Capítulo 2

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DURANTE los largos días y semanas que había pasado en el hospital nunca se había desmayado. Durante los aterradores meses que había durado su lenta recuperación nunca se había desmayado. Durante los doce meses pasados había rogado con fervor para encontrarse con alguien que dijera su nombre.
Sin embargo, cuando por fin alguien lo había hecho, se había desmayado.
Victoria recuperó la conciencia pensando confusamente en todo aquello. Se encontraba tumbada en uno de los sofás del vestíbulo y Daniela estaba agachada junto a ella, sosteniéndole la mano. Un murmullo de voces la rodeaba.
- ¿Estás bien? -preguntó Daniela con ansiedad en cuanto vio que su amiga abría los ojos.
-Me conoce -susurró Victoria-. Sabe quién soy.
-Lo sé -asintió Daniela con delicadeza.
El desconocido apareció de pronto tras su hombro. Aún parecía demasiado grande, demasiado moreno, demasiado...
-Lo siento -dijo con voz ronca-. Verte ha supuesto tal conmoción, que he actuado sin pensar -se interrumpió, tragó con evidente esfuerzo y añadió-. ¿Te encuentras bien cara?
Victoria no respondió. Su mente estaba demasiado ocupada tratando de asimilar el atemorizador hecho de que aquel hombre parecía conocerla, mientras que para ella él era un completo desconocido. No era justo... ¡no lo era! Los médicos habían hablado de la posibilidad de que una conmoción como aquella le hiciera recuperar la memoria.
Pero no había sido así. Una intensa decepción hizo que volviera a cerrar los ojos.
-No -rogó él con aspereza-. Victoria... no vuelvas a desmayarte. No estoy aquí para... -alargó una mano y la tocó en el hombro.
Los sentidos de Victoria enloquecieron, provocándole una oleada de pánico que la hizo erguirse casi con violencia.
-No me toques... -dijo, temblorosa-. No te conozco. ¡No te conozco!
El hombre masculló una maldición y en ese momento apareció a su lado el señor Sánchez, que murmuró algo en italiano. El otro hombre contestó en la misma lengua, luego giró sobre sus talones y se sentó con brusquedad en una silla cercana, como si acabara de quedarse sin fuerzas. Sólo entonces se le ocurrió a Victoria que, si de verdad la conocía, él también debía estar conmocionado.
Daniela le ofreció un vaso de agua.
-Bebe -dijo en tono imperativo-. ¡Tienes un aspecto terrible!
El desconocido alzó la cabeza y miró a Victoria a los ojos. Por un momento, ella sintió que se hundía en su oscura profundidad, como atraída por algo más poderoso que la lógica. Confundida, apartó la mirada y se cubrió el rostro con una mano mientras trataba de controlarse, por que tenia emociones encontradas se sentía fuertemente atraída hacia él, pero a la vez un pánico atroz, como si ese hombre pudiera regir su destino.
- ¿Está bien?
- ¿Qué le ha pasado?
- ¿La ha molestado ese hombre?
Oír aquel barullo de preguntas hizo recordar a Victoria que había otras personas presentes.
-Sácame de aquí -susurró a Daniela.
-Por supuesto -dijo su amiga, comprensiva, y se irguió antes de tomar el brazo de Victoria para ayudarla a levantarse.
Fue una ayuda providencial porque, en cuanto se puso en pie, Victoria sintió una punzada de dolor en la rodilla que le hizo gemir de dolor.
Daniela frunció el ceño.
-Al caer te has golpeado la rodilla mala contra la esquina de la mesa -explicó mientras señalaba la falda azul marino de Victoria, que acababa justo por encima de su rodilla-. Espero que no te la hayas dañado más.
Victoria apretó los dientes y empezó a caminar cojeando hacia una puerta en la que había una placa que decía Sala de Personal.
El desconocido se puso en pie de inmediato.
- ¿A dónde vas? -preguntó con aspereza.
-A la sala de personal -respondió Victoria y, reacia, añadió-: Puedes venir si quieres.
-Desde luego que quiero -replicó él, y se movió para seguirlas, pero se detuvo enseguida y miró a su alrededor-. ¿Sois las dos únicas personas encargadas de atender la recepción? -preguntó.
Norteamericano. Su acento era norteamericano, pensó Victoria, confundida, pues acababa de oírle hablar en italiano con Rufino Sánchez.
-El director está de viaje -explicó Daniela-. Voy a acompañar un momento a Victoria y enseguida vuelvo.
- ¡No! - protestó Victoria a la vez que estrechaba convulsivamente la mano de su amiga-. ¡No me dejes sola con él! -susurró, sin preocuparla si el desconocido la oía y se ofendía.
-De acuerdo -dijo Daniela, aunque con expresión preocupada.
Aquel era el día más ajetreado de la semana en recepción, y no podían abandonarlo las dos a la vez así como así.
-Rufino -incluso Victoria, en su estado de conmoción, percibió la autoridad que había en el tono de aquel hombre cuando hablaba así-. Ocúpate de la recepción -al ver la expresión insegura de Daniela, añadió-: No te preocupes. Sabe lo que hace. Vamos ahí, ¿no? -preguntó a la vez que señalaba la puerta que había junto al mostrador de recepción.
Victoria asintió y tuvo que morderse el labio inferior para no volver a gemir de dolor cuando empezó a caminar. El hombre las siguió tan de cerca que casi pudo sentir su aliento en la nuca.
Se estremeció y deseó que se alejara un poco para darle tiempo de recuperarse y pensar. No quería que estuviera allí. No le gustaba. No quería que le gustara... Pero, teniendo en cuenta que aquel hombre podía ser el enlace con su pasado, era una estupidez reaccionar así.
Una vez sentada en una de las sillas de la sala de personal, Victoria pidió a Daniela que fuera a su cuarto por unos analgésicos. El desconocido ocupó una silla junto a ella. Al percibir el calor de su cuerpo y su ligero aroma a loción para el afeitado, Victoria tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no apartarse de él.
- ¿Duele mucho? -preguntó él a la vez que señalaba su rodilla.
-No, no mucho -mintió Victoria.
- ¿Te heriste la rodilla de gravedad en el accidente?
Ella lo miró sin ocultar su sorpresa.
- ¿Sabes lo de mi accidente?
-Si no lo supiera, ¿cómo iba a haberte encontrado?-replicó él, enfadado.
Victoria se estremeció al oír su tono. El suspiro y se inclinó hacia ella.
-Lo siento -dijo-. No pretendía hablarte así -al ver que ella no decía nada: siguió hablando-. Rufino estaba inspeccionando unas propiedades que hay por aquí. Vio el artículo sobre ti que apareció en el periódico local y reconoció tu foto. No podía creerlo, ni yo tampoco cuando me llamó a Nueva York para... -las palabras parecieron bloquear su garganta y tuvo que tragar.
-¿Quién es Rufino? -preguntó Victoria.
Él la miró con dureza.
- ¿No crees que ya es hora de que preguntes quién soy yo? -sugirió.
Victoria negó enfáticamente con la cabeza. Era extraño, y no sabía exactamente por qué, pero todavía no se sentía preparada para saber quién era.
-Ese hombre... Rufino -insistió en lugar de contestar-. Se ha quedado aquí estos últimos días para tenerme vigilada, ¿no?
El reaccionó a su negativa a contestar tensando la mandíbula.
-Sí -contestó-. Cuando me llamó y me contó lo de tu accidente y... -tuvo que interrumpirse a la vez que alzaba una temblorosa mano hasta su boca-. No quiero pensar en eso ahora -murmuró al cabo de un momento-. No puedo soportarlo...
-Lo siento -murmuró Victoria, comprendiendo que el horrible artículo lo hubiera afectado.
- ¿Sientes haber sobrevivido cuando otras seis personas murieron?
Las ásperas palabras del desconocido hicieron que una fría rabia se apoderara de Victoria.
-No siento ningún placer por haber sido la afortunada -replicó con frialdad-. Seis personas murieron. Yo sobreviví. ¡Pero si crees que he pasado el último año considerándome afortunada a su costa, estás muy equivocado!
-Yo he pasado el último año deseándote el infierno -dijo él-. Y ahora he descubierto que ya estabas viviendo en él...
Aquello era cierto, reconoció Victoria. Había estado viviendo en el infierno. ¿Pero qué había hecho para que aquel hombre le hubiera deseado algo tan cruel?
Fuera cual fuese el motivo, sus ásperas palabras dolieron y no sirvieron precisamente para que se sintiera más cómoda con él. De hecho, estaba asustada.
El debió darse cuenta, porque de pronto se puso en pie.
Debía medir más de un metro ochenta y la habitación pareció empequeñecerse con su presencia. Dejó escapar un áspero suspiro y murmuró algo que sonó como una maldición. Cuando lo hizo, parte de la tensión reinante abandonó el ambiente.
-No estoy llevando esto muy bien -admitió finalmente.
Victoria estaba de acuerdo, pero sabía que ella no lo estaba haciendo mejor.
Daniela fue muy oportuna reapareciendo de nuevo.
Miró con cautela de un tenso rostro a otro, se sentó junto a Victoria y le entregó el tubo de analgésicos y un vaso de agua.
-Gracias -murmuró Victoria.
Sacó dos pastillas del tubo, las tragó con ayuda del agua y luego se apoyó contra el respaldo de la silla. Cerró los ojos a la espera de que hicieran su efecto. La rodilla le dolía bastante y tenía la sensación de que le ardía, lo que le hizo pensar que debía haberse llevado un buen golpe.
Pero tuvo que admitir que ese no era el verdadero motivo por el que estaba sentada con los ojos cerrados. En realidad era un modo de escapar de lo que estaba pasando allí. Sentía que la oscura sombra de aquel hombre amenazaba con engullirla por completo.
Además, había demasiado silencio. El suficiente como para dejarle sentir que Daniela y él estaban intercambiando silenciosos mensajes que debían implicarla a ella, aunque no se molestó en abrir los ojos para averiguar de qué se trataba. Pero enseguida tuvo oportunidad de hacerlo.
-Vicky... -La voz de Daniela sonó cargada de ansiedad-... ¿crees que vas a estar bien? Yo debería salir a comprobar que todo va bien.
Victoria comprendió que el plan consistía en dejarla a solas con el hombre. No quería quedarse sola con él, pero tampoco tenía mucho sentido retrasar lo inevitable. Además, comprendía el aprieto en que se encontraba Daniela. Les pagaban por hacer un trabajo, y aquel hotel ya tenía una reputación lo suficientemente mala como para que sus empleados se dedicaran a abandonar su puesto.
De manera que asintió y se obligó a abrir los ojos y a sonreír.
-Gracias. Ya estoy bien.
Daniela se levantó, miró con expresión preocupada a su amiga y salió de la habitación.
El silencio reinante se volvió opresivo.
Victoria no movió un músculo, y él tampoco.
- ¿Y ahora qué? -preguntó ella cuando no pudo soportar más la tensión.
-Es la hora de enfrentarse a la verdad -contestó él, reacio.
Tras mirarla unos segundos, volvió a sentarse junto a ella y alargó una mano hacia el vaso.
Sus dedos rozaron levemente los de Victoria, que sintió que su pulso se aceleraba al instante. Le quitó el vaso, lo dejó en la mesa y luego la desconcertó aún más tomándola de la mano.
-Mírame -dijo.
Victoria bajó la vista y la fijó en sus manos unidas; la orden le hizo apretar los dientes, pero fue incapaz de mover un músculo.
-Sé que todo esto supone una terrible conmoción para ti, Victoria, pero tienes que empezar a enfrentarte a ello...
Aquello era cierto, pero no quería hacerlo.
-Al menos, empieza por mirarme mientras te hablo.
Victoria necesitó hacer acopio de todo su valor para alzar la vista y mirarlo directamente.
«Es tan guapo...», fue el primer pensamiento que pasó por su mente. Tenía el pelo moreno y liso, y su piel poseía un bronceado que parecía completamente natural en él. Sus ojos color verde oscuro estaban enmarcados por largas pestañas negras. Tenía una nariz recta y perfectamente equilibrada y una boca firme pero también sensual. En conjunto tenía un rostro muy atractivo, de fuertes rasgos.
Pero seguía siendo el rostro de un completo desconocido.
Un desconocido que estaba a punto de insistir en que no lo era. De hecho, había una intimidad en su forma de mirarla que hizo comprender a Victoria que aquel hombre la conocía muy bien. Probablemente, mejor que ella a sí misma.
-Victoria -continuó él-. Sabes que te llamas Victoria.
Ella agradeció tener una excusa para retirar su mano de la de él y alzarla para apartar ligeramente el cuello de su blusa y mostrarle el colgante en el que llevaba su nombre escrito en letras de oro.
-Es lo único que me quedó -explicó-. Todo lo demás se perdió en el fuego.
El frunció el ceño.
- ¿Te quemaste?
-No, alguien me sacó del coche antes de que estallara -alzó una temblorosa mano hacia su sien-. Me herí en la cabeza, en el brazo... -zarandeó ligeramente su brazo derecho-... y mi pierna derecha.
Él bajó la mirada hacia su rodilla. Ni siquiera las gruesas medias que Victoria llevaba puestas podían ocultar por completo las cicatrices. Luego miró su sien.
-Tu encantador rostro... -murmuró a la vez que alzaba una mano para tocarle la cicatriz de la sien.
Victoria se echó hacia atrás instintivamente. Llevaba varios meses disfrutando del mero hecho de estar viva y sin sentir ningún rechazo al evidente deterioro físico con el que había sobrevivido, pero en aquellos momentos sintió una terrible necesidad de ocultarse.
¡Y todo por culpa de aquel hombre! No había duda de que era una de esas personas que gozaban de una perfección física envidiable y que sin duda se rodeaban de ella siempre que podían. Victoria supo en ese instante que, fuera quien fuere aquel hombre, y fuera cual fuese la relación que habían mantenido, ella ya no podía encajar en su selectivo gusto.
Se levantó y se apartó... ¡aunque sin la misma elegancia que él había mostrado al hacerlo, por supuesto!
- ¿Quién eres? -preguntó con sequedad.
El se levantó antes de contestar.
-Mi nombre es San Román -contestó con voz ronca-. César San Román.
-San Román -repitió ella con suavidad-. ¿Del Consorcio de Hoteles San Román?
El asintió mientras la miraba con atención, buscando algún indicio de que su nombre pudiera significar algo para ella. Pero Victoria solo experimentó la misma extraña sensación que el día anterior, cuando Bruno pronunció aquel mismo nombre.
- ¿Y yo? -susurró-. ¿Quién soy yo?
-También te apellidas San Román -contestó él con suavidad-. Eres mi esposa...

Secretos del Pasado (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora