4- Contra el mundo.

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          En un lugar como lo era el psiquiátrico de Incheon, en la solitaria calle de bukseongdong-ga, las aves cantaban en su vuelo matutino sobre el establecimiento. El sonido era encantador a todo oído cercano. ¿Olores a café? Podría ser la imaginación de una enfermera. Pocas veces tomaban de esa deliciosa bebida. Una, dos, tres veces al mes; era permitido por los superiores. Algunos ya se habían acostumbrado a tales restricciones, pero para otros era insoportable, que debían salir unos minutos a tomar alguno. Trabajar con 'locos' no era nada fácil, de verdad que no. Requería mucha paciencia, la cual, poca había. Unos enfermeros renunciaron por no soportar la presión y maltratos de los internados, sólo pudieron huir como cobardes. Se reconoció que no todos tenían la capacidad para esa labor, así que los sustituyeron por otros más 'profesionales'. Estos últimos lo único que lograban era maltratar a los enfermos, tampoco era la idea, pero, ¿a quién le importaba eso? Así pensaban. 

   Dentro de la habitación 502, un par de chicas no lograban callarse. Al parecer discutían. ¿La razón? Una molestaba a la otra, ¿era realmente así? Una mencionó a la otra que iba a suceder algo muy malo y que estaba muy asustada. Estaba abrazada a sus rodillas sobre su lecho propio, no dejaba de explicar que sucedería algo muy malo. A cada instante respingaba por la sorpresa de algún ruido emitido por su ajena. La mayor de ambas crujía sus dientes, disgustada. Sabía que su hermana menor presentaba problemas de trastorno de ansiedad, pero a veces era un poco insoportable, o quizás, ya no le tenía la misma paciencia que antes. Jung Chae Yeon, de veintiún años de edad, perdió la paciencia por su media hermana menor, Kim Ye Rim, de diecinueve años de edad. 

   Chae Yeon se aproximó a su hermana y la tomó del mentón para que pudiese observarla. —Ye Rim, mírame, nada malo pasará, no tiene por qué suceder algo malo, tranquila, ¿si?—. Dejó un cariñoso beso en la frente de la menor, luego la abrazó con todas sus fuerzas y esta poco a poco se fue calmando. Además de los medicamentos, su hermana mayor le ofrecía seguridad y tranquilidad. Ambas ya estaban más relajadas. La cólera de la mayor había disminuido y así sucedía con el temor de la menor. Las dos se tenían la una a la otra. La verdad aquí era que Chae Yeon no era ninguna enferma mental, ella, por amor a su hermana menor, decidió sacrificar su libertad y buena vida para no dejarla sola en aquel horroroso lugar y más cuando tenía conocimiento de que ayudaba a su "Yeye" en sentido emocional. No necesitaba de sus padres, la necesitaba a ella. Una daba estímulo a la otra, mientras que la otra hacía feliz a la primera. Era un bonito amor de hermanas y que nadie, jamás, lo haría. 

   Una enfermera entró a su cuarto, y al notar que estaban más calmadas, sonrió satisfecha, retirándose una vez más. Ya no habían gritos o discusiones. Kim Ye Rim por fin volvía a sonreír y a corresponder el abrazo de su hermana mayor. —Yeonnie, tú eres la única que me gustaría tener a mi lado por la eternidad. Eres una hermana grandiosa y me siento orgullosa de ti, por poseer un corazón tan noble cuando se trata de mí. Gracias por estar a mi lado, eonnie—. Al concluir con su hablar, la aludida no pudo evitar sentirse sensible por sus palabras. Pocas veces hablaba de sus sentimientos y eso era un gran avance que la menor estaba haciendo. Su corazón latía con emoción, casi con las intenciones de salirse de su pecho. Se separó de ella con lentitud y tomó su mano para ayudarla a levantarse de la cama. La alarma había sonado al fin, era momento de un receso en el "jardín" del edificio. Decían los psiquiatras que tomar aire fresco ayudaba a la mejoría de los pacientes. Con orden salieron a realizar la larga fila en el pasillo, esperando su turno de bajar en el ascensor. Un par luchaba por el puesto del otro al final de la formación. Habían, tanto mujeres como hombres, jóvenes y también mayores. 

   —Yeye, no te separes de mí, en ningún momento, ¿de acuerdo?—. Inquirió. Sabía que cuando habían discusiones de esa índole, siempre acababan muy mal y lo importante para ella siempre fue la salud mental de su menor. Entrelazó los dedos con los adversos en busca de afianzar mejor el enlace. Cuando las ocho personas delante de ellas hubieron invadido el ascensor y este estaba de vuelta ya vacío, les tocaba a ellas, su turno de subir. Quedaron al fondo del elevador con los demás delante. Menos mal, todos los usuarios, aparte de ellas, estaban tranquilos. 

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