Capítulo 4

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Teresa corrió a la casa y empezó a aporrear la puerta.

—¡Abre, imbécil!

Nuria viéndose sola fue tras ella.

Las hice rabiar un buen rato y después abrí puerta.

—¡Eres un imbécil y un subnormal! —me insultaron al entrar.

—Bueno, dejadlo ya. Ahora mejor nos quedamos aquí y ya mañana buscamos a alguien que nos ayude a sacar el coche. Porque salir ahora en plena oscuridad puede ser peligroso.

—Menudo idiota —concluyó Teresa quitándose la chaqueta.

No añadí nada más y me fui a la chimenea a encender un fuego. Quería que se les olvidara la idea de volver al pueblo lo más pronto posible. Aquel fuego convertía la casa en algo más cercano a un hogar. Cuando logré que prendiera la leña, me tumbé en el sofá pensando en lo ocurrido. La oscuridad de la montaña y ese grito de Teresa me habían asustado. ¿Aquella luz era real o simplemente un reflejo? Pensé en la posibilidad de que hubiera entrado alguien en la casa, pero la puerta no estaba forzada y todo parecía estar en su sitio. Nuria, tratando de encontrar una explicación lógica que tranquilizara a Teresa, dijo;

—Quizá ha sido un cazador que pasaba por aquí con una linterna y al haber iluminado la ventana puede haber provocado un reflejo.

—¿Un cazador a estas horas? — preguntó desmontando la teoría de Nuria. ¡Mira, Nuria, sé lo que he visto y lo que no y eso te tiene que bastar! —sentenció subiendo el tono de voz.

Cenamos en abundancia alrededor del fuego. Teresa estaba más tranquila, aunque sólo me hablaba cuando era estrictamente necesario. Le indignaba que nos hubiéramos quedado en la casa tras lo ocurrido. Sin embargo, estaba hecha un lío, no sabía si era mejor quedarse o recorrer las montañas en la oscuridad. La verdad es que ninguna opción la convencía completamente.

Después de cenar me encontraba exhausto y saqué de la funda mi saco de dormir. Nuria, intentando tranquilizar los ánimos, sugirió que durmiéramos todos juntos en el salón. Así Teresa estaría más tranquila.

Me encontraba harto y resignado a todo lo que pudiera ya ocurrir, así que planté el saco en el suelo y me metí dentro. Diez minutos después, cuando estaba adormecido, las vi extendiendo sus sacos de dormir a mi lado.

Unas horas después, sumido en un profundo sueño, escuché la respiración jadeante de alguien que corría por la montaña. Un hombre se dirigía a la casa y golpeaba la puerta con un palo mientras gritaba.

—¡Salid! ¡Salid!

Me desperté sudando, muy asustado. Parecía tan real el sueño que mi sangre se heló de inmediato. El corazón me palpitaba contra el pecho y me faltaba el aire. A mi lado, Teresa y Nuria dormían tranquilas. Me tumbé boca arriba tratando de recuperar el aliento, y a los pocos minutos logré volverme a dormir.

A la media hora escuché de nuevo una voz que golpeaba la puerta al mismo tiempo que susurraba.

—¡Salid! ¡Salid!

La habitación encendidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora