Capítulo 28

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Penúltimo capítulo

—Es hora, hijo —murmuró mi padre, y sin más salió de la habitación.

Me miré al espejo una vez más, para poder ajustarme el moño negro en mi camisa. Mi rostro era un desastre, con unas ojeras infernales y unas ganas de morirme reflejadas en mis ojos. Aquél esmoquín lucía demasiado elegante para una situación tan deprimente como aquella.

Era hora del entierro.

En el cementerio se distinguía a lo lejos una aglomeración de trajes y vestidos negros, colocados junto a un féretro plateado; qué ironía que la mayoría de personas eran las que alguna vez le dieron la espalda a la persona que estaba dentro, y ahora estuviesen llorándola.

Me había costado muchas horas dejar de llorar, pero aunque mis lágrimas se habían detenido, el vacío en mi pecho se iba haciendo cada minuto más grande. Me sentía perdido.
Y permanecí en ese estado en ensimismamiento durante gran parte del entierro hasta que la voz del cura llamó mi atención.

—Una de las últimas voluntades de la señorita Smith, era que la persona más importante en su vida pasara a decir unas últimas palabras en su honor —dijo—. Así pues, le pido al señor Matteo Balsano que pase enfrente para darle a la preciosa alma de Ámbar Smith las palabras que deseaba recibir.

Sentí la mirada de todos posarse en mí; unos me miraban con sorpresa, otros con curiosidad, y en su mayoría con pena. Yo mismo me sentía fuera de lugar por la petición, pero aún así me levanté y fui hasta donde me pedían con cierta inseguridad.

—Buenas tardes —carraspeé al sentir mi voz ronca—. Buenas tardes —repetí—. Ehh, me gustaría decir que tenía un increíble discurso preparado para la situación, pero esto me ha tomado de sorpresa —sonreí nervioso y el resto me devolvió el gesto—. Realmente me ha sorprendido saber que ella... me consideraba lo suficientemente importante para poner en mis manos algo así —guardé silencio un par de segundos, escogiendo en mi cerebro las palabras adecuadas—. Creo que debo comenzar diciendo que Ámbar era por mucho, la persona más valiente del mundo —aseguré, y ¡oh, vaya; qué ironía! mis ojos enfocaron a Luna, quien iba tomada de la mano con Simón—. Sí, la más valiente de todas —reiteré—. Creo que lo más difícil de hacer esto es que... no sirve de nada contarles algo que a muchos no les interesó cuando era necesario; decirle todo a personas que le dieron la espalda. Pero es más difícil aún el hecho de tener que decirle a Ámbar muchas cosas bonitas sin yo tener el privilegio de ver sus ojos brillar de emoción al oírlas.

Aún así, voy a hacerlo porque... nunca había podido no cumplir sus voluntades cada que me lo pedía y menos ahora. Ella fue —el nudo en mi garganta al hablar de ella en pasado era horrible—... fue lo mejor que me pudo pasar en la vida. Hasta hace unos cuantos días yo ni siquiera había vislumbrado la posibilidad de vivir en un mundo donde Ámbar no estuviera, donde me faltara su risa, o su mal humor. Y ahora que —horrible, horrible—... ahora que no está, debo decir que el tiempo que estuvo para iluminar mi vida, fue sin duda el mejor de todos. Soy afortunado de haber crecido con ella, y por haber tenido el placer y la oportunidad de haberla conocido sin máscaras ni barreras; creo que de estar en mi lugar todos se sentirían de la misma manera —sonreí—. Así que no me queda más que pedirles un minuto de oración en nombre de Ámbar, para que justo ahora esté sentada en el trono de su castillo, viendo cómo aún después de todo, el mundo aún la recuerda como una reina.

Diciendo eso último, le di paso nuevamente al cura para que terminara la misa, y regresé a mi lugar. Al poco rato, comenzaron a ponerle rosas a su ataúd.
Cuando todo hubo concluido, la gente comenzó a irse; los que se quedaron conversaban entre ellos, mientras yo sólo miraba el lugar donde descansaba el cuerpo de mi preciosa reina; eso hasta que Delfi y Jazmín se acercaron a mí.
Ninguno dijo nada durante largo rato; los tres estábamos sufriendo, pero estando juntos todo parecía volverse más ligero. Era cierto que el dolor compartido se volvía más aceptable.

—Lo que dijiste fue hermoso —halagó Delfi—. Estoy segura de que eran las palabras que Ámbar esperaba oír.

—No tiene caso decirlas ahora que no está, ¿no crees?

—No —negó—. Cuando lo dices el peso dentro tuyo se vuelve más ligero.

—Es cierto —le di la razón. Y guardamos silencio.

—Tenés que saber —dijo ahora Jazmín—, que Ámbar se fue enamorada de vos. Siempre fuiste el único chico con el que jamás necesitó usar una barrera, incluso a nosotras nos ocultaba cosas. Pero a vos... siempre te contó todo.

—Por eso queríamos que regresara con vos, para que le dieras los mejores días de su vida. Pero ella no quería que le tuvieses lástima y por eso te rechazó.

—No es culpa tuya, de nadie en realidad. A veces estas cosas pasan para demostrar quiénes somos, y para descubrir la clase de personas que podemos llegar a ser —dijo la pelirroja colocando su mano en mi hombro, dedicándome una sonrisa—. La extrañaremos toda la vida, pero es por ella que siempre buscaremos dar la mejor versión de nosotros, porque eso era lo que Ámbar hacía siempre.

Nunca pensé que llegaría el día en que algo salido de la boca de Jazmín pudiese parecerme tan... profundo.

—Tenés razón —le dije.

—Sé feliz, Matteo —susurró Delfi—. Y haz feliz al mundo tanto como hacías feliz a nuestra mejor amiga.

—Lo haré —prometí—. Gracias chicas.

Les di un abrazo a cada una, sabiendo que todo en nuestras vidas iba a cambiar para siempre, y luego las vi partir. Esperé a que el resto de personas se fueran y cuando estuve solo por fin me atreví a colocar la última rosa que el ataúd de Ámbar Smith recibiría.

—Nos veremos en otro tiempo —acaricié la caja, lamentándome no poder mantenerla fuera e intacta, sin ser cubierta de tierra—. Fino per sempre, ti amo mia regina.

Y después de aquello simplemente me fui, estaba listo para pasar una larga temporada en mi cuarto.

Nuestro reino no ha caído || MambarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora