le dijo la verdad a Mr. Greg. Son culpables todos los que hancontribuido a despertar la conciencia del sexo y son ellos quienes me empujan,cuando quiero usar al máximo mis facultades en un libro, a buscar estasatisfacción en aquella época feliz, anterior a Miss Davies y Miss Clough, en queel escritor utilizaba ambos lados de su mente a la vez. Para ello debemos acudira Shakespeare, porque Shakespeare era andrógino, e igualmente lo eran Keats ySterne, Cowper, Lamb y Coleridge. Shelley, quizá, carecía de sexo. Puede queMilton y Ben Jonson hayan tenido en ellos una gota de varón de más. Lo mismoWordsworth y Tolstoi. En nuestros tiempos, Proust era del todo andrógino, oquizás un poco demasiado femenino. Pero este fallo es demasiado infrecuentepara que se lo reprochemos, porque sin alguna mezcla de esta clase el intelecto Virginia Woolf Una habitación propia75parece predominar y las demás facultades de la mente se endurecen y sevuelven estériles. Me consolé, sin embargo, pensando que quizás estemos enuna fase pasajera; mucho de cuanto he dicho obedeciendo a mi promesa derevelaros el curso de mis pensamientos os parecerá de otra época; mucho de loque llamea en mis ojos os parecerá dudoso a vosotras que todavía no habéisllegado a la mayoría de edad.A pesar de ello, la primerísima frase que escribiré aquí, dije yendo hacia elescritorio y tomando la hoja encabezada Las Mujeres y la Novela, es que esfunesto para todo aquel que escribe el pensar en su sexo. Es funesto ser unhombre o una mujer a secas; uno debe ser «mujer con algo de hombre» u«hombre con algo de mujer». Es funesto para una mujer subrayar en lo másmínimo una queja, abogar, aun con justicia, por una causa; en fin, el hablarconscientemente como una mujer. Y por funesto entiendo mortal; porquecuanto se escribe con esta parcialidad consciente está condenado a morir. Dejade ser fertilizado. Por brillante y eficaz, poderoso y magistral que parezca undía o dos, se marchitará al anochecer; no puede crecer en la mente de los demás.Alguna clase de colaboración debe operarse en la mente entre la mujer y elhombre para que el arte de creación pueda realizarse. Debe consumarse unaboda entre elementos opuestos. La mente entera debe yacer abierta de par enpar si queremos captar la impresión de que el escritor está comunicando suexperiencia con perfecta plenitud. Es necesario que haya libertad y es necesarioque haya paz. No debe chirriar ni una rueda, no debe brillar ni una luz. Lascortinas deben estar corridas. El escritor, pensé, una vez su experienciaterminada, debe reclinarse y dejar que su mente celebre sus bodas en laoscuridad. No debe mirar ni preguntarse qué está sucediendo. Debe más biendeshojar una rosa o contemplar los cisnes que flotan despacio río abajo. Y volvía ver la corriente que se había llevado el bote con el estudiante y las hojasmuertas; y el taxi tomó al hombre y a la mujer, pensé, viéndoles cruzar la callepara reunirse, y la corriente les arrastró, pensé, oyendo a lo lejos el rugido deltráfico londinense, hacia aquel río impresionante.Aquí, pues, Mary Beton para de hablar. Os ha dicho cómo llegó a la conclusión—la prosaica conclusión— de que hay que tener quinientas libras al año y unahabitación con un pestillo en la puerta para poder escribir novelas o poemas.Ha tratado de exponer al desnudo los pensamientos y las impresiones que lallevaron a pensarlo. Os ha pedido que la siguieseis mientras volaba a los brazosde un bedel, almorzaba aquí, cenaba allá, hacía dibujos en el British Museum,sacaba libros de los estantes, miraba por la ventana. Mientras hacía todas estascosas, vosotras sin duda habéis estado observando sus fallos y flaquezas ydecidiendo qué efecto tenían sobre sus opiniones. Habéis estadocontradiciéndola y añadiendo y deduciendo cuanto os ha parecido acertado.Así es como tiene que ser, porque con un tema de esta clase, la verdad sólo Virginia Woolf Una habitación propia76puede obtenerse colocando una junto a otra muchas variedades de error. Yterminaré ahora en nombre propio, anticipando dos críticas tan evidentes quedifícilmente podríais dejar de hacérmelas.No ha expresado usted ninguna opinión, quizá me digáis, sobre los méritoscomparados del hombre y de la mujer, ni siquiera como escritores. Esto lo hehecho a propósito, porque, aun suponiendo que hubiese llegado el momento dehacer semejante valoración —y por ahora es mucho más importante sabercuánto dinero tenían las mujeres y cuántas habitaciones que especular sobre suscapacidades—, aun suponiendo que hubiese llegado este momento, no creo quelas dotes, ya sea de la mente o del carácter, se puedan pesar como el azúcar o lamantequilla, ni siquiera en Cambridge, donde saben tanto de poner a la genteen categorías y de colocar birretes sobre su cabeza e iniciales detrás de suapellido. Yo no creo que ni siquiera la Tabla de Precedencias, que encontraréisen el Almanaque de Whitaker, represente un orden de valores definitivo ni quehaya ningún serio motivo para suponer que un Comendador del Baño acabaráprecediendo en el comedor a un Maestro de Locura. Todo este competir de unsexo con otro, de una cualidad con otra; todas estas reivindicaciones desuperioridad e imputaciones de inferioridad corresponden a la etapa de lasescuelas privadas de la existencia humana, en que hay «bandos» y un bandodebe vencer a otro y tiene una importancia enorme andar hasta una tarima yrecibir de manos del Director en persona un jarro altamente decorativo. Almadurar, la gente deja de creer en bandos, en directores y en jarros altamentedecorativos. En todo caso, en lo que respecta a los libros, es sumamente difícilpegar etiquetas de mérito de modo que no se caigan. ¿Acaso las críticas delibros contemporáneos no ilustran perpetuamente la dificultad de emitirjuicios? «Este excelente libro», «este libro sin valor»: se le aplican al mismo libroambos calificativos. Ni la alabanza ni la censura significan nada. Por deliciosoque sea, el pasatiempo de medir es la más fútil de las ocupaciones y elsometerse a los decretos de los medidores la más servil de las actitudes. Lo queimporta es que escribáis lo que deseáis escribir; y nadie puede decir siimportará mucho tiempo o unas horas. Pero sacrificar un solo pelo de la cabezade vuestra visión, un solo matiz de su color en deferencia a un director deescuela con una copa de plata en la mano o algún profesor que esconde en lamanga una cinta de medir, es la más baja de las traiciones; en comparación, elsacrificio de la riqueza y de la castidad, que solía considerarse el peor desastrehumano, es una mera fruslería.En segundo lugar, puede que me reprochéis el haber insistido demasiadosobre la importancia de lo material. Aun concediendo al simbolismo un ampliomargen y suponiendo que quinientas libras signifiquen el poder de contemplary un pestillo en la puerta el poder de pensar por sí mismo, quizá me digáis quela mente debería elevarse por encima de estas cosas; y que los grandes poetas amenudo han sido pobres. Dejadme entonces citaros las palabras de vuestropropio profesor de Literatura, que sabe mejor que yo qué entra en la fabricación Virginia Woolf Una habitación propia77de un poeta. Sir Arthur Quiller-Couch escribe:25¿Cuáles son los grandes nombres de la poesía de estos últimos cien añosaproximadamente? Coleridge, Wordsworth, Byron, Shelley, Landor, Keats,Tennyson, Browning, Arnold, Morris, Rossetti, Swinburne. Parémonos aquí. Deéstos, todos menos Keats, Browning y Rossetti tenían una formación universitaria;y de estos tres, Keats, que murió joven, segado en la flor de la edad, era el únicoque no disfrutaba de una posición bastante acomodada. Quizá parezca brutaldecir esto, y desde luego es triste tener que decirlo, pero lo rigurosamente cierto esque la teoría de que el genio poético sopla donde le place y tanto entre los pobrescomo entre los ricos, contiene poca verdad. Lo rigurosamente cierto es que nuevede estos doce poetas tenían una formación universitaria: lo que significa que, dealgún modo, consiguieron los medios para obtener la mejor educación queInglaterra puede dar. Lo rigurosamente cierto es que de los tres restantes,Browning, como sabéis, era rico, y me apuesto cualquier cosa a que, si no lohubiera sido, no hubiera logrado escribir Saúl o El anillo y el libro, de igual modoque Ruskin no hubiera logrado escribir Pintores modernos si su padre no hubierasido un próspero hombre de negocios. Rossetti tenía una pequeña renta personal;además pintaba. Sólo queda Keats, al que Atropos mató joven, como mató a JohnClare en un manicomio y a James Thomson por medio del láudano que tomabapara drogar su decepción. Es una terrible verdad, pero debemos enfrentarnos conella. Lo cierto —por poco que nos honre como nación— es que, debido a algunafalta de nuestro sistema social y económico, el poeta pobre no tiene hoy día, ni hatenido durante los pasados doscientos años, la menor oportunidad. Creedme —yhe pasado gran parte de diez años estudiando unas trescientas veinte escuelaselementales—, hablamos mucho de democracia, pero de hecho en Inglaterra unniño pobre no tiene muchas más esperanzas que un esclavo ateniense de lograresta libertad intelectual de la que nacen las grandes obras literarias.Nadie podría exponer el asunto más claramente. «El poeta pobre no tienehoy día, ni ha tenido durante los últimos doscientos años, la menoroportunidad... En Inglaterra un niño pobre no tiene más esperanzas que unesclavo ateniense de lograr esta libertad intelectual de la que nacen las grandesobras literarias.» Exactamente. La libertad intelectual depende de cosasmateriales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siemprehan sido pobres, no sólo durante doscientos años, sino desde el principio de lostiempos. Las mujeres han gozado de menos libertad intelectual que los hijos delos esclavos atenienses. Las mujeres no han tenido, pues, la menor oportunidadde escribir poesía. Por eso he insistido tanto sobre el dinero y sobre el tener unahabitación propia. Sin embargo, gracias a los esfuerzos de estas mujeresdesconocidas del pasado, de estas mujeres de las que desearía que supiéramosmás cosas, gracias, por una curiosa ironía, a dos guerras, la de Crimea, que dejósalir a Florence Nightingale de su salón, y la Primera Guerra Mundial, que le25 The Art of Writing, por Sir Arthur Quiller-Couch. Virginia Woolf Una habitación propia78abrió las puertas a la mujer corriente unos sesenta años más tarde, estos malesestán en vías de ser enmendados. Si no, no estaríais aquí esta noche y vuestrasposibilidades de ganar quinientas libras al año, aunque desgraciadamente,siento decirlo, siguen siendo precarias, serían ínfimas.De todos modos, quizá me digáis: ¿por qué le parece a usted tan importanteque las mujeres escriban libros, si, según dice, requiere tanto esfuerzo, puedellevarla a una a asesinar a su tía, muy probablemente la hará llegar tarde aalmorzar y quizá la empuje a discusiones muy graves con muy buenaspersonas? Mis motivos, debo admitirlo, son en parte egoístas. Como a lamayoría de las inglesas poco instruidas, me gusta leer, me gusta leer cantidadesde libros. Últimamente mi régimen se ha vuelto un tanto monótono; en loslibros de Historia hay demasiadas guerras; en las biografías, demasiadosgrandes hombres; la poesía ha demostrado, creo, cierta tendencia a laesterilidad, y la novela... Pero mi incapacidad como crítico de novela modernaha quedado bastante patente y no diré nada más sobre este tema. Por tanto, ospediré que escribáis toda clase de libros, que no titubeéis ante ningún tema, portrivial o vasto que parezca. Espero que encontréis, a tuertas o a derechas,bastante dinero para viajar y holgar, para contemplar el futuro o el pasado delmundo, soñar leyendo libros y rezagaros en las esquinas, y hundir hondo lacaña del pensamiento en la corriente. Porque de ninguna manera os quierolimitar a la novela. Me complaceríais mucho —y hay miles como yo— siescribierais libros de viajes y aventuras, de investigación y alta erudición, libroshistóricos y biografías, libros de crítica, filosofía y ciencias. Con ello sin dudabeneficiaríais el arte de la novela. Porque en cierto modo los libros seinfluencian los unos a los otros. La novela no puede sino mejorar al contacto dela poesía y la filosofía. Además, si estudiáis alguna de las grandes figuras delpasado, como Safo, Murasaki, Emily Brontë, veréis que es una heredera a la vezque una iniciadora y ha cobrado vida porque las mujeres se han acostumbradoa escribir como cosa natural; de modo que sería muy valioso que desarrollaseisesta actividad, aunque fuera como preludio a la poesía.Pero al repasar estas notas y criticar la sucesión de mis pensamientoscuando las escribí, me doy cuenta de que mis motivos no eran del todo egoístas.En todos estos comentarios y razonamientos late la convicción —¿o es elinstinto?— de que los buenos libros son deseables y de que los buenosescritores, aunque se pueda encontrar en ellos todas las variedades de ladepravación humana, no dejan de ser personas buenas. Cuando os pido queescribáis más libros, os insto, pues, a que hagáis algo para vuestro bien y para elbien del mundo en general. Cómo justificar este instinto o creencia, no lo sé,porque, si uno no se ha educado en una universidad, los términos filosóficosfácilmente pueden inducirle en error. ¿Qué se entiende por «realidad»? Larealidad parece ser algo muy caprichoso, muy indigno de confianza: ora se laencuentra en una carretera polvorienta, ora en la calle en un trozo de periódico,ora en un narciso abierto al sol. Ilumina a un grupo en una habitación y señala a Virginia Woolf Una habitación propia79unas palabras casuales. Le sobrecoge a uno cuando vuelve andando a casa bajolas estrellas y hace que el mundo silencioso parezca más real que el de lapalabra. Y ahí está de nuevo en un ómnibus en medio del tumulto de Piccadilly.A veces, también, parece habitar formas demasiado distantes de nosotros paraque podamos discernir su naturaleza. Pero da a cuanto toca fijeza ypermanencia. Esto es lo que queda cuando se ha echado en el seto la piel deldía; es lo que queda del pasado y de nuestros amores y odios. Ahora bien, elescritor, creo yo, tiene más oportunidad que la demás gente de vivir enpresencia de esta realidad. A él le corresponde encontrarla, recogerla ycomunicárnosla al resto de la Humanidad. Esto es, en todo caso, lo que infieroal leer El Rey Lear, Emma o En busca del tiempo perdido. Porque la lectura de estoslibros parece, curiosamente, operar nuestros sentidos de cataratas; después deleerlos vemos con más intensidad; el mundo parece haberse despojado del veloque lo cubría y haber cobrado una vida más intensa. Éstas son las personasenvidiables que viven enemistadas con la irrealidad; y éstas son las personasdignas de compasión, que son golpeadas en la cabeza por lo que es hecho conignorancia o despreocupación. De modo que cuando os pido que ganéis dineroy tengáis una habitación propia, os pido que viváis en presencia de la realidad,que llevéis una vida, al parecer, estimulante, os sea o no os sea posiblecomunicarla.Yo terminaría aquí, pero la presión de la convención decreta que tododiscurso debe terminar con una peroración. Y una peroración dirigida a mujeresdebería contener, estaréis de acuerdo conmigo, algo particularmente exaltante yennoblecedor. Debería imploraros que recordéis vuestras responsabilidades, laresponsabilidad de ser más elevadas, más espirituales; debería recordaros quemuchas cosas dependen de vosotras y la influencia que podéis ejercer sobre elporvenir. Pero estas exhortaciones se las podemos encargar sin riesgo, creo, alotro sexo, que las presentará, que ya las ha presentado, con mucha máselocuencia de la que yo podría alcanzar. Aunque rebusque en mi mente, noencuentro ningún sentimiento noble acerca de ser compañeros e iguales einfluenciar al mundo conduciéndole hacia fines más elevados. Sólo se meocurre decir, breve y prosaicamente, que es mucho más importante ser unomismo que cualquier otra cosa. No soñéis con influenciar a otra gente, os diríasi supiera hacerlo vibrar con exaltación. Pensad en las cosas en sí.Y también me acuerdo, cuando hojeo los periódicos, las novelas, lasbiografías, de que una mujer que habla a otras mujeres debe reservarse algodesagradable que decirles. Las mujeres son duras para con las mujeres. A lasmujeres no les gustan las mujeres. Las mujeres... Pero ¿no estáis hasta lacoronilla de esta palabra? Yo sí, os lo aseguro. Aceptemos, pues, que unaconferencia pronunciada por una mujer ante mujeres debe terminar con algoparticularmente desagradable.Pero ¿cómo se hace? ¿Qué se me ocurre? A decir verdad, a menudo megustan las mujeres. Me gusta su anticonvencionalismo. Me gusta su entereza. Virginia Woolf Una habitación propia80Me gusta su anonimidad. Me gusta... Pero no debo seguir así. Aquel armario deallí sólo contiene servilletas limpias, decís; pero ¿qué pasaría si Sir ArchibaldBodkin estuviera escondido entre ellas? Dejadme, pues, adoptar un tono mássevero. ¿Os he comunicado con bastante claridad, en las palabras que hanprecedido, las advertencias y la reprobación del sector masculino de laHumanidad? Os he dicho en qué concepto tan bajo os tenía Mr. OscarBrowning. Os he indicado qué pensó un día de vosotras Napoleón y qué piensahoy Mussolini. Luego, por si acaso alguna de vosotras aspira a escribir novelas,he copiado para vuestro beneficio el consejo que os da el crítico de quereconozcáis valientemente las limitaciones de vuestro sexo. He hablado delprofesor X y subrayado su afirmación de que las mujeres son intelectual, moraly físicamente inferiores a los hombres. Os he entregado cuanto ha venido a mismanos sin ir yo en busca de ello, y aquí tenéis una advertencia final, procedentede Mr. John Langdon Davies.26 Mr. John Langdon Davies advierte a las mujeresque «cuando los niños dejen por completo de ser deseables, las mujeres dejarándel todo de ser necesarias». Espero que toméis buena nota.¿Qué más os puedo decir que os incite a entregaros a la labor de vivir?Muchachas, podría deciros, y os ruego prestéis atención porque empieza laperoración, sois, en mi opinión, vergonzosamente ignorantes. Nunca habéishecho ningún descubrimiento de importancia. Nunca habéis sacudido unimperio ni conducido un ejército a la batalla. Las obras de Shakespeare no lashabéis escrito vosotras ni nunca habéis iniciado una raza de salvajes a lasbendiciones de la civilización. ¿Qué excusa tenéis? Lo arregláis todo señalandolas calles, las plazas y los bosques del globo donde pululan habitantes negros,blancos y color café, todos muy ocupados en traficar, negociar y amar, ydiciendo que habéis tenido otro trabajo que hacer. Sin vosotras, decís, nadiehubiera navegado por estos mares y estas tierras fértiles serían un desierto.«Hemos traído al mundo, criado, lavado e instruido, quizás hasta los seis o sieteaños, a los mil seiscientos veintitrés millones de humanos que, según lasestadísticas, existen actualmente y esto, aunque algunas de nosotras hayancontado con ayuda, toma tiempo.» Hay algo de verdad en lo que decís, no lonegaré. Pero permitidme al mismo tiempo recordaros que desde el año 1866han funcionado en Inglaterra como mínimo dos colegios universitarios demujeres; que a partir del año 1880 la ley ha autorizado a las mujeres casadas aser dueñas de sus propios bienes y que en el año 1919 —es decir, hace ya nuevelargos años— se le concedió el voto a la mujer. Os recordaré también quepronto hará diez años que la mayoría de las profesiones os están permitidas. Sireflexionáis sobre estos inmensos privilegios y el tiempo que hace que venísdisfrutando de ellos, y sobre el hecho de que deben de haber actualmente unasdos mil mujeres capaces de ganar quinientas libras al año, admitiréis que la26 A Short History of Women, por John Langdon Davies. Virginia Woolf Una habitación propia81excusa de que os han faltado las oportunidades, la preparación, el estímulo, eltiempo y el dinero necesarios no os sirve. Además, los economistas nos dicenque Mrs. Seton ha tenido demasiados niños. Debéis, naturalmente, seguirteniendo niños, pero dos o tres cada una, dicen, no diez o doce.Así, pues, con un poco de tiempo en vuestras manos y unos cuantosconocimientos librescos en vuestros cerebros —de los otros ya tenéis bastantes yen parte os envían a la universidad, sospecho, para que no os eduquéis— sinduda entraréis en otra etapa de vuestra larga, laboriosa y oscurísima carrera.Mil plumas están preparadas para deciros lo que debéis hacer y qué efectotendréis. Mi propia sugerencia es un tanto fantástica, lo admito; prefiero, pues,presentarla en forma de fantasía.Os he dicho durante el transcurso de esta conferencia que Shakespearetenía una hermana; pero no busquéis su nombre en la vida del poeta escrita porSir Sydney Lee. Murió joven... y, ay, jamás escribió una palabra. Se hallaenterrada en un lugar donde ahora paran los autobuses, frente al «Elephant andCastle». Ahora bien, yo creo que esta poetisa que jamás escribió una palabra yse halla enterrada en esta encrucijada vive todavía. Vive en vosotras y en mí, yen muchas otras mujeres que no están aquí esta noche porque están lavando losplatos y poniendo a los niños en la cama. Pero vive; porque los grandes poetasno mueren; son presencias continuas; sólo necesitan la oportunidad de andarentre nosotros hechos carne. Esta oportunidad, creo yo, pronto tendréis el poderde ofrecérsela a esta poetisa. Porque yo creo que si vivimos aproximadamenteotro siglo —me refiero a la vida común, que es la vida verdadera, no a laspequeñas vidas separadas que vivimos como individuos— y si cada una denosotras tiene quinientas libras al año y una habitación propia; si nos hemosacostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo quepensamos; si nos evadimos un poco de la sala de estar común y vemos a losseres humanos no siempre desde el punto de vista de su relación entre ellos,sino de su relación con la realidad; si además vemos el cielo, y los árboles, o loque sea, en sí mismos; si tratamos de ver más allá del coco de Milton, porqueningún humano debería limitar su visión; si nos enfrentamos con el hecho,porque es un hecho, de que no tenemos ningún brazo al que aferrarnos, sinoque estamos solas, y de que estamos relacionadas con el mundo de la realidad yno sólo con el mundo de los hombres y las mujeres, entonces, llegará laoportunidad y la poetisa muerta que fue la hermana de Shakespeare recobraráel cuerpo del que tan a menudo se ha despojado. Extrayendo su vida de lasvidas de las desconocidas que fueron sus antepasadas, como su hermano hizoantes que ella, nacerá. En cuanto a que venga si nosotras no nos preparamos, nonos esforzamos, si no estamos decididas a que, cuando haya vuelto a nacer,pueda vivir y escribir su poesía, esto no lo podemos esperar, porque esimposible. Pero yo sostengo que vendrá si trabajamos por ella, y que hacer estetrabajo, aun en la pobreza y la oscuridad, merece la pena.

ESTÁS LEYENDO
una habitación propia, virginia woolf. completa
Literatura faktuEn 1928 a Virginia Woolf le propusieron dar una serie de charlas sobre el tema de la mujer y la novela. Lejos de cualquier dogmatismo o presunción, planteó la cuestión desde un punto de vista realista, valiente y muy particular. Una pregunta: ¿qué n...