Capítulo 2

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Eran las 10:00 am y Silvio no entendía como era que algunas personas creían que sus patéticos deseos de recrear la cultura céltica a través de un sofá contribuirían a la trascendencia del arte.

Llevaba trabajando toda la mañana a una marcha veloz, y habiendo terminado con el susodicho objeto de madera, mejor conocido como sofá, se encaminó a la puerta trasera de su taller de trabajo.

Allí se encontraba su destartalado cadillac. Abrió el maletero y sacó el bolso de lona negro recubierto con plástico para evitar que se derramara el espeso líquido.

Lo llevó a su taller y empezó a descargar su contenido en la mesa de metal.

Un rato después los hilos se enredaban en sus dedos, deslizándose con el espesor de la sangre. La visión causándole una fascinación arrolladora, moviendo sus manos al compás de la Danza de Fuego de Stravinski, maravillándose con los matices que creaban sus muñecos frente al fuego.

Envuelto en sus ensoñaciones, se veía a sí mismo bailando en un circulo de fuego. Las brasas quemando a través de su cuerpo, respirando humo y exhalando chispas rojizas. Su sangre cantaba y su cuerpo vibraba...

Un repiqueteo de metal lo sacó de la fantasía.

Rodando por el suelo se encontraba un botón de filigrana de plata que evocaba turbadores recuerdos sobre su obtención.

Dejando de lado el enredado tumulto de cuerdas ensangrentadas, con su mano izquierda se inclinó a recoger el botón, y al levantarse, por el rabillo del ojo, distinguió un trozo de tela verde colgando sobre un frac oscuro. Era la camisa, dueña del escurridizo botón puesta sobre su más reciente adquisición: piel pálida con un tinte rosáceo, oscuros y gruesos rizos sobre una frente lisa y amplia. Nariz recta bordeada por pómulos altos con gruesos labios formando un arco sobre la barbilla despampanante.

Bien podía ser un perfecto reflejo de una pintura de Botticelli; sin embargo lo había encontrado vagando por los basureros del callejón junto al nuevo despacho del alcalde Soreno, mientras este último se vanagloriaba escuchando los risibles artículos del periódico local sobre bajas en los índices de delincuencia en la pequeña Ciudad Del Sol.

Él, con su benevolencia, lo había tomado bajo su ala y le había prodigado un nombre, ya que el chico tenía miedo a decirlo, no fuera a ser que los servicios de acogida lo encontraran. Axel, lo llamó. Y lo invitó a trabajar con él en su taller de madera.

No duró mucho. Pronto los sueños lo azotaron, y las tardes se convirtieron en suplicios.

Las voces pedían ser apaciguadas con sangre y fuego. Suaves y acariciantes susurros se deslizaban por los límites de su cordura, bailando entre lo real y lo irreal hasta que la puerta se abrió con un sobrecogedor chirrido, y entró Lionne.

En su rostro moreno se adivinaba una expresión cansada, y con un tono rasposo le pregunto.

-¿Has terminado la cuna de la señora Caggio? Debo entregarla antes de las dos.

Con medio cuerpo recostado en la puerta, parpadeó para ajustar su vista a la oscuridad del taller pero el cansancio le impidió ver detalladamente lo que su compañero hacía en la mesa.

Silvio un poco azorado, inclinó la cubierta de lino que tenía sobre la mesa, cubriendo el desastre cobrizo.

-Eh... Si, claro. Está justo allí apoyada en la pared. Ayer llame para comunicarle que podía venir a buscarla y dijo que lo haría. ¿Todo bien con ella?

Líonne que parecía al tanto de todo, respondió con tranquilidad.

-Si, solo se adelanto el parto. Su esposo me pidió que la entregaramos ésta misma tarde en la avenida Reapstor.

-Entiendo. ¿Le pediras a Joshua que vaya contigo o debo ir yo?

Sus iris mostraban un brillo febril que hacía parecer su cara como la de un moribundo en el lecho de muerte, las cuencas hundidas y bordeadas de un color purpúreo resaltaban cierta locura aniñada.

A Lionne que había estado toda la tarde atendiendo pedidos de los clientes locales, le parecía que el joven inclinado sobre la mesa de metal desprendía un aura de euforia desgastada, y le respondió.

-Está bien, no te preocupes. De todas formas debo dejar a Joshua en la fábrica del señor Kitter, debe realizar el nuevo pedido de madera.

-Entiendo, si necesitan ayuda solo tienen que llamar.

-Claro, lo tendré en cuenta- Dijo Lionne. -Recuerda cerrar la puerta de metal cuando termines.

-Lo haré.

Lionne dio una ultima mirada cansada a la habitación, sillas volcadas, retazos de tela, madera y algodón esparcidos en el suelo, hojas desperdigadas sobre la mesa, un pequeño hilillo de una sustancia cobriza cuyo olor le resultaba familiar, más no lograba ubicar y pensó en dirección al joven...

Espero que eso en lo que estés trabajando tan arduamente tenga sus méritos, porque con cada llamada de Poitiers pierdes un poco más de ti.

Y así, con rostro cansado abandonó la habitación. No sin antes estremercese por la mirada perturbadora que tenía el joven.

Silvio, al verse librado de la presencia de su compañero se apresuró a descubrir el nuevo artilugio sobre el cual estaba trabajando.

Un ensamblaje tan ingeniosamente colocado, que permitía que el brazo de su muñeco no se moviera blando y frágil, similar al usado por los médicos en fracturas. Sólo que en vez de utilizar clavijas cuyos bordes sobresalen, él usó unas especiales en las cuales los bordes terminaban en remaches que se escondían bajo la ropa de los muñecos sin crear bultos, de donde se colocarían las cuerdas para moverlos al ritmo de sus manos.

Estaba tan emocionado por ésta nueva idea, que no se percató de la oscuridad que reinaba afuera.

Cuándo hubo terminado de instalar el mecanismo, levantó la mano para limpiar el sudor de su frente y miró hacia la ventana, el brillo de la luna permitía que el lugar se llenara de un aura mística.

Esto le complacía, púes creía que ayudaba al objetivo que tenía planeado cumplir el día siguiente.

Término de ajustar algunos detalles, limpió sus manos y recogió las herramientas que había traído de casa; con una vidriosa mirada se despidió del lugar y fue rumbo a la oscuridad.

Hilos SangrientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora