Capítulo 11

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—¿Me quieres? —le susurró ella al oído.

—Te amo —le respondió él de la misma forma, como si estuviese contándole un secreto—. Eso es muy diferente.

[♡]

Era día de escuela, y yo sólo quería quedarme en casa durmiendo.

Sabía que debía ir, porque mi mejor amigo estaba a unos meses de irse del país y yo quería aprovechar todo ese tiempo con él.

Además quería ver a Ámbar. Aunque era probable que ella no me dirigiera la palabra.

Aún me sentía molesto con Luna, pero ya no tanto. Creo que de haber estado ahí, yo tal vez no habría podido ayudar a la rubia que un día fue mi novia, así que también debía sentirme agradecido.

Miré la pantalla de mi teléfono antes de salir; tenía muchos mensajes de mi nocia, pero no estaba de humor para contestarle.

Fuera de mi casa, esperé un momento antes que mi papá sacara la limusina que nos llevaría como todos los días, a mí a la escuela, y a él al trabajo.

—¿Ya pensaste en alguna universidad? —le oí a mi progenitor preguntarme.

—Creo que iré a la del centro de Buenos Aires —fue mi respuesta.

—De acuerdo —me sonrió.

—¿Ya no te molesta?

Sabía que mi pregunta no tenía mucho sentido, puesto que ahora ya no importaba y aquél era un tema olvidado; pero aún deseaba escucharlo decirme que no. Que mis decisiones eran buenas.

—¿Qué cosa? ¿Que no hayás valorado el esfuerzo que como padre hice para darte lo mejor y que por el contrario hayas decidido tomar tus decisiones sin importar mi opinión? —sonrió burlón—. No, siempre supe que algún día ibas a hacerlo; al final de cuentas sólo fue mucha plata invertida a darte las mejores oportunidades; en la mañana lo repuse cuando fui al baño a defecar. Descuida —vaya, ya sé a quién le heredé el sarcasmo.

—Te amo, papá —dije de buen humor; sí teníamos ciertas cosas en común.

—Yo a ti, campeón.

—Lamento que las cosas se hayan dado así.

—Tranquilo, las decisiones que tomes te tenén que hacer feliz a vos, no a los demás, no a mí. Aunque siempre voy a estar en desacuerdo en algunas cosas. Como cuando dejaste a Ámbar, yo creía que ella te hacía feliz. Tal vez me equivoqué; lo importante es que sos feliz ahora.

Guardé silencio ante eso último. ¿Cómo le decía a mi padre que probablemente el equivocado estaba siendo yo? Porque así me sentía yo.

¿Es normal sentir que me he equivocado, aún cuando antes creía estar en lo correcto? Era algo que no lo tenía muy claro.

—Seguro, gracias papá.

Cuando el coche se detuvo frente a la escuela, yo me despedí de mi padre con un apretón de manos y sin más bajé para adentrarme a mi instituto.

Comenzaba una rutina diaria cuando sentí que alguien me tomaba del brazo. El corazón se me aceleró durante un segundo pensando ridículamente que podía tratarse de Ámbar.

Hasta que escuché la voz de mi mejor amigo.

—Qué hay, campeón —me saludó sonriente.

—Hola —dije con una sonrisa nerviosa.

—¿Estás bien?

—Sí, seguro. Sólo estoy un poco tenso, anoche no dormí bien.

—¿Por qué?

—Por nada. Sólo estuve pensando un rato.

—Bueno —dijo poco convencido—. Contame cómo te fue con Luna anoche, mejor. ¿Ya conociste a tus suegros al fin?

Yo me puse un poco incómodo con aquella pregunta. Porque era cierto, yo había ido a la mansión porque Luna había prometido presentarme con su familia. Pero la noche había terminado diferente.

—En realidad--

—Matteo —me llamaron interrumpiéndome.

Saber que ella estaba hablándome de nuevo me provocó una corriente eléctrica que recorrió todo mi cuerpo.

—Ámbar —me giré sonriente para verla—. ¿Qué pasó?

—Hola, Gastón —saludó a mi amigo.

—Ámbar, qué linda... sorpresa.

—Escuchame —se dirigió ahora a mí—. Anoche ya no te agradecí por quedarte todo el rato conmigo; lamento si arruiné tu cita con Lunita o algo así.

¿Se estaba disculpando? ¿Ámbas Smith estaba pidiéndome una disculpa? Definitivamente algo grande, ENORME, había ocurrido para que ella comenzara a actuar así.

Su nueva actitud me hizo sonreír extrañado, pero feliz.

—Tranquila; no fue nada —aseguré—. ¿Te sentís mejor?

Ella pareció pensar mucho su respuesta.

—Sí —contestó al final—. Ya me tengo que ir.

Iba a despedirme de ella con un "nos vemos pronto" o algo por el estilo, pero todos mis planes se volcaron cuando ella sin previo aviso se acercó hasta mí y me dio un beso.

Un beso en la mejilla que me hizo sentir diferente. Extraño. Alegre.

Antes que yo pudiese decir algo más ella me sonrió y luego sin más se marchó. Yo me quedé estático y con el corazón latiéndome a mil pie hora.

Fue la voz de Gastón la que me despertó de la ensoñación.

—Vaya, creo que tuviste una interesante noche. Tenés mucho que contarme, amigo.

Nuestro reino no ha caído || MambarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora