Capítulo 5

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Me desperté asustado y confundido, no sabía si se trataba de un sueño o de la realidad. El cansancio y la copiosa cena me habían sumido en un estado de letargo. Había perdido por completo la noción el tiempo, y mis movimientos eran lentos y torpes. Medio dormido, abrí la puerta con cautela y me dirigí a la pinada con la intención de echar un vistazo. Estaba convencido de que alguien había golpeado la puerta. Sin embargo, no parecía haber nadie en toda la explanada, me acerqué a la pinada con la intención de observar montaña abajo. Al dejar atrás un par de gruesos árboles, escuché unos pasos tras de mí y antes de que pudiera reaccionar recibí un fuerte golpe en la cabeza.

Sin poder precisar cuánto tiempo pasé inconsciente, desperté al sentir un intenso ardor en mi espalda. Sufría un terrible dolor en la cabeza y una vibración metálica se repetía monótonamente en mi cabeza una y otra vez. Todo estaba en llamas, la casa y el bosque. Con gran esfuerzo me levanté, y manteniendo apenas la verticalidad me dirigí a la casa. Entré todo lo rápido que pude y fui directo al salón. Había humo por todas partes. Teresa, atada y amordazada en el sofá, se retorcía intentando soltarse.

Le quité la mordaza.

—¡Ha sido mi marido Carlos! ¡Me quiere matar!

—¿Dónde está Nuria?

—Se la acaba de llevar fuera, me quiere solo a mí.

La cargué a mi hombro y fui corriendo hasta la puerta. Iba chocando con las paredes, jadeando sin parar. Un segundo antes de franquearla, alguien la cerró por fuera de golpe y choqué de frente. Caímos al suelo los dos.

Mientras trataba de contener un chorro de sangre que salía de mi nariz escuchamos con terror cómo los cerrojos crujían cerrando la puerta. Traté de empujarla pero fue inútil. Quedamos encerrados. Teresa, histérica, se retorcía en el suelo moviéndose de un lado a otro.

La sostuve para que se estuviese quieta y con un cuchillo de la cocina fui cortando la cuerda que tenía atada a los pies y a los brazos. Teresa, entre sollozos, no podía parar de llorar. Una vez libre se levantó del suelo chillando.

—Nos va a matar, nos vamos a quemar.

—Tranquilízate y para de moverte. Vamos a la cocina. —Teresa me siguió llorando—. Toma —le dije dándole un paño de cocina—, humedécelo y póntelo en la boca.

Teresa se fue derecha a la pila.

La habitación encendidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora