CAPÍTULO 3

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—¿Nos vamos ya? — Le digo a Claudia cuando doy por finalizada la sesión de entrenamiento.

—De eso nada— responde como si nada —, todavía nos queda hacer los estiramientos o no podremos movernos en todo el día.

—Yo ya no hago una mierda más — me niego en rotundo. Hasta respirar me está costando un trabajo enorme.

—Bueno, luego no digas que no te lo advertí — se agarra a unas maderas y comienza a doblarse como si fuera un chicle.

—¿Cómo coño haces eso? — Tuerzo mi cabeza para verla mejor, no la imaginaba tan flexible.

—En casa siempre procuro mantenerme en forma y ahora que han abierto esto, no podía dejar pasar la oportunidad. Los otros gimnasios me pillan demasiado lejos y con el niño me sería imposible.

Sigo observándola y cuando termina, cuelga la toalla sobre sus hombros. Recogemos nuestras cosas y nos marchamos.

Sentarme en el coche se convierte en un verdadero suplicio, mis piernas apenas me sostienen. Es como si me hubiera dejado toda la fuerza olvidada por ahí.

—¿Estás bien? — Pregunta al ver que tengo que sujetarme a todas partes para poder doblarme. Casi hubiera preferido ir caminando, pero estoy tan agotada, que aunque solo hay unos metros de distancia, dudo que consiguiera llegar.

—Sí, es solo que parece que he estado practicando sexo durante toda la semana sin parar.

—Pues verás dentro de un rato — se carcajea.

—¿Esto todavía se pondrá peor?

—Un poquito — hace un gesto con el índice y el pulgar para indicarme cuánto.

Cuando llegamos a la puerta de la casa de mis padres, resoplo. El trayecto de vuelta se me ha hecho mucho más corto que el de ida, y reconozco que me hubiera gustado que durara más.

—¿Mañana a qué hora? – Claudia me mira sonriente.

—Te lo digo en el trabajo porque no sé todavía como acabaré.

—Hoy y mañana tengo libre.

—Es verdad... — maldita su suerte.

—¿Te parece bien a la misma hora que hoy? — Levanta una ceja para presionarme. Sabe que si me da tiempo a pensarlo, me echaré para atrás.

—De acuerdo... pero no voy a apretarme tanto como hoy. Necesito aguantar mi turno bien para que el encargado no me dé el coñazo. Ultimamente está insoportable.

—Te entiendo — exhala —. Pues  entonces mañana nos vemos – nos despedimos y cuando voy a bajarme, clamo al cielo para mis adentros. ¿Por qué me duele más el cuerpo? Solo ha sido una maldita hora.

Al legar a la puerta, mis brazos pesan mucho más de lo habitual y me cuesta un mundo girar la llave. Cuando por fin lo consigo, tengo que luchar para que mis pies me obedezcan. Es como si la gravedad se hubiera intensificado diez veces más.

—¿Cariño, eres tú? — Mi madre habla desde la cocina.

—Sí — digo con esfuerzo. Hasta a mi voz parece costarle salir. ¿Qué ha hecho conmigo ese animal?

—¿Puedes traerme la bolsa de patatas que hay junto al sofá? La tuve que dejar ahí porque vine muy cargada de la tienda.

—Claro — miro a la bolsa como si fuera el menhir Obelix, y tras un fuerte suspiro, me armo de valor y la levanto – AH, AH –mis glúteos protestan y casi no me puedo agachar. El dolor es tan intenso que parece que tuviera a un perro detrás mordiendo mis gluteos. Alzo la bolsa todo lo que puedo, pero no consigo subir las patatas a la encimera y mi madre tiene que ayudarme para que no se me caigan.

Con S de secretos (A la venta en Google Play Libros,  Amazon, Kobo, Nubico...)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora