El se detuvo y ella contuvo el aliento. ¿Habría hablado en voz alta sin darse cuenta? César se volvió y la miró con gesto inexpresivo.
— ¿Vienes?
Victoria sintió un gran alivio, aunque una parte de sí misma habría querido permanecer donde estaba con gesto desafiante.
—Yo... sí —dijo, y se acercó a él con la clara sensación de haber perdido el control de la situación—. ¿A dónde vamos?
—A algún lugar menos emotivo en el que acabar esta conversación —replicó él en tono retador.
Pero no había tal lugar en el interior del hotel. César comprendió el error que había cometido en cuanto entraron en el antiguo despacho del padre de Victoria y vio la expresión demudada de esta. Pensó que tal vez debería esperar y concederle el tiempo que quería para recuperarse adecuadamente antes de abordar los temas pendientes entre ellos. ¿Pero cómo iba a recuperarse sin la ayuda de la verdad?
Irritado, se acercó al bar y se sirvió un whisky.
— ¿Ha cambiado algo este despacho? —la voz de Victoria sonó cargada de emoción.
César dio un sorbo a su vaso antes de responder.
—Aparte de haberlo adaptado a las exigencias del Ministerio de Sanidad, no —contestó, sin añadir que él dio orden de que no se cambiara nada a no ser que fuera imprescindible hacerlo. Cuando se volvió, vio que Victoria deambulaba por el despacho, tocando las cosas con gran delicadeza—. Hablemos de tu padre—añadió.
Los ojos de Victoria se iluminaron al instante, pero se apagaron con la misma velocidad.
—Adoraba este lugar —dijo, y suspiró trágicamente.
—Pero te adoraba aún más a ti, cara...
Si la hubiera golpeado con un látigo, Victoria no se habría mostrado más ofendida.
— ¿Porque estaba dispuesto a comprarme el hombre al qué amaba entregándole este lugar? —sugirió, dolida.
César dejó el vaso en el escritorio, se acercó a ella en dos zancadas y la tomó por los hombros. Sus ojos brillaban de furia contenida y, con un pequeño zarandeo, la obligó a escucharlo y a creer lo que estaba a punto de decirle.
Ella quiso rebatirlo incluso antes de que empezara a hablar, pero se limitó a mirarlo, paralizada.
—Tú padre no me dio este lugar para comprarme, Victoria —dijo él con firmeza—. Me lo dio porque estaba arruinado.
— ¡No! —negó ella de inmediato.
—Sí —insistió él, con tanta calma que Victoria supo que estaba diciendo la verdad—. Tu padre sabía que estaba muy enfermo. Sabía que estaba arruinado por los malos manejos de tu hermano Servando y con el desfalco que este provoco en la cadena, además el Ministerio de Sanidad amenazaba con cerrar los hoteles si no invertía millones en ponerlos al día. Así que, ¿quién mejor para pagar los gastos que su rico y enamoradísimo futuro yerno?, el me había observado durante toda la semana que yo te observaba a ti sin que te dieras cuenta, entonces me llamo a su oficina y me propuso el negocio, sabía que aceptaría y el quería dejarte protegida, que su princesa tuviera lo que siempre había tenido sin preocuparse por nada.
El cinismo había vuelto a apoderarse de su tono. Un asombrado horror dilató las pupilas de Victoria.
— ¿Crees que te tendí una trampa?
César rió con aspereza.
—No tengo tan poca autoestima —dijo, y volvió por su bebida.
Pero su mano temblaba cuando se llevó el vaso a los labios.
—No te creo —dijo Victoria—. Ese es el motivo por el que no te fiabas de mí... por el que creíste la versión de Demetrio que tenia amantes y no la mía respecto a lo que sucedió aquella noche.
—Ciñámonos a un problema antes de abordar otro —dijo, él en tono cortante.
—Si das un sorbo más a ese whisky, vas a tener que soportar que sea yo la que conduzca hasta casa.
César se volvió, furioso.
— ¿Y quién dice que nos vamos a ir juntos?
Su reacción conmocionó a Victoria, que tuvo que sentarse en la silla más cercana. Se llevó una mano a la frente, donde sus confusos recuerdos seguían luchando por hacerse oír.
—En ese caso, explícame lo del Bressingham —murmuró.
El suspiró y se apoyó contra el borde del escritorio.
—Tu padre sabía que estaba enfermo. Necesitaba dinero y, naturalmente, acudió a mí. Me ofrecí a pagar sus deudas, pero él era demasiado orgulloso como para aceptarlo, de manera que me planteó otra alternativa. Me daría el Bressingham si me comprometía a hacer lo necesario para mantenerlo abierto. Y no debía mencionarte nada al respecto —añadió con cautela.
— ¿Por qué?
— ¿Tú qué crees? —César suspiró—. Su valiosísima y preciosa hija no debía preocuparse por nada. El día de su boda se acercaba. Había cazado a su príncipe...
—Si no dejas de decir cosas insultantes, corres el riesgo de que te arroje algo a la cabeza.
—La antigua Victoria lo habría hecho sin advertirme.
Pero la antigua Victoria había muerto en una carretera en Devon, pensó ella sombríamente. Y la nueva aún estaba luchando por evolucionar a partir de lo que quedaba de ella.
—Sigue, por favor —dijo.
César se encogió de hombros.
—Queda poco por decir. Llegamos a un acuerdo por el que yo haría lo que tu padre me pedía. Pero ya que yo también debía tener en cuenta mi orgullo, me negué a tomar posesión del hotel hasta que estuviéramos legalmente casados; por eso tenían esa fecha los documentos que te fueron entregados. Eso me ayudó a justificar lo que estaba haciendo.
—Empezar nuestro matrimonio con mentiras —dijo Victoria.
—Lo siento.
Pero la disculpa de César no bastó, porque no era fácil perdonar... «No», se corrigió Victoria. Era difícil perdonar a las dos personas que más había querido en su vida por haberla engañado como lo habían hecho.
— ¿Acaso era tan débil y patética que sentisteis que teníais que protegerme de la fea verdad? —preguntó, dolida.
César apartó la mirada.
—Ese fue el trato. No podía romperlo.
—Y en lugar de ello rompiste los votos que me hiciste al casarnos —concluyó ella.
Entonces recordó que César había sospechado que ella estaba al tanto del trato de su padre.
Una conspiración en silencio. Sonrió sombríamente al pensar en ello. Incluso el testamento de su padre había sido cuidadosamente redactado, con una simple línea en la que dejaba «todo lo que poseía» a su hija. César se había ocupado de los detalles, y a ella no se le ocurrió interrogarlo al respecto en ningún momento. Para él, eso debió ser una prueba suplementaria de su implicación.
«Qué tela de araña tan enmarañada», pensó, y se puso en pie.
—Si eso es todo —dijo con voz ronca—, creo que me gustaría irme.
— ¿A dónde?
—A casa, a hacer el equipaje, para ir a buscar a MI HIJO. No creo que quede nada más por decir.
—En eso estás muy equivocada —dijo César con brusquedad—. No hemos hecho más que empezar con las explicaciones. Y si crees que voy a quedarme cruzado de brazos viendo cómo vuelves a abandonarme, y te llevas a NUESTRO HIJO, estás muy equivocada.
—La primera vez no me viste.
—Demetrio —murmuró César—. Todo vuelve siempre a Demetrio.
«Demetrio, sí, Demetrio», asintió Victoria en silencio. Demetrio, que había ido a vivir con ellos en Londres pocas semanas después de su boda. Demetrio, que había simulado adorar a su hermanastro cuando en realidad sentía un profundo rencor por él, por su dinero, por su poder, por su esposa inglesa. Demetrio, el pariente pobre, nacido del padre equivocado, según él. Habría querido ser un San Román, pero no le quedó más remedio que conformarse con ser un Delacroix. Demetrio que me hacia insinuaciones obscenas y me acosaba día con día. Demetrio que intento violarme y tu no hiciste nada para ayudarme, me abandonaste cuando más te necesitaba, no sé si podre perdonarte eso César, puedo entender que me amaras y me engañaras para que nos casáramos, puedo entender que me ocultaras a mi hijo, según tú para "Protegerme", pero no me pidas que te perdone cuando viste que tu hermano me estaba Violando y no hiciste nada, por el contrario me humillaste, quieres que te cuente como me sentí esa noche, el hombre que amaba con todo mi ser, que idolatraba, el padre de mi hijo, prefirió a su hermano antes que a mí, su esposa, dejaste a Demetrio en la habitación encima mío tratando de forzarme y saliste con mi hijo después de insultarme, me tomo varios minutos hacer que Demetrio saliera de encima mío, luche con dientes y uñas, hasta que lo conseguí, después cuando ya me había rescatado sola, con la sonrisa de suficiencia de tu hermano, llegaste a la habitación lo echaste de la casa y me seguiste insultando, después desapareciste llevándote a mi hijo, trate de explicarte y no me escuchaste, me dejaste desesperada pensando en que no volvería a ver a mi pequeño, Salí como loca detrás de ti, llorando y suplicando, te subiste al auto y desapareciste, dejándome en la agonía, dentro de mi desesperación pensé que el único método para encontrarte era en Devon, ya que tu no faltarías a la inauguración de tus preciosos hoteles, conducía tan rápido que por tu culpa tuve el accidente. Dime César como te puedo perdonar a ti y a Demetrio.
—Por si te sirve de algo saberlo, Demetrio lo siente.
— ¿Lo siente? —Victoria miró a César con gesto despectivo.
—Está profundamente avergonzado de sí mismo.
Ella sintió de nuevo el burbujeo de la rabia en su interior.
—Abusó de mi amistad, de mi hospitalidad, de mi matrimonio y de mí —dijo con frialdad—. Espero que viva con esa vergüenza el resto de su vida.
—Así será —confirmó César.
—¿Y quieres que me apiade de él por eso? ¿Es eso lo que tratas de decirme?
—La piedad es mejor que la amargura, cara. Lo sé por experiencia. Mira lo que la amargura nos hizo a nosotros.
De manera que estaba admitiendo que había creído que ella había formado parte del plan de su padre.
—Creo que te odio —murmuró ella, y se volvió.
— ¿Solo lo crees?
—Vete al diablo, César —espetó Victoria, y a continuación se encaminó cojeando hacia la puerta, aunque muy a su pesar, pues su leve cojera arruinó en parte su digna salida.
Fuera, comenzaba a haber el ajetreo típico de las tardes en un hotel. Si el piano hubiera empezado a sonar en aquellos momentos a sus espaldas, probablemente se habría desmoronado allí mismo.
—Se fue a Australia —dijo una profunda voz a sus espaldas, y Victoria se detuvo cuando estaba a punto de terminar de bajar las escaleras—. Pensé que te habías ido con él, así que os perseguí. Fui a matarlo —admitió César—. Luego, pensaba estrangularte. Al menos ese era el plan. Pero las cosas no salieron así. Encontré a Demetrio en un rancho perdido en medio de la nada. Se había escondido allí porque sabía que iría tras él, pero no le sirvió de nada —suspiró brevemente antes de continuar—. Pero en realidad había ido por ti. Al comprobar que no estabas con él, me hundí y lloré como un bebé desconsolado... ¿Alivia tu dolor saber eso, cara? —preguntó desapasionadamente—. Por retorcido que parezca, la experiencia sirvió para que Demetrio se hiciera un hombre. También se desmoronó y lloró conmigo. Luego, me contó la verdad de lo que había hecho y, mientras yo trataba de asimilarlo, volvió a desparecer y dejó que me enfrentara a solas con la desagradable verdad de lo que te habíamos hecho entre los dos.
Australia. Victoria recordó dónde había oído mencionar recientemente aquel país. Gerardo Salgado había visto a César allí un año antes.
—Estabas en Australia cuando sufrí el accidente.
—Durante dos meses —la voz de César se acercó—. Ese fue el tiempo que me llevó localizar a Demetrio. Pero solo tarde treinta segundos en enterarme de lo estúpido e imperdonable que había sido mi comportamiento contigo. Para cuando regresé a Londres, tu rastro había desaparecido por completo, y entre desear que estuvieras en el infierno por haberme dejado como lo hiciste y desear que al menos me llamaras para decirme que estabas bien, los días fueron transcurriendo lenta y dolorosamente —suspiró una vez más—. Entonces, hace unos días, Rufino Sánchez me llamó a Nueva York con noticias sobre ti y de pronto sentí que mi vida volvía a comenzar.
— ¿Y Demetrio?
—Aún está escondido en algún sitio, esperando redimir su culpa. Tengo noticias suyas de vez en cuando, pero aún no se ha reconciliado consigo mismo.
El aliento de César acarició la nuca de Victoria, que se estremeció ligeramente.
—Lo has perdonado —dijo.
—Después de haber aprendido a perdonarme a mí mismo.
—No me toques —dijo ella al oír que César se movía a sus espaldas.
Cuando la tocaba, perdía el contacto con su sentido común.
—No iba a hacerlo —replicó él, porque sabía cómo afectaba a Victoria que la tocara, y estaba tratando de jugar limpio—. Solo quiero que consideres la posibilidad de perdonar a Demetrio algún día, aunque no puedas llegar a perdonarme a mí.
Y el perdón era una parte fundamental del proceso de sanación de Victoria; eso era lo que trataba de decirle.
Ella pensó que ya había perdonado a César por parte de lo que había hecho, aunque hasta ese momento no lo había sabido. En cuanto a Demetrio... descubrió que podía sentir lástima por él, pero no podía perdonarlo. La asustó mucho cuando la tumbó a la fuerza en su cama, y no podía perdonarle las mentiras que contó a César para salvarse. Aquellas mentiras habían ayudado a arruinar su matrimonio... y a ella misma como persona.
—Para hacerte daño me dio copias del acuerdo al que llegaste con mi padre —murmuró.
—Lo sé —dijo César, y no trató de justificar lo que había hecho Demetrio, además me dijo que tu y Gerardo Salgado eran amantes, que se veían con frecuencia, que nuestro hijo era de él y no mío.
Ese maldito desgraciado, después que terminamos por nuestra boda, nos despedimos en el bar del hotel la noche que tu nos vistes y de ahí no lo vi más, hasta esta semana en Devon, si bien es cierto que me profesa amor, creo que solo es una costumbre arraigada en él, yo solo tenía ojos para ti, como no pudiste ver eso.
Victoria empezó a sentir un intenso dolor de cabeza que le impedía pensar con claridad. Dejó caer los hombros y soltó un tembloroso suspiro.
—Ya has tenido suficiente por hoy —murmuró César—. Vamos, voy a llevarte a casa.
«A casa», repitió ella en silencio, y no trató de discutir. Avanzó y él la siguió sin tocarla.
El dolor de cabeza llegó a ser tan fuerte, que apenas pudo subir las escaleras sin ayuda. Sin embargo, César no intentó ayudarla. Era como si hubiera convertido en una cuestión de honor el no tocarla sin su consentimiento.
Pero permaneció muy cerca de ella hasta que entró en el dormitorio, y no se fue hasta que vio cómo tomaba los dos analgésicos que sacó de un bolsillo y le dio junto con un vaso de agua. Después, ella se desnudó y se metió en la cama con el ceño ligeramente fruncido, pues acababa de darse cuenta de que lo analgésicos deberían haber estado en su mesilla de noche, y no entendía cómo se había hecho César con ellos.
Se quedó dormida pensando en aquel inofensivo enigma.
Mañana pensó Victoria, mañana será otro día y podre pensar mejor las cosas, veré a mi precioso hijo y sabré que decisión debo tomar.
CÉSAR estaba sentado en su estudio, tras el escritorio, con los pies, apoyados sobre este, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Desde que había dejado a Victoria en el dormitorio había estado trabajando, más que nada para no pensar.
Pero ya había tenido suficiente. El trabajo podía irse al diablo. Lo que de verdad le importaba en aquellos momentos era su matrimonio, y si sentía la necesidad de regodearse en sus problemas durante un rato, ¿por qué no hacerlo?
Flasback
Demetrio se encontraba en el Bressinham con César contándole de forma inocente en apariencia como Victoria se paseaba con uno y otro cliente sonriendo y con ropa muy seductora.
_Es muy buena anfitriona satisface muy bien a los clientes dijo Demetrio con ironía.
_ César se quedo pensativo y temiendo que su preciosa mujer pudiera serle infiel, eso lo devastaría. En eso aparece Victoria con su cara sonriente, llena de dicha y felicidad: Mi amor tengo una gran noticia que darte Avremo un figlio, non è meraviglioso. (tendremos un hijo, no te parece maravilloso), César levanto por los aires a su mujer en un suabe abrazo girando con ella y bajandola lentamente mientras se besaban. Ven, esto tenemos que celebrarlo insistío Victoria, tomandolo de la mano y llevandoselo a su suite del hotel.
_ Cesar ya no aguantaba en cuanto entraron a ka habitacion, apriciono a Victoria contra la puerta de espaldas y comenzo a deslizar su vestido, mientras sus manos se regodeaban acariciando sus pechos y su boca se deslizaba suavemente entre su cuello y sus hombros.
_ Victoria estaba totalmente exitada y le contestó a su marido con un gemido, cerró los ojos y se echó hacia atrás apoyándose en el pecho de Cesar y completamente abandonada a él.
Cuando sus manos se movieron para rodear sus pechos nuevamente casi grita de placer. Podía sentir sus erectos pezones clavándose en las palmas de Cesar. Como si supiera perfectamente lo que sus pechos demandaban, comenzó a acariciarlos con movimientos circulares.
Victoria ahogó un grito de placer y volvió a gemir. Él siguió acariciándole los pechos. Sus pezones estaban tan sensibles por el embarazo que las sensaciones que sentía estaban tan cerca del dolor como del placer.
Cuando Victoria pensó que no podría aguantarlo más, Cesar paró. Ella abrió la boca para protestar pero no tuvo tiempo. El le dio media vuelta y cubrió su boca con la de él.
La besaba con dureza y con hambre, acariciando con ansia su espalda. La sujetó con fuerza y abrió sus labios con la lengua para profundizar en el beso. Pero de pronto se separó de ella y Victoria se quedó tan sorprendida como consternada. Abrió los ojos y vio cómo Cesar daba un paso hacia atrás y se pasaba una mano nerviosa por el pelo. Su cara estaba roja y tenía la respiración entrecortada.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
Se quedó mirándola y sonrió con ironía.
—Estaba yendo demasiado rápido.
—Pero me gustaba así de rápido.
—Ahora sí, pero estas embarazada Victoria, te puedo lastimar.
—¿Cómo lo sabes?
_ No lo sé, por eso prefiero no arriesgarme, mejor ¿porque no te das una ducha? Y ¿La compartimos? —le sugirió mientras la abrazaba. Victoria no protestó. Ni siquiera podría haberlo hecho. Apenas podía respirar.
La sujetó con una mano mientras abría los grifos de la ducha y ajustaba la temperatura. Después la condujo hasta el centro de la misma.
—¡Mí pelo! —protestó ella cuando el agua comenzó a empaparlo.
—Olvídate del pelo —le ordenó mientras la abrazaba con suavidad.
La manera en que se movía Cesar era tremendamente excitante. No estaba tan en control de sí mismo como el pretendía aparentar. _ Victoria sintió en su estómago el miembro endurecido de Cesar lo que avivó mucho más las salvajes imágenes que tenía ya en la cabeza.
—¿Lo vamos a hacer aquí? —le preguntó sin aliento, jugando a ser la inocente.
—¿Tú quieres? —le dijo él frunciendo el ceño.
—Sí.
—¡Victoria!
—¿Qué pasa?
—Tienes que dejar de hacerme esto.
—¿El qué?
—Haces que me salga de mi papel. Me excitas demasiado y me dan ganas de no tener consideraciones.
—¿En serio? Es que... No quiero esperar, quiero estar cautiva en tus brazos.
_ Oh mi amor cállate y déjame besarte.
Victoria se calló y dejó que la besara sin parar hasta que comenzó a retorcerse contra él. De nuevo, Cesar se apartó de ella y la miró amenazante.
—Estate quieta —gruñó mientras le daba la vuelta para que Victoria le diera la espalda.
El agua los salpicó por todas partes tras el violento giro.
—Pon tus brazos alrededor de mi cintura —le dijo.
Victoria lo hizo así. Era una postura de lo más excitante. Dejaba la parte delantera de su cuerpo accesible para las manos de Cesar mientras que ella, al tener sus manos alrededor de él parecía de verdad una damisela cautiva. Su corazón estaba a mil por hora y respiraba con dificultad.
Sus latidos se aceleraron aún más cuando Cesar cubrió sus pechos con gel y comenzó a acariciarlos. El resbaladizo jabón le daba a todos los movimientos una sensualidad y suavidad que lo hacía aún más excitante. No podía evitar gemir cada vez que rozaba uno de sus pezones.
Cuando dejó sus pechos para deslizar sus manos más abajo, Victoria metió el estómago. Al sentir que seguía más allá del ombligo, toda la zona comenzó a temblar. Iba a tocarla allí. Sólo pensar en ello le quitó el aliento y después sintió su mano deslizándose entre los pliegues de su sexo. Todos sus músculos se tensaron, esperando y reclamando más. Sus dedos resbalaron dentro lentamente, llegando tan adentro como podía para después sacarlos e introducirlos de nuevo. Y así siguió y siguió y siguió.
El aliento de Victoria comenzó a entrecortarse hasta que se convirtió en jadeos. Sentía un gran placer, pero aquel placer se mezclaba con una frustración que iba en aumento, una necesidad de conseguir algo más que permanecía fuera de su alcance. Sus músculos se tensaron aún más. Abrió la boca. Quería gritar o sollozar, no estaba segura.
—¡Ah! —gritó cuando sintió el primer espasmo— ¡Ah...!
— Mi amor, ¿Estas Bien? —le susurró Cesar al oído cuando acabó.
—Mmm... —replicó ella incapaz de articular palabra. De repente se quedó sin fuerzas y dejó caer los brazos.
—¿Demasiado cansada para seguir?
—En absoluto —replicó rápidamente.
No estaba dispuesta a perderse ni un minuto de lo que iba a pasar en ese baño.
—En ese caso, será mejor que continuemos en la cama.
Victoria se volvió para mirarlo.
—Pero no quiero ir a la cama. Preferiría quedarme aquí un rato más.
La cama de la suite era tremendamente romántica y erótica, pero Victoria no quería sus encuentros sexuales, siempre en camas, le apetecía seguir con él en la ducha. Era muy excitante.
—Hacerlo en la ducha no siempre es una buena idea, Victoria —le dijo—. A no ser que... —agregó mientras le brillaban sus ojos verdes— No, mejor no.
—Pero quiero hacerlo —insistió ella mientras colocaba las manos sobre el pecho de él—. Compláceme por favor Cesar.
«¡Que la Complazca!», pensó Cesar con un gemido. Parecía que Victoria no se daba cuenta de que él estaba ya cerca del punto de no retorno.
Su ego masculino se había visto satisfecho al hacer que tuviera un orgasmo con sus caricias. Pero quería conseguir que disfrutara más aún. Quería que Victoria llegase al clímax mientras le hacía el amor. Pero no iba a conseguirlo si lo hacían en su estado. Estaba tan excitado que no iba a poder aguantar su erección por mucho más tiempo y sólo conseguiría dejarla a medias. Pero ella lo estaba tentando con mucha crueldad y el no quería lastimarla, hasta saber si era seguro penetrarla o no en su condición de embarazada.
—Pero es demasiado pronto para ti —le dijo.
—Pero no para ti —le contestó ella mirando su erección.
—No —asintió algo triste—. No para mí.
Casi dio un salto cuando Victoria alargó las manos y acarició su miembro, moviendo sus manos sobre su sensible piel. Cesar no pudo evitar gemir cuando le rozó la punta con el pulgar.
—¿Bien? —preguntó ella imitándolo.
—Sí —contestó a duras penas.
Sonrió al ver cómo Victoria tomaba la botella de gel para verter un poco sobre él. No creía que fuera a ser capaz de soportarlo. Ahora sus manos se deslizaban con mucha más facilidad arriba y abajo. Arriba y abajo.
—Victoria... —dijo con voz ahogada.
Ella levantó la vista. Sus grandes ojos azules reflejaban la salvaje excitación que sentía. Estaba disfrutando de verdad con lo que hacía. Y el darse cuenta de ello hizo que Cesar perdiera el poco control que le quedaba.
—¡Sí! —lo animó con euforia en los ojos cuando notó que Cesar comenzaba a temblar—. ¡Sí!
FinBlasback
Ella siempre hacia lo que uno menos se esperaba, como pudo haber pensado que esa mujer tan apasionada y considerada pudiera engañarlo.
De pronto, oyó un suave ruido en las escaleras. Abrió los ojos pero no se movió. Esperó a ver qué hacía Victoria. La luz del estudio salía por la puerta entreabierta, de manera que deduciría que estaba allí.
Pasaron varios segundos sin que se oyera el más leve ruido. Estuvo a punto de levantarse para comprobar qué estaba haciendo, pero se negó a ceder. Era Victoria la que tenía que dar el paso, no él.
Finalmente, oyó un ruido. Su corazón dejó de latir. Sus dedos se cerraron con fuerza en torno al bolígrafo que sostenían. La puerta empezó a abrirse. ¿Estaría vestida para quedarse o para irse?, se preguntó mientras sentía un cosquilleo de anticipación por todo el cuerpo.
Entonces Victoria apareció en el umbral y César tuvo que reprimir un suspiro de alivio. Vestía una sus cortas batas de seda de color rosa y su pelo cayendo revuelto en torno a su rostro y hombros.
—Hola —murmuró incómoda— Si no te importa voy a prepararme el desayuno.
César miró su reloj.
—Son las nueve de la noche.
—Lo sé —ella se encogió de hombros, tensa—. Pero me apetece un plato de avena con miel ¿Quieres un poco?
—No, gracias —contestó César, aunque se arrepintió de inmediato al ver que Victoria se limitaba a asentir antes de volver a salir.
Era la primera invitación real que le hacía desde su reencuentro y a él no se le había ocurrido otra cosa que rechazarla «Eres un estúpido», se dijo. Se había quedado sin una buena excusa para ir tras ella, para estar a su lado...
Volvió a cerrar los ojos y trató de relajarse. Al cabo de unos minutos, con un gruñido de frustración, se puso en pie y fue a buscarla. La encontró en la cocina, de pie frente al microondas, contemplando cómo giraba en su interior un cuenco con avena y leche.
—Tu padre te desheredaría si pudiera verte preparando la avena de esa manera —dijo.
Ella lo miró, sonrió brevemente y apartó la vista.
—El pobre creía que la avena que solía desayunar estaba preparada a la antigua usanza, pero no era así.
— ¿Has encontrado la miel?
—Todavía no.
César fue a abrir el armario en que guardaba la miel y vio que había un recipiente con agua hirviendo y la tetera preparada a su lado.
—Si no te importa, tomaré una taza —dijo en tono desenfadado.
—Por supuesto —contestó Victoria.
Se acercó a servir el agua en la tetera y la llevó a la mesa antes de sacar la avena del microondas.
César sacó dos tazas y las dejó en la mesa. Esperó a que ella se sentara para ocupar una silla enfrente. Luego, tomó el frasco de la miel, lo abrió y lo dejó a su lado. Ella tomó una cucharilla.
Sin poder evitarlo, César sonrió.
—Estamos acabando el día como lo hemos empezado —dijo para explicar su sonrisa.
—Entre medias han pasado muchas cosas —replicó Victoria.
— ¿Qué tal tu dolor de cabeza? —preguntó César tras permanecer unos momentos en silencio.
—Ha desaparecido. Creo que el sueño ha dado a mi cabeza la oportunidad de poner su sistema de archivos en orden —Victoria introdujo la cucharilla en el tarro de miel y luego fue derramando esta en su cuenco de avena.
César sintió que la boca se le hacía agua. No sabía por qué, pero el calor que empezó a sentir en determinadas partes de su cuerpo le dijo que no le estaba pasando aquello porque le gustara el aspecto de la miel. La causante era Victoria...y lo que estaba haciendo con la miel.
—Tenías razón sobre una cosa que has dicho hoy —murmuró ella.
— ¿Solo sobre una cosa? Debo estar perdiendo facultades —bromeó César—. ¿De qué se trata?
Victoria deslizó la lengua por la cucharilla para eliminar la miel sobrante. Pudo ser un gesto deliberado... o no, en cualquier caso, el cuerpo de César reaccionó de inmediato.
—La amargura puede ser tan dolorosa como el hecho que la causa —dijo Victoria, y a continuación volvió a chupar la cuchara con la punta de su lengua.
César trató de no hacer caso de la inmediata reacción de sus hormonas.
— ¿Y qué has decidido hacer al respecto? —preguntó.
Ella se encogió de hombros.
—Supongo que tratar de superarla —dijo, y a continuación hundió la cucharilla en la avena y comenzó a comer.
Para distraerse, César tomó la tetera y sirvió té en las dos tazas. Entonces pensó, «al diablo con todo», y decidió no andarse con rodeos.
—Yo también he estado pensando —dijo mientras empujaba una de las tazas hacia Victoria—. ¿Se te ha ocurrido pensar que, si no hubieras sufrido ese accidente y hubieras perdido la memoria, probablemente habrías acabado por volver aquí?
—Lo sé —Victoria sorprendió a César con su respuesta, y volvió a sorprenderlo con una pícara sonrisa—. He recuperado la memoria —le recordó—. Me está contando un montón de cosas que había olvidado.
César le habría preguntado a qué se refería, pero no se atrevió a hacerlo por si no le gustaba la respuesta. De manera que se ciñó al tema que había sacado a relucir.
— ¿No te parece que, si hubieras vuelto, habríamos tenido que pasar de todos modos por lo mismo que estamos pasando ahora? Solo que tú habrías estado enfadada en lugar de asustada y desconcertada, y yo habría estado cavando mi propia tumba a base de mantener mi altiva posición como víctima, porque el orgullo me habría impedido reconocer que estaba equivocado. Eso habría implicado que habría tenido que arrojarme a tus pies para pedirte perdón.
— ¿Y lo habrías hecho? —preguntó ella con curiosidad.
— ¿No he estado haciendo eso de un modo u otro? —replicó él.
— ¿Cuándo? —Victoria sustituyó la cucharilla de la miel por la que tenía en la taza—. ¿Cuándo te has arrojado a mis pies y me has pedido perdón por algo? —preguntó mientras volvía a introducir lentamente la cucharilla en el tarro de miel.
César sintió cómo se tensaba su entrepierna al anticipar otra ronda de tormento sensual. La avena había desaparecido, de manera que solo había un lugar en que introducir la cucharilla.
—Métete esa cucharilla en la boca y te haré una demostración completa de cómo se arrastra un hombre ante los pies de una mujer —murmuró.
La cucharilla quedo suspendida a medio camino entre el tarro de miel y la boca entreabierta de Victoria. El aire empezó a crepitar. Si aquella cucharilla seguía su camino, César supo que no podría echarse atrás.
«Si se mete la cucharilla en la boca voy por ella. Si no, me coceré en mi propia frustración».
Los ojos de Victoria comenzaron a brillar. Los de César comenzaron a arder. Ella se llevó la cucharilla a la boca. El se puso en pie y rodeó la mesa. Ella solo tuvo tiempo de dejar la cucharilla y gritar:
— ¡No, César!
—Mentirosa —dijo él, y a continuación la hizo ponerse en pie y la besó con apasionado ardor.
Victoria se derritió como se había derretido la miel en su boca. Despacio, con suavidad, con sensualidad y dulzura. César la estrechó entre sus brazos y apenas apartó unos centímetros sus labios de los de ella.
—Has estado buscando esta reacción desde que has bajado las escaleras —dijo en tono acusador.
— ¡Eso no es cierto! —protestó ella.
— ¿No? Entonces, ¿por qué te has puesto esa bata tan corta? ¿Y por qué no llevas nada debajo? —al ver que Victoria se ruborizaba, César la miró como un tigre a punto de devorar a su presa—. Sabías que estaba sentado en el estudio, preocupándome por ti. Sabías que estaría esperando como un perrito faldero a que me dieras permiso para saltar. Y he saltado, así que, a ver si ahora te gusta en qué se convierte el perrito faldero cuando está excitado.
— ¡No eres ningún perrito faldero! —dijo ella con ferocidad—. ¡Más bien eres un lobo carroñero que se alimenta de los que son más débiles que tú!
César suspiró cansado.
—Volvemos a hablar del Bressingham y de tu padre —preguntó.
—Y del Tremount. ¡Y de las mentiras! —los ojos de Victoria destellaron—. ¡Y de tu arrogante creencia de que solo necesitas tocarme para que me someta a tu voluntad!
—Me disculpo por la mentiras, pero no por el Tremount —dijo César—. Y la última verdad que has dicho es tu cruz, cara, no la mía.
Y para demostrárselo, volvió a besarla. Ella se inclinó hacia atrás, se derritió, gimió, lo maldijo... y le devolvió el beso como si su vida dependiera de ello. El la tomó en brazos y salió de la cocina sin apartar sus labios de los de ella.
La cama los esperaba, con el edredón retirado y la marca del cuerpo de Victoria aún impresa en la sábana. El la dejó allí y finalmente rompió el beso para poder desnudarse.
Victoria se limitó a permanecer donde la había dejado, contemplándolo.
—Si quieres que pare, dilo ahora —murmuró él.
— ¿De qué serviría? —preguntó ella—. Ambos sabemos que solo tienes que besarme para hacerme cambiar de opinión.
¿Había habido resentimiento en su voz? No, decidió César, no resentimiento, pero sí resignación... aunque sus ojos verdes se habían oscurecido lánguida y sensualmente.
—En ese caso, quítate la bata —ordenó.
¡Victoria ni siquiera se molestó en protestar por su tono autoritario! Se limitó a obedecer y, tras dejar la bata a un lado, siguió con lo que estaba haciendo:
Contemplar cómo se desnudaba él.
Su mirada descendió cuando César empezó a quitarse los pantalones, y siguió mirándolo con el sensual descaro de una mujer que sabía lo que la esperaba.
El estaba muy excitado y, como ella, fue bastante descarado al respecto. Cuando fue a tumbarse en la cama, ella alargó una mano, tomó su miembro en ella y lo acarició. La caricia dijo «hola, eres mío». Y la apasionada respuesta de César dijo «sí, lo sé».
Después, ella le dio la bienvenida entre sus brazos.
—Creo que me has tendido una trampa ahí abajo —dijo él, suspicaz.
—Mmm. ¿Y qué esperabas? ¿Que anunciara a voces que había renunciado a luchar y que había decidido perdonarte?
— ¿Y a qué ha venido ese repentino cambio? —preguntó César mientras deslizaba un dedo por su mejilla.
—Simplemente he despertado y ya no estaba enfadada contigo. De manera que he decidido seducirte. Siempre funcionó en el pasado cuando habíamos tenido una pelea.
—Pero esta no ha sido una pelea normal.
—No —los ojos de Victoria se ensombrecieron un momento—. Pero también he despertado recordando cuánto te quiero. Soy víctima de mis propias emociones. Si lo piensas bien, resulta muy trágico.
—Pequeña mentirosa —murmuró César—. Has despertado recordando cuánto te quiero yo. No creas que no recuerdo tu petulante sonrisa mientras tomabas la miel —la tomó entre sus brazos y la atrajo hacia sí hasta que sus bocas quedaron prácticamente unidas.
—Te amaba más de lo que ningún hombre merece ser amado —susurró ella con tristeza—, y tú me arrojaste mi amor a la cara.
—Lo sé —dijo César con total sinceridad. Aquella era una verdad cuyo peso había tenido que soportar durante doce largos y tristes meses—. Pero me enamoré de ti tan rápida y profundamente, que me quedé sin aliento —confesó—. Conocerte fue totalmente desconcertante. Eras mucho más joven, impulsiva e imprevisible que las mujeres con las que estaba acostumbrado a salir. Flirteabas con cualquier hombre que te lo permitía, te burlabas de mí... Yo estaba tan fascinado como enfurecido por la facilidad con que conseguías que los hombres revolotearan a tu alrededor.
—Trabajaba en un hotel —le recordó Victoria—. Parte de mi trabajo consistía en ser amable con los huéspedes.
—Fuiste coqueta desde que naciste —dijo César con ironía—. Esa información me la dio nada menos que tu padre. Me ponía tan celoso cada vez que te veía comportarte así con algún otro, que a veces sentía la tentación de comportarme como un cavernícola y llevarte a rastras por el pelo.
—Nada de eso te daba derecho a decirme lo que me dijiste cuando me encontraste con Demetrio —dijo Victoria, dolida.
César suspiró y la besó a modo de disculpa.
—Demetrio no solo jugó contigo —admitió—. A menudo solía hacerme comentarios aparentemente inocuos sobre los hombres con los que te había visto. A mí no me importaron sus comentarios mientras dormías entre mis brazos cada noche. Pero cuando tu padre murió, estuviste tan inconsolable que no me permitías acercarme. Eso me dolió, amore, porque entretanto seguiste riendo y bromeando con otros hombres.
—Hombres que no esperaban que me acostara con ellos —respondió Victoria—. Y yo podía dormir contigo, pero no... —se interrumpió porque las lágrimas atenazaron su garganta.
César le acarició el rostro con delicadeza.
—Lo sé. Lo comprendo. Te enfrentabas a demasiadas emociones como para dejar lugar para lo que creías que yo quería de ti.
—Siempre era sexo, César —susurró ella—. Cada vez que te miraba, veía el deseo ardiendo en tus ojos y...
—No era deseo de sexo —interrumpió él—. Era deseo de compartir contigo tu dolor. En cuanto al sexo, te di lo que solo parecías desear de mí, cosa que hizo que me sintiera como un magnífico semental, pero que no sirvió para cubrir mis necesidades emocionales. Solo quería que me amaras.
Victoria se irguió de pronto en la cama, claramente irritada.
— ¡Yo te quería! ¿Cómo te atreves a sugerir que no te quería? ¡He perdido un año de mi vida porque creía que nunca se me iba a permitir volver a amarte!
César alzó una mano, la tomó por la nuca y, sin darle opción a protestar la atrajo hacia sí para besarla... y hacerla callar.
Sus manos encontraron rápidamente su cuerpo, y las de ella el de él... La besó lenta y profundamente, y ella se dejó llevar. Las palabras ya no servían para nada. Aquello lo decía todo. No podían lidiar con el deseo cuando el amor lo rodeaba. Era diferente, especial. Era el verdadero elixir de la vida.
De manera que hicieron el amor con infinita ternura, se acariciaron, se saborearon...
Para César fue terriblemente excitante hacer el amor tanto al cuerpo como a la mente de Victoria. Mirar sus ojos y saber que lo estaba viendo a él, al hombre con que se había casado, fue una experiencia que lo colmó de felicidad.
De manera que le hizo el amor en italiano. Le hizo el amor en francés... porque a ella siempre le había gustado que lo hiciera y él quería devolverle con creces todo lo que había olvidado durante aquel terrible año.
Y ella lo escuchó con cada célula de su cuerpo.
Después, permanecieron abrazados mientras regresaban poco a poco a la realidad.
—Si alguna vez vuelvo a huir vendrás a buscarme, ¿verdad? —susurró ella.
—Siempre —contestó César y ella suspiró, satisfecha.
Durmieron uno en brazos del otro. Cuando César despertó, miró la hora, salió cuidadosamente de la cama y bajó a su estudio.
Cuando regresó, encontró a Victoria sentada en la cama.
—No me digas que acabas de comprar otro hotel entre orgías —bromeó.
El sonrió.
—No —contestó. Se acercó a la cama y dejó dos paquetes ante ella. Luego se inclinó y murmuró—: Feliz aniversario.
Victoria tardó unos momentos en comprender de qué estaba hablando, y cuando lo hizo, se ruborizó.
—Lo había olvidado —dijo, y su voz sonó como si estuviera a punto de llorar.
—Son mi regalo para ti; yo ya he tenido el mejor regalo que podías haberme hecho —César sonrió cariñosamente—. Abre este primero, porque pertenece al aniversario del año pasado.
Con manos temblorosas, Victoria abrió el paquete. Cuando vio lo que había en su interior, sus ojos se llenaron de lágrimas. Eran las escrituras del Bressingham.
—No... —sollozó—. No tienes por qué hacer esto.
—Lo hice hace tiempo —replicó César—. Más o menos una hora después de que tu padre me entregara el hotel —añadió con delicadeza.
Tan impredecible como siempre, Victoria se volvió hacia él como una gata salvaje.
— ¿Por qué no me lo has dicho antes? —exclamó—. ¡Después de todo lo que te he dicho, ahora me siento como una completa estúpida!
—Bien —César volvió a besarla—. Te lo mereces por haber dudado de mí.
— ¿Y tú no dudaste de mí?
—No vamos a volver a hablar de eso —dijo él con firmeza—. Es nuestro aniversario, así que abre el segundo paquete.
A pesar de no estar muy segura de querer hacerlo, Victoria obedeció.
—No puedo creerlo —susurró mientras miraba las escrituras del Tremount.
—Creo que estos dos paquetes pueden convertirte en un miembro oficial del club de los magnates —dijo César, y añadió—: Toma, creo que este es un buen momento para devolver esto a su lugar...
«Esto» resultó ser una sencilla alianza que introdujo en el dedo de Victoria seguida de una sortija con una esmeralda rodeada de diamantes.
Victoria se quedó mirando los anillos durante tanto tiempo, que no se sorprendió cuando César dijo:
— ¿Ni siquiera voy a recibir un beso de agradecimiento?
Ella agitó la cabeza.
—Voy a llorar.
— ¿Te sentirás mejor si lo haces?
—No.
—De acuerdo —murmuró César, y la hizo tumbarse con suavidad sobre el colchón antes de inclinarse para reclamar su beso.
Cuando terminó, permaneció sobre ella, mirándola a los ojos.
—El Bressingham siempre fue tuyo. Nunca lo consideré mío. Pero el caso del Tremount es diferente —admitió—. Lo he comprado para agradecerle que haya cuidado de ti mientras debería haber estado haciéndolo yo. Y te lo he regalado para pedirte disculpas por haber dudado de ti.
—Demetrio es tu hermano y tú lo querías... como yo quería a mi padre —Victoria se irguió y besó a César en los labios—. Ninguno de los dos esperábamos que nos engañaran.
—El engaño de tu padre tenía buena intención. El de Demetrio no. Y no olvides que yo también te mentí.
—Pero quiero olvidar —dijo Victoria—. Teniendo libertad para elegir, quiero olvidarlo todo. ¿Podemos hacerlo?
—Por supuesto —contestó César con ternura—. Estoy dispuesto a hacer todo lo que quieras mientras me sigas mirando así... Y lo de la miel ha sido increíble, por cierto...
Victoria supo que aquella era una de sus tácticas distraerla, pero dejó que se saliera con la suya.
—Lo vi una vez en la televisión —confesó con una sonrisa—. Siempre quise probarlo contigo, pero hasta hoy no había surgido la oportunidad.
César arqueó las cejas.
— ¿Te gustaría intentar alguna otra cosa?
—Muchas —dijo Victoria, y sus ojos se oscurecieron visiblemente—. Regalo de aniversario número uno en marcha —anunció—. Creo que esto va a gustarte.
Y así fue.
EPILOGO
Al día siguiente fueron a buscar a su hijo a la casa de su Madre, el reencuentro de Victoria con su pequeño fue memorable.
Y cuando por fin pudo tener a Heriberto en sus brazos y abrazar a su hijo otra vez, respirar el aroma de su pelo, sentir su aliento en el cuello, los deditos agarrando su pelo, aquella sonrisa con dos dientecitos... era como estar en el cielo y Victoria no pudo contener la emoción.
Mira, cariño, te recuerda —había dicho Cesar—. Hériberto conoce a su mamá.
Después de mirar por última vez el cielo cubierto de estrellas, dándole silenciosamente las gracias, Victoria volvió a entrar en la habitación para mirar a su hijo, dormido en la cuna. Estaba tumbado de espaldas, con los bracitos levantados...
Es perfecto, ¿verdad? —murmuró Cesar, pesándole un brazo por la cintura.
—Es perfecto, sí —asintió ella, inclinándose para besar la regordeta mejilla de Heriberto—. Lo quiero tanto.
Y yo te quiero a ti —Cesar buscó sus labios en un beso lleno de ternura—. Vamos a la cama, cariño. Voy a demostrarte cuánto te quiero.
Estaba en casa por fin y las dos personas más importantes del mundo estaban con ella.
Cesar la quería y le había jurado que nunca más desconfiaría de ella y Heriberto la quería.
Ella los quería a los dos.
y a todos los que vendrian.
Era suficiente, lo tenía todo.
Victoria sintió entonces que su corazón se llenaba de una felicidad que duraría para siempre y pensó que ya los Secretos Del Pasado, habían quedado precisamente ahí en el pasado.
Gracias a todas por sus estrellitas y se agradecen los comentarios par mejorar historias futuras.
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Secretos del Pasado (completa)
FanficVictoria una mujer sin pasado, tras un accidente ocurrido un año atrás, pierde la memoria. Una memoria que en forma inconsciente no quiere recuperar. ¿Qué sera el hecho tan horrible que se niega a recordar? César San Román, no puede creer cuando su...