Me detengo delante del estante que contiene los gorros de lana, contemplando la posibilidad de agregar un regalo; ya tengo el abrigo y bufanda, tendría el conjunto completo, pero ¿sería demasiado? Lo cierto es que ese no es problema.
Mentalmente hago cuentas, sumando los salarios que he recibido estas últimas semanas, y suponiendo que acepto vender mi laptop, solo completaría para los pasajes. Acaricio la suave tela, debatiéndome. Otra opción que he considerado, es enviar por paquearía las cosas. Aunque definitivamente, no sería igual.
Lo que deja una única opción y a la cual he intentado negarme. Tomo el gorro y me encamino a la caja registradora, olvidándome del hecho de estar disminuyendo mis números.
Por mucho que me hubiera gustado negarme a aceptar el ofrecimiento de Alex, no tuve que pensarlo demasiado, el dinero era imposible de reunir faltando solo dos días para navidad, debía admitirlo, así que realice esa llamada muy en contra de mi buen juicio y de todo lo que podría significar. Ya pensaría en ello después. Dos horas después de que atendiera, abordamos el avión y ahora estamos por aterrizar en Cuba.
Lo único bueno de todo esto, es que por fin voy a verla.
Lucy o Lu, es mi mejor amiga, prácticamente lo ha sido desde que éramos niñas. Su madre trabajaba en la casa de mis padres, pero eso no implicaba nada para nosotras, nos volvimos inseparables. Ella es única en muchos sentidos, no solo por esa alegría que irradia, por esa risa contagiosa, o ese ligero humor y sentido de responsabilidad que a veces chocaba con mi actitud caprichosa o mimada. Puedo decir sin temor a equivocarme que gracias a ella no soy como muchas otras chicas, cuyos padres gozan de un alto nivel económico, ya que cada vez que se me subía a la cabeza, me ponía los pies en la tierra y me hacía reaccionar y no muy sutilmente. Ella no tenía pelos en la lengua, para decir lo que pensaba. Por eso y por otras muchas cosas la quiero como si fuera mi hermana. Tal como la considero.
Por desgracia, siendo la mejor persona del mundo, la que merece ser feliz y tenerlo una buena vida, las cosas no son siempre como quisiéramos o como una pensaría que deberían. Hace dos años fue diagnosticada con cáncer. Un golpe muy duro para todos, especialmente para su madre. Mis padres no dudaron en pagar su tratamiento y por varios meses estuvo ingresada en el Memoral Sloan-Ketterling, uno de los mejores hospitales de oncología, pero también, uno de los más costosos. Eso no importó, la prioridad era su salud. Aunque al principio sus padres no se opusieron a recibir toda la ayuda, los resultados no eran buenos y la estancia comenzó a prolongarse. Su familia no tenía los medios y en varias ocasiones sugirieron transferirla a un lugar más económico, pero desde luego que fueron persuadidos, hasta que contactaron con un médico cubano, que aparentemente estaba probando un nuevo medicamento que era más económico y que ellos aceptaron sin dudar.
―El cinturón ―murmura Alex, inclinándose sobre mi asiento para abrocharlo.
No digo nada permitiendo que lo abroche. Tengo muchos nervios, no es por volar, eso es seguro, es más que nada en pensar en verla. Hace 9 meses que no sé de ella, y aunque estuve dispuesta a esperar como pidió, porque lo hizo la muy terca, no puedo dejar botada nuestra promesa. Hace algunos años, prometimos pasar juntas todas las navidades y lo hemos hecho hasta ahora. Sé que si dependiera de ella, habría ido a buscarme, de modo que me corresponde hacerlo a mí, hacer cumplir nuestra palabra.
Alex parece notar mi inquietud, no dice nada, ni me mira, pero toma mi mano que está apoyada sobre el descansabrazos. Agradezco el gesto, así como el hecho de que no ha forzado la conversación. He de aceptar que no es tan malo como creía, se ha portado bastante bien, sin hacer preguntas o comentarios que estén fuera de lugar. No pienso demasiado en eso, ni tampoco en la manera en que me ha mirado, cuando cree que no me doy cuenta. Prefiero pensar en ella y en todo lo que tengo que contarle. Porque hay mucho que decir.
A diferencia de mí, que sigo presa de los nervios e incertidumbre, y sin creer que estoy aquí, a nada de verla, Alex no parece tener problemas y sin soltar mi mano, me conduce fuera del aeropuerto, después de recoger nuestras cosas y rentar un auto. ¿Cómo lo hace? Ni idea. Creí que era de los que esperan que otros hagan las cosas por él, pero no parece el caso.
―¿Habías venido antes? ―pregunto, queriendo romper el cómodo silencio que nos envuelve y que me pone un poco inquieta. No debería gustarme su compañía.
―No.
―¿No? ―Le miro horrorizada, deteniéndome en el borde de la acera. Pensé que conocía el lugar, básicamente por eso no insistí en que no debía venir conmigo, ya que suponía no tendría que preocuparme para poder moverme sin problemas. Cierto que hice algunas investigaciones en internet, pero soy mala con la orientación y direcciones―. Genial.
―Tranquila. ―Suelta una risa y sacude la cabeza―. Tengo un mapa y siempre podemos pedir instrucciones. No puede ser tan difícil.
―Claro. ¿Por qué tendría que ser difícil solo seguir instrucciones? ―ironizo, mirando alrededor.
Algunas personas que caminan de prisa entrando, supongo queriendo no perder su vuelo; mientras que otras relajadas que parecen acaban de llegar. No profundizo en mi examen visual, puesto que mis motivos no son turísticos.
―Vamos. ―Señala un auto y casi me sorprendo de no ver un chófer, pero él aseguró que trataría de pasar desapercibido y hasta el momento lo ha hecho.
Aprovechando que esta de espaldas, subiendo las maletas, aprovecho para examinar su atuendo. No estoy muy segura si funciona o es todo lo contrario. Es la primera vez que lo veo usar algo distinto a un traje y puedo decir, que esa camisa y vaqueros le favorecen mucho, demasiado. Las miradas que algunas mujeres, incluyendo la azafata, lo confirman. Alex no es muy fornido, diría que es más bien normalito, aunque su altura y ese tono de piel no tan pálida o morena le favorecen bastante.
Sacudo la cabeza, reprendiéndome a mí misma y me acerco a la puerta que ha abierto para mí. Bien, llego la hora de verla. Voy a darle un buen tirón de orejas a esa mujer por hacerme preocupar todos estos meses. Tiempo, ella pidió un poco de tiempo, pero ha sido demasiado.
―¿No deberíamos buscar hospedaje primero? ―inquiero mirándolo dudosa, antes de cambiando mi enfoque a las letras que anuncian que lugar es delante del que nos encontramos.
―Tengo algunas opciones, puedo arreglarlo mientras tú hablas con ella.
Me gusta esa idea.
Asiento abriendo la puerta del auto, espero hasta que llega a mi lado y entonces nos encaminamos hacia la entrada.
Dar con su ubicación no ha resultado difícil, especialmente, considerando los recursos de mi acompañante, quien parecía ya tener todo anticipado.
Alex me hace un pequeño gesto, animándome a seguir a la enfermera, él ha dicho que esperara afuera y vera lo del hotel. Asiento, tomando la bolsa de regalos que he traído, ¿para qué esperar hasta navidad? Quiero entregárselos de una vez. Todos los días son buenos para dar regalos, especialmente aquellos que son de corazón.
Y hablando de corazones, el mío se acelera a cada paso que damos. Creo que se saldrá del mi pecho, al detenerme delante de la puerta que me ha indicado la enfermera. Tomando un respiro y haciendo una cuenta regresiva en mi cabeza, finalmente cruzo el umbral. Sus ojos encuentran los míos. Casi sonrío ante la sorpresa que inunda su cara, que no parece la misma que vi la última vez, pero luego me recorre el pánico al ver el horror llenar su semblante. ¿Acaso no quería verme?