Capítulo 26

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—YANINA, ¿QUE HACES?

—Nada, tío, tomo notas...

Una mueca amarga que quiere ser una sonrisa, ha sido la respuesta de Yanina, mientras ajusta mejor el pañuelo de colo­rines alrededor de su oscura cabeza de cabellos ensortijados. Sin el menor ruido ha surgido de la espesa sombra de los arcos del segundo patio, y los ojos duros e inquisidores de Bautista la miran imperiosos, mientras ella encoge los delgados hombros...

—¿De qué tomas nota, Yanina?

—De todo lo que pasa...

—No pasa nada, sino que me han aplastado y pisoteado —se queja Bautista en voz baja, pero con gran rencor—. Mas no van a quedarse así las cosas. Yo tengo que desquitarme, tengo que tomar venganza. Ya verán si hace falta o no Bautista el día que amanezcan incendiados los cañaverales, o si vuela un petardo la represa del río, o si...

—No hables necedades, tío Bautista. Esas cosas no se dicen. Si acaso, se hacen...

—¡No puedo aguantar lo que me pasa! ¡No puedo seguir aquí como el último sirviente, mientras ese pordiosero, mien­tras ese malnacido de Juan del Diablo...!

—Baja la voz, tío, que no te oigan. Renato y su digna espo­sa acaban de entrar en el cuarto. Ahora la tendrá entre sus brazos, la besará con ansia, ¡y le dará el corazón y el alma entera a esa malvada!

—¿Malvada? ¿Por qué es malvada? ¿Tuvo ella la culpa de algo? ¿Por qué no me hablas claro a mí? ¿Qué es lo que ocultas? ¿Qué es lo que sabes?

—Sé una cosa que va alegrarte mucho, tío Bautista. ¡Muy pronto va acabarse Juan del Diablo!

—¿Quieres hablarme claro? —apremia Bautista mirándola con sus duros ojos inquisidores—. ¿Por qué va a acabarse Juan del Diablo?

—Porque pica demasiado alto. En esta casa van a pasar muchas cosas. Si yo fuera tú, tío Bautista, mejor esperaba. Ya vendrá el río revuelto...ya río revuelto, ganancia de pes­cadores.

—¿De dónde sacas tú...?

—Ayer fui hasta allá arriba, hasta lo más alto del desfila­dero, y vi a la vieja Chala. Le di unas monedas para que mi­rara el porvenir de los D'Autremont...

—Tú nunca creíste en esas cosas, Yanina. Son patrañas, embustes para engañar a esas bestias que llevan la superstición en la masa de la sangre. No te crie yo para que creyeras esas cosas... Pero, ¿qué te dijo Chala?

—Abrió una gallina negra, le miró las entrañas y me dijo que hay dos hombres con sangre D'Autremont en las venas: uno legítimo, otro bastardo.

—¡Calla, baja la voz! ¿Estás loca? —se alarma Bautista lle­no de estupor—. ¿Eso dijo Chala? ¡Deslenguada... atreverse a eso! ¿Tú ves? ¿Tú ves? Si yo aún mandara, la haría moler a palos por hablar sin respeto de los amos... del señor... el se­ñor don Francisco D'Autremont... ¡Mentirosa!

—No te sofoques tanto. Hace quince años que está muerto, enterrado —explica Yanina destilando sutil ironía—. Estamos solos, tío Bautista, y ahora ya sé que es verdad, totalmente verdad. No fui a ver a Chala, no me dijo nada...

—¿Eh? Pero, ¿qué te propones?

—Tener la seguridad de algo que siempre he sospechado: Juan del Diablo es hermano del amo Renato, pero ninguno de los dos lo sabe...

—El perro bastardo, no creo que lo ignore. Era bien cre­cido ya la noche en que murió Bertolozi, cuando él llevó aque­lla carta...

—¿Quiere contarme la historia completa, tío Bautista?

Corazón Salvaje (libro 1) [Completa, Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora