Capítulo 1

10 0 0
                                    

Ella

El pequeño forcejeaba en los brazos de su madre, deseoso de liberarse para ir a ver al titiritero mover los hilos al ritmo de "Ko-Kuyo", un antiguo mito contado por los aborígenes que habitaban en su pueblo. Solo que este prefería escucharlo mediante divertidos personajes. Marian lo entendía bien. Ella misma decidía cada tarde perderse en los deslumbrantes colores que adornaban a los pequeños seres de madera y algodón.

Era tarde y el cielo lanzaba destellos de un profundo anaranjado, la calidez de la brisa la envolvía suavemente. Observó a las aves surcar el cielo en un vuelo perfecto y sincronizado, hasta perderse en la lejanía. Escuchó la risa de los niños que correteaban por la plaza y pasaban frente a ella como centellas llenas del fuego de la vida.

Tan pequeños en tamaño y tan poderosos en vitalidad. Pensó.

Justo en medio de la plaza, la gran fuente de los próceres proyectaba sombras que hablaban de caballos con valientes jinetes cabalgando hacia la libertad.

Pensando en como su madre le decía siempre que tenía que poner los pies firmes sobre la tierra si no quería salir volando hasta perderse en el firmamento, se deslizó en silencio hasta la banca de mármol pulido que se encontraba junto a la plaza.

Un pájaro chilló sobre su cabeza y se sobresaltó, hasta el punto en que de un solo brinco, soltara la pila de libros que tenía en sus brazos, esparciéndolos por el suelo.

Sip, definitivamente debía empezar a aterrizar.

Y no precisamente en el suelo, ya que al inclinarse había terminado por explorar de cerca la gruesas grietas del concreto.

Quizás de una manera demasiado personal...

No es algo que a muchos les gusta reconocer sobre si mismos, pero Marian sabía en donde estaban parados sus pies... metafóricamente, por supuesto. Y no le molestaba admitir que era toda una soñadora que corría despistada en las mañanas cuando su despertador sonaba, solo para encontrarse conque era sábado y podía volver a la cama.

Pero ese era el punto, era una soñadora y no había nada de malo con eso. Sin embargo, últimamente no había dejado de desear algo real, sólido, concreto...

Bien, considerando lo cerca que había estado del concreto hace unos segundos, a lo mejor debía dejar de querer algo "así" de concreto.

Tranquilidad. Eso era lo que necesitaba. Alejarse de todo y reevaluar sus posibilidades de vivir una gran aventura antes de empezar la universidad.

¿Pero como hacerlo?

Si ella buscaba la aventura como quien anhela una última respiración.

Su madre le enseñó que si quería algo con mucha fuerza, debía intentarlo cuantas veces fuera necesario para lograrlo, como aquella vez que le regalaron su primera bicicleta y al montarse derrapó por la colinda del Sr. Lotus hasta caer y rasguñarse las rodillas, no quería volver a subirse pero deseaba salir a jugar con Carla y los demás chicos, fue allí cuando su madre le dijo severamente, pero con un brillo en los ojos que se sacudiera las manos, curara sus rodillas y subiera a la bicicleta porque nada está fuera de nuestro alcance si tenemos las ganas de lograrlo.

Así que eso hizo... Y se estrelló otras ocho veces. Pero valió totalmente la pena.

Permitir que la vida pasara de largo, sin disfrutar todas las oportunidades que trae con ella, se convertía en una de las principales torturas a las que Marian creía que no podría sobrevivir.

En medio de sus pensamientos, sin venir a ton ni son, se preguntó si Fausto Courvett habría tenido una madre que lo alentara, de la forma en que la suyo lo hizo con ella.

Hilos SangrientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora