Capítulo 1: Damián.

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MADRID, 20 de octubre de 2017. 7:30 de la mañana.

Siguió comprobando su cuerpo desnudo frente al espejo. Había cambiado: se dio cuenta de que había adelgazado muchísimo en la parte del abdomen, el ombligo se le había subido unos centímetros y los pocos pliegues de gordura que tenía habían desaparecido con ese asombroso cambio anatómico de la noche a la mañana. La luz del alba penetraba por las rendijas de la persiana, que rebotaba en el espejo adentrándose en sus ojos provocándole una ligera molestia aunque la obviaba. Rozó con la punta de sus dedos su liso cabello rubio, incorruptible aun habiendo sido sometido como siempre a una noche dando innumerables vueltas en la cama.

La canción que tenía en el móvil de Imagine Dragons le despertó del trance, se acercó a apagarlo mientras se subía de nuevo los calzoncillos. Le vino de repente un trozo del sueño que había tenido la noche anterior: se vio delante de esa extraña puerta que siempre acababa viendo en todos sus sueños, una puerta el doble de alta que él de color azul oscuro y muy vieja. Siempre la rozaba con los dedos de la parte superior hasta el pomo, notaba sus huecos en forma de arañazos—cuando se acordaba de ellos solía peguntarse de qué podrían ser, no podían ser de perro o gato ya que estaban a la altura del pecho—. Siempre apretaba fuertemente el pomo y lo giraba, pero justamente en el momento en que abría la puerta y veía lo que había en su interior se despertaba. Intentó disipar su mente concentrándose en el examen que iba a tener. Se puso unos pantalones vaqueros pitillo, un jersey fino y unas zapatillas rojas, hizo su cama, cogió sus apuntes y su teléfono y se fue al piso de abajo para tomar el desayuno. Su padre estaba terminando de tomarse su segunda tostada con mermelada, le pilló inmerso en la sección de ciencia del País. Según le había contado, más que por placer leía esa sección para estar informado de los nuevos avances científicos por si pudiese darse la situación en que fuera imprescindible saberlos. A él le parecía una tontería.

—Buenos días—le dijo.

—Hola, cielo—le respondió sin despegar la vista del periódico. ¿Cómo estás?

—Cansado, me acosté muy tarde.

— ¿Y eso?

—Tuve que estudiar para el examen de hoy. Espero no haberos molestado con el ruido.

—Tranquilo—le respondió con voz mecánica, inmerso en una noticia que había acabado de empezar.

Fue a la cocina a prepararse su desayuno. Aprovechó las pocas rebanadas de pan y cucharadas de mermelada de cereza que había dejado su padre para preparase su desayuno, acompañado de un vaso de zumo de naranja. Cuando hubo terminado puso las tostadas en un plato, cogió su vaso y se sentó al lado de su padre. Se dio cuenta de que tenía bolsas más grandes que sus propios ojos. Le preguntó si había dormido bien.

—Sí, no te preocupes, solo es que me pasé trabajando hasta tarde—mintió, esa noche también terminó desvelado a lo que serían las cuatro de la madrugada.

Su padre trabajaba como científico en un laboratorio de una importante universidad en la cual también trabajaba de profesor de química para costearse sus investigaciones. Tal y como le había contado, semanas antes se habían descubierto restos de un material nunca visto en un cráter que, según contaban, aún seguía desprendiendo calor en el centro de Nueva York. Su padre quería contactar con el equipo que fuese a investigar el extraño caso cuanto antes, siempre se le veía muy decidido al hablar de ese tema.

—Es algo que debo hacer—le contestaba cuando le preguntaba.

— ¿Y qué le dirás a mamá?—inquirió.

Sombras Oscuras. La PuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora