Capítulo 2: Parte 1

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El club de golf neoyorkino por dueños, socios y empleados estaba siendo ocupado esa noche para celebrar la inauguración de cinco mini establecimientos alrededor del estado imperial.

A las principales personalidades, Terrence Granchester se había acercado para saludar y presentar a su compañera, la cual, —pese a desconocer a todos, sonreía—, en el momento de ver una cara conocida, no dudó en moverse de su lugar para ir a un encuentro; además su ex esposo había sido llamado por un alto ejecutivo, y de espaldas al resto del grupo, le decía algo al oído.

La cabeza de nuestro protagonista se veía incesantemente decir "sí". Pero cuando dijera "no", Terry se giró a buscar a Candice.

Ésta estaba siendo conducida al área de salas del elegante lugar; y ahí, conforme la invitaban a tomar asiento, le decían:

— Mi abuela quedó encantada con tu trabajo.

— Gracias, Anthony. Me alegra saberlo.

— A nosotros más si te interesara decorar este lugar. ¿Qué te parece?

Una todavía sonriente ella, viendo hacia al mostrador frontal desde donde dos empleadas le miraban y secretamente se hablaban, calificaba:

— Bastante varonil.

— Sí, pero... —, el guapo rubio muy cercano a la fémina se había sentado; y al estar pasando un brazo sobre el respaldo del costoso sofá, le recomendaba: — un cambio no se vería mal, ¿no lo crees?

— Claro... sí — respondió Candice posando ahora sus ojos en la amplia puerta para que a través de ella viera únicamente las negras figuras de las gentes que afuera se divertían.

Quien no lo estaba haciendo, en el instante de percatarse que su ex mujer no estaba a su lado, pidió un permiso y a otro humano preguntó por ella. La dirección que se apuntara, allá iría él, empero dos segundos de haber estado caminando...

— ¡Señor Granchester! — lo nombraron con emoción; y con cierta prisa una coqueta y presentable mujer se le acercó diciéndole: — ya estaba pensando en que no volvería a verlo. Soy Susana A. Marlow, ¿me recuerda? La hermana de...

— Con permiso, señorita.

Él, descortésmente, la interrumpió para retomar su apresurado andar. Terrence, de sobra sabía quiénes eran. Y por lo mismo, a rescatar a su doncella se dedicaría. No obstante, cuando arribó a la sala la pareja ya no estaba.

Con la idea de raptarlo, Susana se había quedado. Entonces para que el otro cómplice llevara a cabo el plan, ella se hizo rápidamente de su celular para enviar un mensaje.

Recibida la singular línea "Fracasé y va para allá", Anthony fue de lo más audaz; y pudo convencer a Candice de ir con él. ¿La excusa? ¡La disque Abuela de ellos estaba entre los invitados! y feliz se pondría de ver a la decoradora y agradecerle personalmente su elaboradísimo trabajo.

El que lo tendría buscándolos, fue aún más astuto; y con una ispo facta señal, de los meseros se apoyaría para dar con la ubicación de la pareja que se esfumaba.

— ¡Anthony, Anthony! — hubo dicho Susana afuera y de un auto. — ¡La abuela se puso mal y la han llevado a casa!

Por lo alarmante que se escuchara, el rubio actuó también.

— ¡Candice, lo siento! ¡Pero debemos irnos!

— Está bien — dijo ella sin moverse más de la acera en la que quedara parada. Aunque...

— Tanto que le hubiera gustado verte — repitieron en tono lamentable. Y eso ayudó a decir:

— Si te sirve de algo...

— ¡¿Vendrías con nosotros?! — ¿acaso el tramposo la invitó?

— Bueno... — ella ya lo estaba dudando. Pero para demostrar la verdadera urgencia que se tenía:

— ¡Anthony, no podemos seguir perdiendo más el tiempo! – apuraba Susana. — ¡Sube al auto!

Y sí, el rubio lo hizo, pero después de haberlo hecho Candice, quien sorprendida se quedaría de ver a la otra rubia que se quedaba...

— Pero... — ¿apenas objetó?

— No te preocupes — intentaban tranquilizarla. — No te pasará nada, linda.

Con el arranque y la velocidad con que ya iba el auto, muy segura la ex señora Granchester no estaba. Sin embargo, luego de pasados unos minutos y ver que entraban a una mansión y ahí se informaba de un estado de salud, Candice se serenó muchísimo.

El joven rubio no le había mentido ni mucho menos secuestrado. La abuela de los rubios sí había sufrido una repentina baja de presión que... bueno, con gusto estaba decidiendo quedarse a su lado y también con gusto iba a aceptar hacer más decorados en los objetos de esa residencia. No obstante, en lo que nuestra protagonista seguía disfrutando de todo aquello, ignoraba que, de Susana, Anthony había vuelto a recibir otro mensaje de texto.

Habiéndolos visto partir en el auto, la rubia cómplice se giró para adentrarse nuevamente al club. Empero, estaba cruzando la puerta, cuando se topó con Terrence Granchester, el cual la tomó toscamente del brazo; y así, al estarla sacando, le advertía:

— ¡Háblale al imbécil de tu hermano y dile que tiene un segundo para que me devuelva a mi mujer!

Por supuesto, ante la fiera que se lo pidiera, Susana lo había hecho. Quien continuaba ignorándolo era Anthony. Rubio personaje que sonreía misteriosamente y yacía apoyado su codo en la repisa de la chimenea de la habitación de su parienta, y ésta mostraba animosamente a la agradable visita su colección de joyas familiares.

Terry, por su parte, pese al cuestionamiento del que hizo presa a la rubia, ella no soltó información alguna, viendo prontamente que él dejaba el club, y pidiendo la fémina que no fuera en una búsqueda, porque si lo hacía...

— ¿Qué más da? — hubo dicho la interrogada, la cual una vez más ingresó al lugar y se unió, sin más preocupaciones, a la celebración.

. . .

Para hacerse de un servicio que le llevara de regreso a casa, Terrence volvió a caminar millas de distancia. En éstas, únicamente le pedía con el pensamiento a su ex mujer...

— No vayas a hacer algo que haga arrepentirte después.

Él, ciertamente lo estaba. Siete años se dicen fácil. Pero vivirlos había sido duro y bastante largo. Sin embargo...

— No — se dijo así mismo; y un poco cansado, buscó asiento en medio de una extensa acera. — No puede hacerme esto.

Terrence posó su mirada en las luces que se avecinaban. Y al divisar un encendido anuncio, se puso de nuevo sobre sus pies y detuvo al vehículo. Por suerte un residente de esa área había usado ese taxi que le llevaría a él a casa.

Una vez allá, el plantado hombre iría a tumbarse boca abajo en el sofá que por mucho tiempo hubo sido el lecho de ella, de la cual todavía podía oler su femenina fragancia impregnada en el mueble aquel, en el que dormiría hasta que el sonido de un auto deteniéndose enfrente de la vivienda lo despertara.

Otra vez en casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora