Capítulo 2:
Iba andando por las calles de Londres, viendo, como cada persona hacía su vida y en mis cascos se escuchaba 2pm con Take off, haciendo, que cada pincelada de la vida ordinaria que pasaba ante mis ojos, obtuviera un ritmo y unos matices distintos.
Sin darme cuenta, iba sonriendo y mis manos soltaron la coleta que llevaba, dejando que mi pelo liso callera a mi alrededor, lo observé y me fijé en los escaparates y vi que estaba corriendo y que mi pelo parecía estar hecho de hilos de sangre, sonreí, y corrí más rápido, saltaba cuando tenía algún obstáculo, mientras la música de 2pm me impulsaba a correr cada vez más rápido. Me animaba y me sentía feliz, aunque eso es lo que conseguía conmigo la música, hacerme feliz y darme ganas de seguir adelante.
Los coches pasaban a mi derecha y las personas me miraban sorprendidas a su alrededor, preguntándose qué estaba haciendo una chica, corriendo como una loca, por las calles de Londres. Sabía que tenía que pararme, pero es que no quería.
Es algo extraño lo que la música puede conseguir, darnos vida con una sola nota de musical. Hacer que nuestro cuerpo entre en acción con un simple quejido, sacado de un instrumento y un desgarre de la voz de una persona, es increíble como el ruido puede transformarse en sonido, y así, accionar la vida de todos.
Esas palabras resonaban en mi mente, de forma compleja y añadiéndose con un son, mientras veía pasar las calles de piedra roja, gris y azul, de las casas, a medida que iba avanzando y ganando terreno de esa enorme y a veces, aguada y deprimente ciudad.
Por fin, llegué a mi destino, frené y me giré al ver la casa de Alexander, una enorme casa de dos plantas que tenía un pequeño jardín entre una escalera que daban a la calle y que subía hasta el portal. Anduve rápida y abrí la verja y subí los escalones. Toqué el timbre y me recibió Alexander, por desgracia, tuve que parar la música, ya que Alexander me lo estaba pidiendo.
Y allí estaba, mi mejor amigo desde que tenía 7 años, Alexander Parks. Hijo de un doctor y una pediatra. Con 2 hermanos que le hacían de rabiar. Era alto, rubio y corto, que caía en pequeños picos por el lado izquierdo. Luego estaban sus alegres ojos. Era 2 años mayor que yo, 18, rechiné los dientes. Era alto y atlético, tocaba la guitarra y tenía en ese mismo momento una cara de resfriado universal, con aquel pijama de cuadros rojos y la camiseta negra de Fairy Tail, una serie anime que le gustaba mucho.
Le sonreí con compasión y le dije:
-¿Cómo esta mi pequeño resfriado?-me reí de él.
Alexander gruñó un poco y su rostro pareció más adorable:
-Luchando contra la enfermedad más jodidamente dura que existe en este jodido mundo.
-Joder ¿Todo está jodido para ti eh?-me reí y le di un abrazo.
Alexander se sorprendió, normalmente no le daba abrazos, pero lo aceptó y me abrazó muy fuerte, luego le solté:
-Voy a por nubes ¿vale?-le guiñé un ojo.
Él me observó un poco extrañado y al ver que me iba dando la vuelta. Se fijó en que llevaba el pelo suelto y dijo:
-Estás más guapa con el pelo suelto-sabía que eso me molestaba, por eso añadió-A mí me gustas más con el pelo suelto, por lo menos-se puso un poco rojo.
Le miré un poco molesta y luego bajé saltando de dos en dos los escalones. Bajando hacia la tienda de chuches que había justo enfrente de la casa de Alexander. Compré una bolsa de nubes enorme, 2 bebidas y regalices rojos normales. Pagué y me volví para ir a casa de Alexander de nuevo, iba con una bolsa y volvía a escuchar música, cuando levanté la mirada, ahí estaba Alexander, apoyado contra la pared, con el brazo y la frente acomodados en esta, mirándome. Le sonreí, era bastante mono, pero no se lo dije. Subí los escalones: