Dejar ir.

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PEETA.

Habían pasado dos días desde que salí hecho una furia de la habitación de Katniss. Hacía cuarenta y ocho horas que no veía su cara ni escuchaba su voz. Demonios, hasta nuestras coquetas conversaciones de texto habían cesado. 

Me había pasado dos días entero de trabajo evitándola. Había dado grandes rodeos para esquivar la puerta de su habitación, y había pasado las horas de la comida solo en una esquina de la cafetería mientras me sentaba y me preguntaba qué estaría haciendo ella. A pesar de todo esto, de haber hecho todo lo posible por evitar un enfrentamiento, por evitar una conversación que sabía que teníamos que tener, continué con mi plan. Había asistido a las reuniones que tenía programadas con varios funcionarios del hospital para asegurarme de tener los permisos correspondientes. Había repasado listas con Annie, Haymitch, e incluso con la madre de Katniss, que me miraba con su habitual indiferencia cautelosa. 

Continué con el mayor de mis planes porque, en el fondo, sabía que Katniss tenía razón. 

La otra noche, estaba allí de pie, mirando mi futuro directamente a la cara, mientras miraba a los ojos de la mujer con la que quería pasar el resto de mi vida.

Y no era Madge.

Katniss no había dicho aquello para herirme o enfadarme. Lo había dicho para tratar de ayudarme a sanar. En lugar de reconocerlo cuando debía, me dejé llevar por la ira, defendiendo a un fantasma y a un recuerdo.

Madge se sentiría avergonzada por mis acciones.

Madge nunca habría querido que continuara llorándola como lo había hecho. 

Sin embargo, allí estaba yo, tres años más tarde, todavía atrapado en el mismo lugar en el que estaba el día que llegamos al hospital en aquella ambulancia. Aunque tal vez eso era lo que se suponía que debía hacer, así que podría terminar aquí.

No lo sabía. Ni siquiera podía empezar a entender cómo funcionaba el mundo. 

Necesitaba dejarlo ir. Necesitaba decirle adiós a Madge, la mujer que perdí, y a la vida que una vez tuve. Y necesitaba perdonarme por los errores que había cometido y que me habían traído hasta aquí. 

Podía haber pasado años encerrada en una habitación de hospital, pero la sabiduría que Katniss poseía era más de la que la mayoría de la gente consigue durante toda la vida.

Me había estado castigando a mí mismo, viviendo en un purgatorio por mis pecados, y por fin había llegado el momento de liberarme. 

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— ¿Que quieres qué?—preguntó Portia una vez más. 

  — Me gustaría comprar una placa para el banco de la segunda planta. No te hagas la tonta conmigo. Sé que sabes de qué banco te estoy hablando— dije mientras me recostaba en el sillón orejero que parecía ser mi casa últimamente.

Me había pasado por su despacho esta mañana temprano después de haber dormido unas tres horas desde que acabé mi turno. Pero no podía esperar más. Cada hora que pasaba marcaba cuánto hacía que no veía a Katniss, y el pas del tiempo estaba empezando a pesarme. 

¿Pensará que me fui para siempre? ¿Estará bien? ¿Me odiará?

Dios, soy un imbécil. 

Pero tenía que hacer aquello antes de poder poner un pie de nuevo en esa habitación. 

Tenía que volver completo o, al menos, a mi modo. Aparte de volar hasta Chicago y visitar el lugar donde estaba enterrada Madge, esa era la única manera en la que podía resolverlo en mi cabeza. Quería una forma de decir adiós, un recuerdo, algo concreto y real que pudiera recordar. 

Vivir (Evellark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora