Esteban.

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Acababa su turno en la fábrica y estaba desesperado por llegar a su casa y encontrarse con su familia.

Ansiaba escuchar las tiernas voces de sus niños, soportar sonriente las miradas de adolescente rebelde de su hijo y recostarse junto al cálido y suave cuerpo de su mujer. Una vida común y corriente a la que ya se había acostumbrado varios años atrás porque, luego de 20 años de ensamblar las mismas piezas, besar los mismos labios, oír las mismas risas y llorar las mismas penas, uno termina acostumbrándose.

Hacía tiempo que no vivía ninguna aventura ni veía ningún sueño cumplirse. Hacía tiempo que no se sentía... Heroico.

Heroico.

Heroico. Esa era la palabra que lleva noches buscando para expresar cómo se sentía. Se sentía satisfecho, feliz, alegre, pleno, tranquilo, relajado... Y muy poco "heroico".

¿De dónde venía eso de sentirse heroico? De su padre, ¿de quién más? Esas palabras venían de un hombre cuyo corazón era sinónimo de una palabra: ideal. Y no porque Carlos haya sido un buen hombre capaz de amar a todos.

No. Su padre tenía ideales en vez de un corazón como el de los demás hombres, que bombea sangre roja y pasiones. El corazón de Carlos bombeaba pensamientos, ideas, conspiraciones. Entonces, al ser Esteban un hombre común y sin complicaciones ni opiniones sobre nada, era una especie de decepción para su padre, aunque Carlos siempre fue incapaz de confesarlo a nadie. Pero su hijo lo sabía.

Nuestro hombre poco heroico camina ahora un poco más despacio puesto que pensar en todas esas cosas lo han deprimido un poco. Ya no quiere llegar rápido a su casa porque su mujer y sus hijos notarían su tristeza casi al instante. Ése es el problema de ser muy amado por alguien: notan de inmediato que no eres feliz.

Hay una baldosa medio suelta en esa calle mojada por la lluvia. Naturalmente, Esteban no sabe que está suelta así que la pisa. La baldosa se hunde y él se resbala, cayendo al suelo. De haber llevado las manos desocupadas, hubiera sido capaz de mantener el equilibrio o poner los brazos para evitar golpearse el rostro. Pero es tarde. En una mano llevaba su bolsita con la ropa de trabajo y el hermético con restos del almuerzo, en la otra, su cigarrillo.

Esteban se levanta con un insulto. Ahora está completamente mojado de agua y barro y el rostro golpeado. Seguro le saldrá un moretón, seguro todos van a mirarlo raro cuando tome el subte, seguro su mujer va a mandarlo rápido a bañarse y luego le servirá un café muy caliente para calentarle el cuerpo...

Aunque quizá decida calentarlo de otra forma...

Sonríe porque la idea le parece de lo más tentadora y casi agradece haberse caído ahí.

Pone un pie dentro de la estación y una sensación extraña lo agobia, es casi como recibir un pelotazo en el estómago y quedarse sin aire. Se sienta rápido en un banco. Por alguna razón, tiene sudor en la frente. Lo seca con el pañuelo grasiento que lleva en su bolsillo. La señora que está a su lado lo mira de reojo y aprieta con ambas manos el bolso contra su pecho. Esteban frunce el ceño... pero después recuerda que debe lucir como un linyera y se le pasa.

Se levanta y siente una puntada en el pecho. Recuerda que tiene antecedentes de infarto en la familia y que él reune todos los requisitos para sufrir uno.

- Pero la puta madre que los parió, che... - murmura apretándose el pecho. La mujer lo mira escandalizada. Claro, como si ella no insultara...

Camina e ignora el dolor. Llega al andén y espera por su tren. Cuando descienda, deberá caminar unas cinco cuadras, saludar a los hombres del bar que no le agradan, caminar dos cuadras más, cruzar el puente corriendo a causa de los ladrones que rondan, seguir cuatro cuadras y, finalmente, la casa, la paz...

Lo primero que vio fue una pelota de fútbol roja caer sobre las vías al tiempo que las luces del subterráneo lo ceguaron. Casi al mismo tiempo, un grito horrible de mujer lo hizo girarse a ver qué sucedía. De no haber girado, quizá si todo no hubiera pasado al mismo tiempo, hubiese sido capaz de detener al niñito que pasó corriendo a su lado para buscar su fútbol.

El chico, que abrazaba la pelota con una mano, intentaba volver a subirse al andén con la otra pero era muy pequeño. Esteban no lo pensó. Se arrojó a las vías y lo levantó lanzandolo al andén. Su madre lo abrazó con fuerza y todos se olvidaron del pobre tipo que murió embestido por esa máquina sobrecargada de gente.

¿Qué pensaría Carlos? ¿Su hijo logró ser heroico o no?

Yo creo que fue mucho más heroico que Carlos y sus ideales del mundo utópico...

LúgubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora