Diecinueve I

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Sophia

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Sophia

—Estoy nerviosa, Irving. —Nos encontrábamos sentados en la mesa comiendo unas tostadas en la tarde del sábado. En solo algunas horas sería la fiesta de mis padres, la presentación formal de mi relación con Alonso tanto a mi familia como a los medios.

—No te preocupes, todo saldrá bien —dijo con la boca llena mientras yo me limitaba a verlo con ambas cejas alzadas y él se encogía de hombros—. ¿Qué? Siempre te quejas de mi cruda honestidad, quise decirte lo que querías escuchar por primera vez.

—Necesito a mi amigo. —Movió su rubio cabello hacia un lado y dirigió sus grandes ojos azules hacia mí.

—Tu padre no lo va a tomar bien, pero ya era hora de que te pusieras la ropa de niña grande y le hicieras saber lo que quieres. De frente y sin miedo.

—Sí tengo miedo.

—Pero él no tiene que saberlo. —Me guiñó un ojo mientras yo sonreía, tal vez no era la decisión más fácil pero sí la correcta, y eso bastaba. Respiré hondo levantándome y dejando mi plato en el fregadero; observé el reloj en la pared notando que tenía justamente tres horas para arreglarme e ir por Alonso para enfrentarnos a la realidad. No más ocultarnos en los departamentos o fingiendo no conocernos en el trabajo, de alguna manera todo aquello me daba valor, solo debía dejar de lado las malas consecuencias.

—Algún día quisiera conocer a quien te trae tan embobada como para que decidieras dejar de lado tus inseguridades hacia tu familia. Aunque ya lo he visto saliendo de tu apartamento cuando yo llego, pero sería bueno conocerlo si va a andar robándome tu tiempo.

Me recargué en el hombro de Irving cuando se detuvo a mi lado y reí ligeramente.

—Si después de esto no sale huyendo, te lo presentaré formalmente. —Aplaudí sintiéndome ansiosa de repente—. ¿Me ayudarías a peinarme?

—¿Sabes? Ser gay no me hace ni tu estilista, ni tu modista.

—Pero te encanta ayudarme y como soy una amiga muy buena, solo quieres pasar tiempo conmigo. —Sonreí viendo cómo rodaba los ojos y recargaba la cadera en la barra, cruzándose de brazos.

—Está bien, ándale. Pero si en una hora no he terminado, continuarás tú. Tengo una cita.

—¿Qué? ¿Con quién? —pregunté sumamente interesada, con una cara de loca que hizo que mi amigo me empujara con una mano en mi rostro.

—Si todo sale bien hoy, te diré. Ahora vete a duchar que tu olor ya me llegó.

—¡Oye! —grité ofendida mientras me arrastraba al baño y cerraba la puerta dejándome adentro. Moví la cabeza divertida y procedí a arreglarme.

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