A la orilla del colosal Río Hudson, en la parte de la ciudad neoyorkina, había un pequeño y privado muelle de yates. Uno de estos y muy bien equipado, después de haber navegado por el paradisiaco caribe, lo hacía por las dulces aguas del río previamente mencionado y buscaba estacionarse.
Conseguido el objetivo, de inmediato los marineros se dispusieron a bajar. Empero el que ayudara a atar una nave, luego de agradecer el viaje, con una simple bolsa de plástico en la mano se despidió para caminar por esa larga avenida y calles y calles arriba hasta llegar a la 178, donde había una terminal de autobuses, los cuales transitaban por el puente George Washington. Atravesado éste, la primera parada se solicitó para descender, y posteriormente ascender por unas escaleras y abordar otro servicio público.
El tiempo que se estuvo alejado de ese lugar, lo hacía desconocido para su persona, la cual, luego de pasarse unas calles, pidió ser dejada en la que se circulaba. Ya sobre la acera, se caminaría media milla; y ahí, donde se detuviera, miraría la casa que buscaba.
En medio de un edificio de departamentos habitacionales y un banco de arquitectura colonial estaba la vivienda de dos niveles, rectangular estructura y su acceso de escaleras amplias de concreto pegado a la pared izquierda del primer inmueble. Eso, el acceso, parecía no recordarse; y es que el segundo piso era el habitado. El primero lo estaba ocupando un restaurante de comida mediterránea con dos cajones de estacionamiento.
Porque unos clientes de aquel rentado local se marchaban, quien yaciera de pie sobre la acera se dispuso a subir las escaleras. Al topar arriba con la puerta, se tomó su manija. Bloqueada ésta, se miró hacia el estrecho corredor que había a la derecha; también a tres ventanas, las cuales se intentarían abrir. La primera estaría como la puerta: cerrada. La segunda sería una imitación, empero la tercera sí abriría tanto su vidrio por fuera como su mosquitero interior. Sin embargo, se negaría el paso ya que una gran tabla, quizá perteneciente a un mueble de madera, lo obstaculizaba.
Para demostrar la frustración sentida, con los nudillos se golpeó esa improvisada pared. Posteriormente se dispusieron a descender.
Abajo y frente a la visita se construía una plaza comercial. A un costado y en la esquina de esa calle, había una cafetería. Afuera de ella, había una banca que por años seguía siendo ocupada por un vecino del lugar. A él, sin pensarlo, se dirigieron, sorprendiéndose de un reconocimiento después de haber dicho...
— Señor MacGregor, dichosos los ojos que vuelven a verlo.
— Lo mismo me gustaría decirte, muchacho, pero ya ves, no puedo.
El recién llegado, luego de sentarse, lo corroboró. La luz en los ojos de ese humano se había apagado, pero no su buena memoria. Así que se le indagaba:
— ¿Adónde fuiste a meterte tanto tiempo, eh?
— Eso quiere decir... que me recuerda
— Por supuesto, kid. Eres el empleado del Señor Yong Yong.
— Lo fui, señor MacGregor. Lo fui.
— Es verdad. Se me olvidaba que te ca...
El grueso bastón que se soltó de unas manos para caer escandalosamente al suelo, el más joven de esos dos hombres se dispuso a levantarlo y entregarlo a su dueño. Empero en el momento de pretenderse tomar de nuevo un asiento...
— ¿Terry? — lo nombró otro hombre.
— ¡Charles! — se reconoció a un agente de tránsito. Y en lo que dos manos se estrechaban, con fuerza se decía:
— ¿Y eso? ¿Qué vientos te empujaron para acá?
— Pues ya ves
— ¿Vienes por...?
— Sí — interrumpieron la cuestión para aseverar: — pero no está en casa.
— Claro que no. Es sábado
— ¿Y tiene algo en especial?
— Para ella sí. A la cual no podrás ver sino alrededor de las diez y media u once de la noche.
— ¿Tan tarde anda fuera?
— ¿Qué quieres que te diga, champ? No es mi mujer
— Sí... claro — se respondió bajamente, decorándose en un rostro un fruncido gesto.
Quien lo miraba, sonreía. De sobra sabía la historia que seguiremos contando. Una que había iniciado precisamente en el lugar mencionado. Él era el que preparaba cosas sencillas. Ella la encargada del teléfono y de la caja. Una relación de dos jóvenes que además de trabajar juntos lo hacían para pagarse sus estudios universitarios. Lamentablemente por el amor surgido entre ellos lo segundo ya no pudo ser. Tampoco el seguir gozándose como lo hacían. Y de eso, que pasaban gratos momentos juntos, todo el mundo lo sabía. Lo que no... el hecho de su separación. Y quizá, aprovechando que lo tenían enfrente, le preguntarían. No obstante...
— Charles, gusto en saludarte. También a usted, Señor MacGregor —, quien indagaba una vez más:
— ¿Te vas ya?
— Sí, pero... nos vemos después.
— Adiós — le respondieron dos, viendo esos a un tercero tomar rápidamente un servicio privado.
. . .
De acuerdo al dato, parecía que aquel hombre sabía dónde encontrar a la mujer buscada. Pero al intentar ir allá, el pesado y largo tráiler bloqueando ambos lados de una avenida se lo impidió. También el que ella llegara a casa "temprano". Aunque "temprano" sí sería cuando se le viera caminar por la solitaria y alumbrada calle, y meterse en el establecimiento abierto las veinticuatro horas del día para hacerse de algunos víveres.
Con esos en dos bolsas de plástico, la fémina retomaba su vereda. Ésta ya era corta, y por lo mismo pudo identificar a alguien entre un grupo de más vecinos que estaban en la esquina de la calle próxima. Sin embargo y sin alterarse, ella continuó llevando el ritmo de sus pasos. Y a los hombres, cuando pasó a su lado, saludó. Con quien topara su mirada le sonrió levemente y prosiguió su camino.
Él, por supuesto, la seguiría después de despedirse de aquellos quienes les desearon buena noche a los dos.
Alcanzada, de la mano de Candice se quitó una bolsa. La otra se le pidió. Ella las entregó sin decir nada. Pero en el momento de detenerse al pie de las escalinatas que la conducían a casa...
— Buenas noches — deseó ella pidiendo sus pertenencias.
— ¿No me invitarás a entrar? — se le respondió.
— ¿A casa? Por supuesto. Es tuya. Aquí traigo las llaves —, las que en un bolso se buscaran.
Halladas, fueron entregadas. Terry las tomó, subiendo su persona por los escalones y ser el encargado de abrir una puerta. Por ella, Candice cruzaría consiguientemente de haber sido invitada a entrar. Cuando él lo hizo detrás de ella, en lo que la mujer iba hacia otra puerta, el hombre posó inmediatamente sus ojos en algo que ya no estaba más. Se trataba de un grueso tronco de árbol.
¿Un árbol en el interior de una casa se preguntarán? Sí, ya que ésta se había construido a su alrededor. Representaba mucho para los antiguos ocupantes. Por ello lo hicieron así. Ellos, la pareja en aquel entonces formada por Candice y Terry, cuando lo vieron les llamó la atención y les pareció perfecto. Fungía muy bien como mesa de centro. Y en ella, ellos...
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Otra vez en casa
Fiksi PenggemarUna idea que surge por el cariño de muchas cosas. Entre ellas: mi hermosa ciudad a la que pronto regresaré. ESTA HISTORIA, COMO LAS ENCONTRAS EN MI PERFIL, SON DE MI TOTAL AUTORÍA. NO DE DOMINIO PÚBLICO COMO SE ESTIPULA.