Giorgi.

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La vista perdida en el azul profundo del mar, preocupado. Mira algo que yo no soy capaz de ver, siente cosas que no soy capaz de entender. Y es que me doy cuenta por la forma en que mueve los dedos, con las manos cruzadas detrás de la espalda, y por la mirada de resignación mientras contempla "eso" que yo no distingo.

Lo conozco tan bien que sé que lo mejor en este momento es guardar silencio y seguir tomando notas de lo que el chafa dice.

No podría definir cuándo me enamoré de él. Lo conozco desde hace seis años y aún no me acostumbro a ese vuelco que me da en el corazón cuando él me dirige la palabra. A veces me habla sin mirarme pero su voz pronunciando mi estúpido apellido es suficiente para que un escalofrío recorra mi cuerpo.

Ahora quedamos solos sobre la cubierta. Aún no ha amanecido y la oscuridad y el viento salino nos abraza agradablemente. Podría permanecer aquí mismo por siglos, observando su nariz puntiaguda y mentón ligeramente hundido, con el escaso cabello castaño agitado por el viento.

Él tiene 50 años, está cerca de retirarse. Yo tengo 30 y apenas si estoy empezando mi carrera en el mar.

- ¿Le tenes miedo a la borda?

- ¿Cómo dijo? - pregunto con mi voz seria, imperturbable. Se voltea y ahora lo veo de frente.

- Que si le da miedo el salto de borda.

- No, suboficial principal, no me da miedo - respondo con orgullo. Después de saltar tres o cuatro veces por año eso es lo que menos miedo me da.

- A mí sí... - vuelve la vista al mar. El cielo empieza a clarear - En realidad, antes me daba. Lo hacía pero me daba miedo - suspira pesadamente, casi puedo sentir como las palabras pelean para salir pero su mente las reprime - Es extraño pero desde que subí a esta fragata ya no le temo a la borda.

Sus palabras me desconciertan. No sé qué decir ni a dónde pretende llegar con esa charla. Me encojo de hombros.

- Bueno... Creo que eso es lo mejor de la Armada: superar los miedos.

Una sonrisa burlista asoma a su rostro y me mira de reojo.

- Aún no me acostumbro a su optimismo... A veces quisiera tener su juventud y ser capaz de ver el vaso medio lleno todo el tiempo.

Tomo eso como un halago aunque lo cierto es que suena bastante triste dicho por un hombre que pronto será reemplazado por otros sólo por haber alcanzado los años de servicio.

- ¿Cree en las sirenas? - pregunta mirándome con seriedad, como si fuese algo de vida o muerte.

Me muerdo el lado interno de la mejilla y con eso contengo la sonrisa que amenaza con salir.

- No, suboficial principal, no creo en seres mitológicos.

Cierra los ojos por espacio de diez segundos.

- Mejor así, muchacho, mejor así.

Murmura y desaparece.

El resto del día apenas si nos cruzamos.

Tuve una jornada bastante atareada así que nos encontramos en la hora de la cena. Naturalmente no me siento a su lado puesto que él siempre ocupa lugares con sus viejos amigos de altas jerarquías. Yo soy inferior entonces busco una mesa lejana desde la que pueda observarle. 

Me alegra verle más relajado que durante la mañana. Podría decir que hasta parece feliz incluso. Se ríe con los chistes de los otros suboficiales y, por primera vez en el mes, su risa es sincera y no forzada para caer en gracia con los superiores.

Después de la cena nos encontramos él y yo en la sala de máquinas.

- ¿Novedades?

- Ninguna, Suboficial Principal.

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