2. Un final y un comienzo.

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En un principio como la gente no leía la historia ni me pedia que la continuara no la hiba a seguir, pero quando vi que algunos me empezaban a seguir me decidí a subir el segundo capitulo.

Escrito por: Laura Martínez i Mentuy

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-Vengo a llevarme a Dafne- Dijo la señora con un imperceptible alivio en el tono de voz.

-La maldición del roble blanco- Susurró Marcos en un murmullo, casi para sí mismo.

Sus padres parecían no sorprenderse por lo que acababa de decir, todo y que se les veía un poco apenados. La pequeña Dalia continuaba mirando a la mujer sin decir nada. En la sala había una atmosfera extraña. En pocos segundo había pasado de estar encandilada por el recién descubierto amor a una espesura tan densa que se podía cortar con un cuchillo.

Todas sus extremidades se habían paralizado. Era incapaz de pensar, moverse o emitir ningún sonido. Su madre lo había visto, la cogió por las espaldas y la llevó hacia la silla más próxima. La mujer se quedó mirándola con cara de desaprobación mucho rato y evaluándola visualmente des de lejos.

Un poco después bajo su madre con un baúl.

-Esto es todo lo que tiene-

-Tampoco creo que le haga falta- dijo la señora poniéndose de pie y miró a Dafne. -Venga. El camino es largo.-

Ella se levantó y cogió el baúl. No entendía nada, no entendía por qué lo hacía ni porque no se intentaba oponer. Cuando llegó a la puerta miró a su familia que se quedaba atrás, no lloró, no quería que el recuerdo fuese triste.

Al salir de casa detrás de la señora, inevitablemente, la vista se fijó donde hacia un momento ella y Rafa se habían cogido de las manos.

-Venga niña. Es para hoy.- dijo estridentemente la mujer y Dafne siguió caminando.

Entonces subieron en un coche de caballos que había aparecido delante de su casa en ese momento, ya que antes no estaba allí. Dafne se sentó delante de la señora, ¿o quizás era señorita?, pensó ella, y se quedó fijamente mirando hacia el fondo por una pequeña ventana que había detrás. Cuando ya se ponía en marcha el coche se dio cuenta de un rostro que no había podido ver antes debido a su aturdimiento, era Rafa. ¿Qué debía haber visto? ¿Qué debía haber pensado? Justo después de prometerse que no se separarían, ella, subía en un coche y marchaba. Lo vio todo en su expresión y no pudo hacer nada más que retirar las cortinas de la ventana y sacar hasta la cintura por ella y quedárselo mirando, de costado.

Llovía. No savia donde estaba. Nunca había ido más lejos de la feria de ganado de Medina y está ya hacía rato que la habían dejado atrás. La humedad le llegaba hasta los huesos y todo y estar dentro del carruaje, al llevar el vestido aun mojado, se sentía como si estuviera bajo la lluvia. Hacía frio, la señora iba bien abrigada, pero ella no. Se la quedó mirando.

-¿Qué te pasa niña?- le preguntó bruscamente - ¿No debes estar enferma verdad?- Alzó un poco el tono de voz.

-No señora-

-Pues deja de temblar ya niña. Me irritas.- le replico.

-Madre no trate así a la pobre niña- dijo una mujer joven que las acompañaba, de unos veinte años, que parecía ser su hija. -Aunque no lo parezca es muy buena- Esta frase se dirigía a Dafne- Es mi madre Eugenia Alarcia, yo soy María Anna. -Dijo amistosamente.

-Para ti Señora Alarcia, niñata. - Dijo algo irritada.

La señora Alarcia la había ido a buscar a casa, pero no parecía estar muy contenta de haberlo hecho, por otro lado su hija, María Anna, se le había dirigido amistosamente todo el rato. No fue hasta entonces que se dio cuenta que todo esto era más que un viaje o que un intercambio de mercancías; No savia donde la llevaban, pero temía que allí todos la trataran como la señora Alarcia la había tratado hasta de momento.

El momento precisoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora