Mi montaña es un dragón.

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-¿Te has puesto a pensar en...?-

Fueron una de las pocas palabras que logré escuchar de mi amigo aquella noche. Mi mejor amigo, que sabe de mi vida, mis problemas, mis ansiedades, mis miedos, mis sueños y todo sobre mí sin necesidad de que yo se lo haya contado. Él era único, de eso que se van pero dejan una gran enseñanza en su partida que en ocasiones suele ignorarse.

Mi nombre es Johil Antonio y te contaré mi historia.

Siempre he sido un niño muy dedicado al estudio pero en ocasiones no lo suelo hacer para satisfacer mi necesidad de aprender, sino, la necesidad de satisfacer a mis padres para que se puedan sentir orgullosos de mí, para lograr obtener un premio que me prometieron al entregarles una buena nota al final de cada examen. Pero ellos no saben que es lo que vive dentro de mí al hacer mis tareas o al estudiar, tanta presión y dedicación absurda que sé que al final valdrá la pena, pero... ¿Qué pasará con esos momentos perdidos de mi niñez?, ¿a dónde se irán?.

El lugar donde vivo es a las afueras de la ciudad en donde en vez de ver edificios alrededor solo se alcanzan a ver a lo lejos. Mi casa es muy pequeña con tan solo tres habitaciones, una utilizada como cocina y las otras dos como recámaras. Una para mis padres y una para mí. Por alguna extraña razón me encanta mi habitación, a pesar de ser de madera tiene una ventana con una hermosa vista hacía las montañas, pero existe una pequeña en especial que me causa una sensación única. Inspiración, motivación y en ocasiones ganas de llorar, una montaña que solo tiene hasta la cima un único y gran árbol completamente seco que cada vez que llueve o cae una tormenta eléctrica siempre el resplandor de un trueno le da justo a él, pero por algún motivo no logra prenderse en llamas o hacerse polvo. A su alrededor está llena de pastizal seco y amarillo, un lugar donde las familias llaman basura para plantar o cultivar algo ya que las personas que lo han hecho no han tenido ningún tipo de recompensa. Si siembran alguna semilla y por más que la rieguen con agua nutritiva nunca logrará dar frutos, o al plantar un pequeño árbol con cierto periodo de madurez no logrará sobrevivir ya que a las veinticuatro horas aparece completamente seco.

Es de noche y mi padre aún no llega, mi madre como siempre se encontraba preocupada y ansiosa por él. Le pido un poco de comer pues mi estómago comienza a rugir como un verdadero león, pero su única reacción es mirarme con cara de enfado y ojos completamente húmedos de desesperación.

-Espera hasta que tu padre regrese.- Vuelve la mirada a la olla de comida que se tiznaba de negro por los leños que ardían en el fuego para calentarla.

-Y, ¿si ya no lo hace...?- Mi error fue haberle dicho esas sencillas palabras pues al parecer se le clavaron muy profundo en el corazón, me toma de la oreja y me lleva hasta mi habitación sin cenar.

-Mamá por favor abre, tengo hambre... solo quiero algo para cenar.- Comienzo a gritar con lágrimas silenciosas que no logran quebrantar mi voz pues me había encerrado en mi habitación. De pronto, se escucha un golpe más fuerte que el que hacían mis pequeños puños contra la vieja y sucia puerta de mi recámara, retrocedo unos pocos pasos hacia atrás y logro escuchar los zapatos rotos de mi madre correr a la puerta de entrada para abrir pues por mi pequeña mente ya sabía quién era, observo por un pequeño agujero que da vista a la entrada y veo como mi madre se sacude su vestido viejo y desgastado con tanta prisa antes de abrir, quita la cadena de acero y abre lo más rápido que puede...

-¡Ya era hora que abrieras!, ¿Que estabas haciendo?- Se escucha el gritar de un hombre machista con cientos de tragos de alcohol corriendo por sus venas.

Por desgracia, ese hombre era mi padre.

-De cenar, te hice lo que más te gusta.- Mi madre le contesta con la mirada hacia al suelo guardándole respeto, pero para ser sincero más que respeto era miedo.

-No tengo hambre, ya cené en la calle donde esa gente muerta de hambre como tú y tú hijo se pone a vender comida que por más asquerosa que se ve es mejor que la tuya.-

Mi madre corre a la cocina tapándose la boca con las manos y baja de la jaba de madera clavada en la pared que sirve como repisa para los trastes un plato profundo de plástico color amarillo y comienza a servirle un rico caldo de lentejas que hace que mi estómago vuelva a rugir.

-Ten, al menos para que las pruebes.- Le contesta mi madre haciéndose la fuerte.

-¡Ya te dije que no!- Grita mi padre golpeando el plato derramando la cena por todo el piso.

Mi corazón comienza a latir más fuerte de lo normal pues ya sabía lo que seguía.

Mi padre se acerca a mi madre con no muy buenas intenciones y ella comienza a llorar, lo hace tan silenciosamente para que yo no me entere pero no se da cuenta que estoy viendo todo. Veo a mi padre alzar la mano que rápido me despego del agujero y me meto tras las sabanas olorosas a humo de mi cama, ahora mi madre ya no lloraba en silencio, ahora gritaba fuerte del dolor por los golpes que mi padre le estaba dando en ese momento. Mis ojos se humedecieron y comencé a llorar por tanta impotencia de no poder hacer nada. Me tapo los oídos y cierro los ojos con demasiada fuerza pero los gritos de mi madre lograban penetrar el tapón que hacían mis manos, comienzo a morder las sábanas y hacer rechinar mis dientes para evitar aquel aterrador llanto cuando de pronto la ventana de mi habitación se abre con tanta fuerza que me hace reparar del susto. Al parecer mi padre dejo a mi madre en paz pues ya no escucho nada. Me pongo de pie para cerrarla y percibo que no logro escuchar algún tipo de sonido, ni siquiera el crujido de la ventana al cerrarse. Al girarme para ver nuevamente por el agujero, se escucha rugir algún animal a las afueras de mi casa provocando que nuevamente la ventana se vuelva abrir con demasiada fuerza, el aire entra con tanta potencia que hace tirar las pequeñas cosas que tenía en mi habitación, trato de salir corriendo pero recuerdo que mi madre me dejo encerrado. Nuevamente trato de cerrarla con mucho cuidado para impedir el paso del viento y a lo lejos veo la montaña inservible resplandecer de color azul metálico.

 Nuevamente trato de cerrarla con mucho cuidado para impedir el paso del viento y a lo lejos veo la montaña inservible resplandecer de color azul metálico

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