Capítulo 1: Parte 1

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El bullicio de la afamada ciudad "La Gran Manzana" se extendía hasta sus metros y metros de profundidad: los subterráneos, los cuales por millones de personas más, eran bastante concurridos. Bueno, pues precisamente ahí, hay muchas historias por contar, muchas cosas por ver y también por escuchar además del estruendoso sonido de las máquinas ferroviarias corriendo velozmente por sus largos e interminables rieles y perderse a través de sus oscuros túneles. Ciertamente un lugar inusual para disfrutar, admirar y pasar las horas, sobretodo cuando se trataba de un día de descanso. La razón, ¿acaso la soledad? No. Era una mujer de color que cantaba y tocaba el teclado maravillosamente bien. Un talento por muchos ignorados y que se debía de valer para pedir a cambio... una moneda de la denominación que impulsara los corazones de quienes la oyeran.

Ella, Candice G. White, un día de hace muchos años atrás lo hizo; y a partir de aquel entonces... no, corrijamos de una vez, de aquél entonces no, porque en aquél entonces su tiempo lo dedicaba a alguien más, pero en cuanto ése se marchó, entonces sí, y desde hacía siete años, cada sábado que consistía en su descanso laboral, se metía por las puertas de la terminal; y luego de pagar su acceso, se dedicaba: a bajar por las largas escaleras eléctricas; a subir leves rampas para recorrer a pie extensos pasillos; a usar las escaleras de concreto con tal de llegar al último nivel del último subterráneo. Además de ser ese el que le llevara a casa, allí estaba la que cada semana a hacía volver a Candice.

Increíblemente los diálogos entre las dos mujeres, eran muy cortos; y ninguna de las dos sabía cómo se llamaban, pero eso sí, ¡cómo se conocían! Y la intérprete en cuanto la veía, las canciones que cantara, serían todas dedicadas a su fan número uno. Esa que consiguientemente de bajar las finales escaleras, en la banca de madera que yacía en medio de los tracks, se sentaba; cruzaba las piernas y los brazos, y así se quedaba por largos ratos. También con los ojos cerrados para concentrarse únicamente en la voz de la privilegiada y para que sus letras llenas de melancolía la transportaran a un lugar bellamente desconocido.

Si había un momento en que el hambre se anunciara, Candice simplemente se paraba para ir al puesto más próximo. Ya abastecida volvía a su lugar, no sin antes dejar una porción igual a la mujer aquella que justamente a las veintiún horas con cuarenta y cinco minutos levantaba sus pertenencias y ambas se marchaban.

Así de sencillo, y quizá para muchos aburrida, sin sentido y desperdiciada, se había convertido la rutina de los días sábados. Sin embargo, ese último que se vivía algo especial estaba por suceder en la vida de Candice.

Conocedora de la música que a su espectadora agradaba o hacía recordar, la cantante, para despedirse, empezó a tocar en su teclado las notas de "All of me" de John Legend.

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Otra vez en casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora