Siento como si me hubieran dado una patada en los testículos.La vi venir, tomar impulso desde lo alto en el mismo instante que Emanuel nos dijo que había resuelto el problema del cantante. Él nos miró a todos muy contento y supe que algo no iba bien. « Yo seré el cantante de la banda», nos informó y la patada aterrizó directo en las gónadas, contundente, sin piedad. Una detonación inminente.
Ahora lo veo preparándose en el centro de la cochera. En la mira de todos, en su elemento. Jimmy, Inés y yo lo rodeamos, cada uno en su esquina, desesperanzado. Y cuando Emanuel empieza a cantar una canción que ni siquiera conozco, de pronto quiero que un meteorito caiga sobre la casa y nos aplaste a todos. El fin del mundo. Cuerpos en llamas corriendo enloquecidos por las calles mientras hay un tufo intenso a carne chamuscada. Los fetos de las mujeres embarazadas siendo arrebatados de los vientres. El leviatán surgiendo de los mares para convertir las olas en fuego y arrasar con las ciudades.
Tentador.
Si me pidieran un ejemplo de insipidez diría: «La voz de Emanuel».
Ya puedo ver los ojos indiferentes de Diego, la línea inexpresiva de su boca, quizá hasta un bostezo. Porque eso transmite Emanuel: nada.
—Yo he escrito la canción —nos explica.
Nada.
—¿Qué tal estuvo?
Nada.
—Creo que podemos trabajar con ella —continúa Emanuel—. Incluso se me ocurre que puedo hacer una ilustración donde estoy yo sosteniendo una especie de fuego cósmico...
Al final del día me voy de la cochera con dolor de oídos; tengo que darme un par de golpes hasta que la molestia desaparece. Emanuel ha titulado la canción Sopa, y sospecho que se le debió ocurrir mientras comía sopa o veía un comercial en televisión sobre sopas. La canción no habla de nada en absoluto y yo pienso que la próxima vez que coma sopa voy a vomitar sobre mis pantalones.
—Hey, Boris, espera ahí.
Me detengo a mitad de la calle; Inés me alcanza. Veo sus rodillas rosadas y las manchas que le han quedado después de estarse arrancando unas costras durante todo el ensayo. A ella no parecen importarle las cicatrices.
—¿Me acompañas a casa?
Pienso que ya es tarde y que debe temer que algún hombretón la acose en el transporte público.
—Va —le digo.
Durante el camino me pregunta si tengo novia o novio o pareja de sexo indefinido o alguna turbia parafilia como la zoofilia o la necrofilia. No, le digo. Después cuestiono:
—¿Vas a pedirme ser tu novio?
El taxi va repleto e Inés tiene sus piernas pegadas a las mías. Ella está sudando pero su piel se siente fría y casi me hace dudar en si en verdad estamos en verano.
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Hijos de Saturno
Ficção AdolescenteDespués de ser parte de una serie de bandas de covers, Boris comienza a sentirse defraudado con la única actividad que parecía tener sentido para él. Entre problemas con su madre, conversaciones con sus ídolos y el descubrimiento de un joven cantant...