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En las últimas semanas no he dejado de pensar que soy una inútil y aunque me gustaría decir que los demás se equivocan o simplemente culpar a mis padres por siempre darme todo, ya que a veces era cuestión solo de pedir u otras incluso ni siquiera tenía que hacer eso. Pero lo cierto es que es mía, porque nunca me preocupé por el dinero. Y ahora estoy aquí, en un almacén, cobrando los regalos de navidad de otras personas. No me molesta trabajar, he aprendido que soy buena con las cuentas y que tengo mucha paciencia con algunos clientes que parecen haber tenido un muy mal día; además de que es una temporada alta y eso ayuda a mi bolsillo. Lo deprimente en todo esto, es que al paso que voy no alcanzaré a ahorrar lo suficiente. Eso sí que me tiene inquieta.

¿Cómo es que llegue a esta situación? Bueno, probablemente porque nunca creí que mis padres congelarían mis cuentas, con todo y el dinero de mis becas y regalos del abuelo, lo que me deja prácticamente en la ruina. Los pocos ahorros que tenía en mi poder, los he gastado comprando un par de regalos. El disco que tanto quería, un suéter y una bufanda. Y aunque tengo los presentes hasta envueltos, de nada sirve sino puedo completar el dinero del pasaje y lo suficiente para quedarme unos días en la ciudad. Porque lo que menos quiero es ser una carga para ella o que se preocupe por mí. 

―Dos dólares. ―Entrego el cambio, antes de que un par de guantes aparezca en mi campo de visión. Los tomo en automático.

―Buenas tardes, ¿Encontró todo lo que buscaba? ―recito las palabras acostumbradas y deslizo el código por la cinta para que aparezca el monto a cobrar.

―Eso creo.

Me pongo tensa al reconocer la voz, esa que identificaría aun sin hacer contacto visual. No suelo mirar a los clientes, me concentro en cobrar y entregar correctamente los cambios para no tener que reponer de mi bolsillo, como algunos otros chicos les ocurre.

Pero él no es una persona ordinaria. Por primera vez en toda noche, miro al chico que me observa con una sonrisa disimulada. ¿Se está burlando de mí? Probablemente lo haga y no es solo la situación, sino mi aspecto.

Mi mano se tensa sobre la suave tela, pero me contengo a fuerza de voluntad, porque sé que hay ojos sobre mí, evaluando mi respuesta a los clientes.

―¿Algo más que necesite? ―pregunto tensa, dirigiéndole una sonrisa y una mirada molesta. Él no tiene nada que hacer aquí, toda su ropa es de marca, justo trae un par de costosos guantes de piel, lo que deja como única opción, el molestarme.

―Necesito hablar contigo ―contesta entregándome su tarjeta, recordándome que en este instante es solo un cliente más y no mi supuesto prometido. A quien he visto en múltiples ocasiones y escuchado de lejos, pero con quien solo he cruzado algunas palabras y que han sido en su mayoría monosílabas.

―Estoy en horario de trabajo ―digo con los dientes apretados, pasando su tarjeta y pidiéndole que marque su código.

―Te esperaré.

Quiero negarme, porque no tiene sentido, pero antes de que pueda replicar, coge sus guantes, que recién me doy cuenta son de mujer, también toma su tarjeta y comprobante y se va.

No tengo oportunidad de verlo marcharse, porque es la hora pico y el siguiente cliente me mira con impaciencia.

―¿Encontró todo lo que buscaba? ―modulo mi voz, tratando de parecer amable, recordándome que tengo que dar una buena impresión.

Las siguientes horas son tensas, no puedo dejar de preguntarme que pretende viniendo a buscarme, que es lo que dirá, por fortuna logro salir exacta al entregar cuentas y salvo mi sueldo. ¡Uf!

Cumpliendo una promesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora