Capítulo 2: Parte 3

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Antes de contestar a la previa cuestión, Candice bajó la mirada; y curiosamente sus ojos fueron a toparse en el descubierto y marcado pecho de él quien oiría en tono tímido:

— ¿Qué harás si obtienes una negativa?

— Te la creeré si me la dices de frente —, ya que Candice ahora miraba la punta de su zapato, y en esa posición escuchaba: — Pero tus reacciones me indican lo contrario. No pudiste dejar de hacerlo.

— ¿No te parece que tu conclusión conlleva mucha arrogancia? —, la fémina finalmente lo vio gracias a la pretensión dicha.

— Quizá; y voy a agregarle a ello... que no.

— No, ¿qué?

— No has dejado de amarme como yo.

— Oh ya. Y me imagino que quieres que te lo diga, como tú lo hiciste, ¿no?

— No — él negó con la cabeza. Después actuaría: — pero sí que me lo demuestres.

En cosa de un tris tras, Terry, monstruosamente poseído se hizo de la pobre boca de Candice. Ésta, despegada un poco de la pared, entre los brazos que la habían engrilletado peleaba por zafarse con lo que podía porque hasta patadas tiraba.

Conseguido, bueno, apenas liberada una mano, al estarse sintiendo verdaderamente asfixiada por el voraz beso, ella lo pescó de los cabellos; y por más esfuerzo que hacía por separarlo, una rendición no iba a tardar en aparecer para no decir que... ceder ante la demanda de la pasión que por años la había tenido abandonada.

Intacto su cuerpo y largamente añorado por ser tomado por el de él, Candice empezó a corresponder al hambriento beso y a las urgentes caricias que ya habían brotado. ¿Cómo? Al tenerla una mano sujetada y con fuerza por la nuca, otra ya le había subido con prisa la corta falda de su vestido naranja recientemente comprado, habiéndose apoyado con una pierna para separar las de ella quien seguía batallando para tomar aire. Para dárselo, ya una vez acomodados, fue el turno del top, quedando en cosa de nada una prenda toda enrollada en el torso femenino, ese en el que se notaba el acelerado subir y bajar de una respiración. Oxígeno que al fin se permitiría tomar en el momento de...

— N-no — Candice lo pidió baja y ¿suplicantemente?, además de haber sentido sus gruesos dedos intentando remover su delicada pieza interior después de haber removido las personales.

— De veras ¿no? — re-cuestionó un esforzado él, el cual, estaba más que listo para volver a hacerla su mujer, la que, aunque repitiera negativa con la boca, su cuerpo anhelante de él hubo dicho todo lo contrario. Por eso, la perfecta y exacta erección no tardaría en introducirse en la cálida, húmeda y ansiosa femineidad.

Debido a la bienvenida, el que también estaba en las mismas, no dudó en expresar lo bien que eso le había sabido. Y continuaría haciéndolo para que ella no se reservara ni tampoco perdiera el ritmo en su impetuosa entrega de amor.

Con ella, Candice, en su mente, revivía todo aquel excitante tiempo vivido con él. Empero el que vivía en el presente, tenía nada que ver con el pasado porque para ella estaba resultando una nueva y mejor experiencia carnal; lo que la hacía decirse que sí, lo amaba. Lo amó pese a los años de ausencia. Que lo amaría siempre porque sólo con él podía liberarse, gozarse y sentirse como en ese momento, en el que, por haberse extrañado mutuamente, los traicionaría el arribo de un temprano clímax, y con su orgásmica sensación las incontrolables exclamaciones serían imposibles de silenciar.

Hecho así y expulsado todo su vigor, sintiéndose flaquear, Terry la sujetó fuertemente, y de rodillas, al suelo, cayó. Igualmente, débil, Candice, con lo que le quedaba, se había aferrado al cuerpo trabajado y palpitante de él quien le decía entre cortados resuellos lo mucho que la había extrañado.

Otra vez en casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora