Carla.

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Una cosa era cierta: Ramiro estaba demorado otra vez... Y otra vez olvidó avisarle que llegaría tarde.

Carla miró el reloj. Era hora de sacar los fideos del agua para darle la cena a los niños y enviarlos a dormir pero a Ramiro le molestaba llegar y encontrar todo en oscuras. Aunque ella siempre lo esperaba despierta, él parecía no tenerla en cuenta.

Bueno, pero es hora de sacar los fideos así que eso hizo. Calentó la salsa sobrante del mediodía, llamó a los niños a la mesa y les sirvió sus platos.

Los niños se sentaron con su particular alegría, entre risas y preguntas de su madre sobre si se lavaron las manos y demás.

- Mamá, ¿no cenarás con nosotros? - preguntó su dulce niña de cuatro años, esa pequeña que ella tanto había deseado y esperado luego de la pérdida de dos embarazos.

- No, niños... Yo esperaré a su padre.

Se sentaron los tres en la mesa y, mientras comían, el teléfono sonó. ¿Quién podía ser a esa hora? Seguro era equivocado, si nadie los llamaba durante el día, ¿por qué llamarían de noche?

No contestó. Además de la posibilidad de alguien haciéndole una broma, Carla les había enseñado a sus dos hijos a respetar la mesa. Ahora ella estaba sentada junto a ellos mientras ellos comían, ¿no sería contradictorio si se levantaba y atendía?

Y el teléfono volvió a sonar. Un sudor frío recorrió su espina dorsal... ¿ Y si Ramiro estaba demorado porque tuvo un accidente? Saltó de la silla y contestó con voz temblorosa.

- ¿Hola?

- ¿Por qué no contestas el teléfono?

Carla cerró los ojos y agradeció a su Señor. Ramiro estaba bastante bien a juzgar por su tono de voz.

- Ramiro... Es que estaba ocupada con los chic...

- Bueno, ya está. Escuchame: hoy voy a llegar muy tarde porque me quedo con los muchachos a tomar una cerveza.

Fue ahí que Carla agudizó el oído. Sí, había mucha gente del otro lado del tubo. Y había música...

- ¿En dónde te vas a quedar?

- ¡Acá! ¡En el galpón! ¿En dónde va a ser?

Pero en ese galpón mugroso no cabía la cantidad de voces que ella oía. Incluso oyó unas risas femeninas pero... ¿qué clase de mujer/es estaría/n en un galpón sucio con siete tipos más? Carla pasó por alto las risas en ese momento.

- Entonces ya mismo mando a los chicos a dormir...

Dijo con firmeza, creyendo que con eso lograría que su esposo llegue más temprano a la casa. Sin embargo...

- ¡Pobrecitos! Deben tener sueño ya... Sí, mandalos nomas. Y vos también anda a dormir, ¿sí?

Se tragó el nudo.

- Sí. Cuidate y... Y no tomes mucho.

- Sí, te amo.

Colgó antes de que ella fuese capaz de murmurar su "yo también".

Volvió a la mesa con los pequeños y les dijo que su papá está con sus amigos y llegará tarde. Los niños no son idiotas para hacer ni berrinches ni preguntas, porque han leído en el rostro de su madre que algo no está bienbien, así que sólo bajan la vista y terminan su comida.

A medida que pasan los minutos, el semblante de Carla se vuelve más y más gris. Le da un dolor horrible en la cabeza así que se toma una pastilla para los nervios. Aún así, no puede quitarse esa horrible risa de la tipa de la cabeza...

Lleva a sus hijos a cepillarse los dientes, lavarse cara, manos y pies. Les pone su pijama, les lee su cuento, los acobija y los besa... Todo con la voz de esa mujer en la cabeza...

Se sienta en el comedor y, temblando, cena. Enciende la televisión y no la ve porque piensa en otra cosa. Va a la cama y se decide: tiene que saberlo.

Llama al galpón. Nadie atiende. Llama una, dos, tres, cuatro, cinco, veinte... Le da acidez y toma una pastilla para el estómago. Tiene los nervios a flor de piel y llora sin hacer ruido, pasea por la casa como un maldito fantasma.

No puede seguir así. Y todo está en su mente porque Ramiro sería incapaz... Ramiro ES incapaz de irse con mujeres y engañarla. Ramiro NO ES ESA CLASE DE HOMBRES.

Cuando se da cuenta, se está diciendo las cosas en voz alta para convencerse. Esto no puede seguir así. Toma una pastilla para dormir y otra más para los nervios, se cambia de ropa y se acuesta.

No logra conciliar el sueño porque vienen a su mente toda clase de recuerdos: el día de su boda, la tarde en que conoció a Ramiro, el nacimiento de sus hijos, la pérdida de sus dos embarazos, las peleas con Ramiro, las noches de pasión con Ramiro...

Él es incapaz.

Está muy tensa y nerviosa, pasaron dos horas desde que se acostó y aún no se duerme. Se levanta de la cama y decide tomarse un baño relajante como a ella le gusta.

Llena la bañera de agua caliente, enciende unas velas que compró a escondidas de Ramiro y pone sales en el agua. Elige un cassette con su música favorita y lo reproduce a volumen muy bajo para no despertar a los niños. Se sumerge en la bañera, cierra los ojos. Se relaja, se duerme...

Y no despierta.

Y Ramiro, que sí era capaz, que no estaba en ese galpón mugriento, llega a casa junto con la luz del sol y la borrachera se le pasa rapidísimo cuando encuentra a su mujer muerta en la bañera llena de agua helada. Las velas consumidas por completo y en la radio sonando She.

LúgubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora