26 de Octubre de 2017. Medianoche.
Llegó corriendo hasta el castillo y corrió aún más rápido hasta los aposentos de su señor. Lo encontró en el balcón de sus aposentos mirando el horizonte con expresión seria. El hombre en sombras sintió su presencia. Hizo una reverencia.
—Mi señor, le hemos encontrado.
El hombre en sombras siguió mirando hacia el horizonte.
—Podemos acabar con él ahora mismo, mi señor. Sólo necesito que me lo ordenéis y mandaré a unos cuantos nomeds a por él, será más que suficiente.
Al sentirse aludidas, unas cuantas criaturas de color carmesí de dos metros parecidas a gárgolas muy delgadas y con cuernos largos y enrollados como los de un carnero levantaron la cabeza y le miraron enseñándole sus largos y afilados dientes color azabache cargados de un veneno amarillo fosforescente que cubría su paladar mientras se relamían. Ni se inmutó.
—No le subestimes, Ryan—le ordenó sin mirarle—, es más poderoso de lo que crees. De todas formas aún es pronto. Quiero que esté preparado para mí, yo seré quien acabe con él.
Acto seguido volvió a sus aposentos ondeando su capa con pose seria. Sus miradas se cruzaron. Ryan miró sus ojos: dos cuencas sin fondo, abismos que parecían querer absorber a cualquier ingrato que osara contradecirle. Se echó hacia atrás, cohibido.
—Sí, mi señor—contestó haciendo una reverencia y desapareciendo de su vista acto seguido.
—Ryan—lo llamó antes de salir de sus aposentos. Ryan se giró.
— ¿Me llamaba, mi señor?
—Informa a Alexander.
MADRID, 26 de Octubre de 2017. 00:30 de la mañana.
Se acercó al libro y lo cogió para examinarlo. Nunca lo había visto antes: era un libro pequeño y viejo, estaba lleno de polvo y las hojas estaban amarillas y llenas de dobleces, no tenía nada escrito ni en la portada ni en la contraportada, la cubierta era de un material muy viejo y de color caoba, su tacto era rugoso. Lo abrió. En la primera página solo había dos palabras escritas a lápiz y en muy mala caligrafía, típica de un niño:
Bernat Monvítlero.
Empezó a pasar páginas con curiosidad. No tenía nada de ninguno de sus abuelos, y menos del abuelo Bernat, su padre le había dicho que se habían perdido las cajas donde guardaban sus recuerdos con la mudanza. Recordó ponerse furioso al principio, después triste, con el tiempo lo olvidó. Se preguntó por qué aquél libro perteneciente a su abuelo, quizá lo único perteneciente a él que quedaba, estaba en su habitación en ese momento. Siguió pasando las páginas y pudo darse cuenta que el tipo de letra cambiaba bruscamente a la mitad del libro: ahora era más legible y grande, se fijó que ahora escribía una A muy artística y original.
Supuso que era su diario en base a lo que vio escrito. Saltó las páginas hasta las diez últimas. A partir de ese tramo había escritas notas rápidas sobre cosas que no llegaba a entender debido a que estaban completamente sacadas de contexto: Con movimientos firmes y seguros, decían unas, pronunciación exacta, alta y clara, exigían otras, la mayoría decían: no le enfades, no le enfades, por favor.
Volvió a las primeras páginas para leer el diario detenidamente. Soltó una ligera carcajada al ver sobre qué temas escribía su abuelo: en la décima página empezaba a darse a entender que al menos esa parte del libro iba dirigida a hechizos que Bernat se imaginaba, incluso escribía en una lengua que parecía inventada. Le hizo mucha gracia uno, tanto que lo leyó en voz alta:
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Sombras Oscuras. La Puerta
FantasyDamián Monvítlero es un adolescente que prefiere cualquier cosa a pasar tiempo con su padre, un hombre frío y calculador que le ha obligado tanto a él como a su madre a mudarse a la otra punta del país después de la enigmática muerte de su abuelo. ...