Capítulo 1

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"Un trauma, dos rayos de sol y tres bocas hambrientas."

Un muro enorme separa mi casa del bosque. Quince metros o quizá un poco más es la altura de este coloso de concreto, el cuál es un efectivo recurso para delimitar la ciudad, y no llegar a la zona roja exponiéndonos a la radiación. Varios graffitis adornan el muro que nos protege de las inclemencias del ambiente del otro lado. Aquí, lejos del ruidoso ir y venir de la metrópoli, está lo que se podría llamar mi casa, lo que solía ser un hogar lleno de amor, y donde la vida transcurría con una cotidianidad que extraño por lo menos una vez al día. Comida en la mesa, ropa limpia y planchada, jugar entre la hierba como cualquier pequeño en sus días de mayor luz y alegría. Muchos años después de aquellos tiempos aquí me encuentro, mi casa, si es que con tanto desperfecto puede llamarse de esa forma. Por supuesto que hay momentos felices, momentos de paz, pequeños destellos de luz, pero un lúgubre ambiente queda al final, como un sabor amargo en la boca después de probar la miel, como un botón que no llega a florecer, como una promesa que nunca llega a consumarse. Hoy, es muy diferente.

Ha amanecido ya, un pequeño rayo de luz ilumina el cuarto gracias a la cortina de la ventana apenas entreabierta, me recargo con mis codos sobre mis rodillas, un olor a canela proviene de la cocina del señor Áljamin, nuestro vecino de al lado que gusta de recibir la mañana con esa rica bebida y algunas veces con café, mucho más costoso que la canela, y que solo un par de veces he tenido el lujo de probar. Tardo en despabilarme del todo, pues he luchado toda la noche con la lluvia para que no se inunde nuestra pequeña choza, en donde el cielo nos cayó de un solo tajo, después de todo es lo único que nos queda a mis pequeños hermanos y a mí desde que nuestros padres no están. Ellos, mis dos pequeños, son mis momentos felices, mis destellos de luz.

Un amarillo huevo embellece el horizonte, pequeños diamantes caen de los techos de cartón de las casas aledañas, y delgados riachuelos descienden hacia el rio a través de la calle. Tía Emma, que vive cruzando la calle, ya está barriendo el exceso de agua contenida en la entrada de su casa. Me sorprende que, aunque ya es mayor tiene la fuerza de un toro. Casi siempre es la primera en recibir los primeros rayos del sol, supongo que es porque toda su vida estuvo forjada con una disciplina ambientada en la guerra, una guerra de la cual conozco poco, pero que está muy presente en la memoria de muchos porque casi acaba con el planeta.

Esta lluvia me ha dejado exhausto, después de pasar la madrugada medio tapando las goteras, y de tragar en contra de mi voluntad más de un litro de agua de lluvia y mugre del techo, no he podido más que apenas pegar las pestañas un par de horas. Al ver este techo y contemplar esta choza tan golpeada por el paso del tiempo, involuntariamente y al instante me llega a la mente la imagen de mis padres. No puedo dejar de lado recordarlos y, ¿cómo no podría hacerlo?, si gracias a ellos seguimos con vida, aunque hoy al ver a mis hermanos y a esta choza casi inservible, no sé si hubiera sido mejor morir esa noche con ellos, no hay día en que no piense en eso, porque al menos Ila y Elian no pasarían hambre, y no tendrían que sufrir porque sus padres no están para proveerles seguridad en momentos de miedo y abrigo en noches frías. Aunque Ila no recuerda nada de ellos, pues solo era una bebe cuando murieron, Elian los recuerda un poco más, por lo menos le viene a memoria en ocasiones una canción que mamá le cantaba antes de dormir.

Recordar a mis padres me hace dibujar una sonrisa en mi rostro, siempre lo hace, se ha convertido en mi refugio, pero también en mi martirio, de pronto una imagen se empieza a dibujar en mi mente; Mi madre cocinando algo para la cena, celosa de su espacio culinario cuando papá y yo jugábamos en él, siempre dispuesta a dirigir la casa con una precisión tan perfecta, como la de un director musical con batuta en mano, invitándonos amablemente a salir; <<si no salen los moleré a palos>> decía, pero también siempre dispuesta a refugiarnos en sus brazos. Recuerdo su mirada al llevarnos a la cama, esa mirada que solo las madres pueden tener, imposible de describir y por lo tanto, imposible de olvidar. Pero no necesitaba una descripción, lo sabía, lo sentía. Además, lo más bello de la vida no está contenida en las palabras. A papá lo recuerdo enseñándome a tallar caballos de madera mientras me contaba historias alucinantes, fruto de sus aventuras de joven. Él fue científico al servicio de Roltham, pero antes de eso sirvió en la milicia por algunos años y por lo tanto, tenía sobre sus lomos varias batallas, así que solía cautivarme con sus anécdotas y gracias a eso, muchas veces llegué a imaginar que emprendía un viaje que me llevaría a vivir en carne propia lo que él me contaba, llegue a jugar a que era a lo menos, un gran soldado al servicio del ejercito de la República de Roltham. Pero también intentaba enseñarme las propiedades de los diferentes tipos de plantas y árboles, las características de los animales, enamorado de la naturaleza o quizá, nostálgico ante la situación actual del planeta, la forma como encontraban su alimento los animales, como se fabricaban sus refugios, etc....

LA OTREDAD Y SUS CONSECUENCIASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora