Diecisiete

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Sophia

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Sophia

Cuando el viento empezó a calarme en los ojos me apoyé en la espalda de Alonso, aferrando mis brazos alrededor de su torso cuando incrementó la velocidad. Sus brazos iban aferrados a la moto y sinceramente se veía la manera en que disfrutaba el paseo.

Después de un rato en el que mis piernas se llegaron a acalambrar por la tensión, Alonso se detuvo frente a una estructura color verde, con puertas cristalinas y un letrero muy peculiar, donde se mostraba un bicep sosteniendo una pesa.

—¿Un gimnasio? —cuestioné confundida—. ¿Tratas de decirme algo?

—Claro que no. —Expulsó una risa baja y ronca que me removió el pecho en una agradable e intensa emoción—. Nosotros venimos acá, sígueme.

Después de sacar algo de un pequeño compartimento trasero de la moto, tomó mi mano y me guió por una puerta trasera, perteneciente al mismo edificio. En cuanto llegamos, me quedé de piedra frente a la entrada, era una piscina que abarcaba fácilmente tres cuartos del espacio, era un lugar cerrado, sin ventanas y con un techo de cristales que permitían solo un poco el paso del sol. Había como tres de aquellas mesas de madera que venían con las bancas sin respaldo incluidas; el agua llevaba su pequeño oleaje producto de alguna corriente de aire que mantenía fresco el lugar. Al fondo había dos puertas azules que supuse conducían a los baños.

—Debido a que aún no podemos hacer pública nuestra relación, no hay muchos lugares donde pueda llevarte —habló Alonso rascándose la ceja como signo de su nerviosismo—. Pero este espacio es nuestro por hoy. Creí que podríamos nadar un rato y después cenar algo que traje.

—Es increíble que se te haya ocurrido esto. —Me dejé guiar por él hasta una de las mesas de en medio donde dejó las cosas que había traído y comenzaba a quitarse los zapatos.

—¿Quieres nadar primero o comemos?

Torcí el gesto mientras la ansiedad me hizo empezar a rascar mi brazo derecho.

—No traigo mi traje de baño.

Se encogió de hombros respondiéndome.

—Yo tampoco, pero podemos usar la ropa interior. —Entrecerré mis ojos viéndolo al darme cuenta que tenía todo un plan armado; sin embargo me vio con inocencia—. Es como un bikini para ti, ¿no?

Volteé hacia otro lado nerviosa, el problema en todo eso es que yo nunca usaba trajes de dos piezas, ni siquiera me gustaba ir a la playa. Desde que entré a la adolescencia y aquellas marcas parecidas a unos rasguños aparecieron en lo alto de mis piernas y en la parte baja de mis caderas, me había sentido cohibida porque alguien las notara; además de la pequeña parte en lo bajo de mi pecho que se había quemado producto de jugar con fuegos artificiales de pequeña. Adoraba la forma de mi cuerpo, lo saludable y fuerte que era; pero después de Daniel y sus comentarios sobre que nadie más me consideraría atractiva en paños menores, calaron hondo escondiéndose en un lugar que no había tenido tiempo de reparar aún.

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