3.

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Es evidente que no le agrada del todo verme, siempre ha sido muy expresiva, pero eso no me detiene. 9 meses no pueden cambiar nuestra amistad, ni borrar todo lo que hemos compartido, de eso no tengo dudas.

―Hola ―saludo sin dejar de mirarla a los ojos, no queriendo perderme sus reacciones.

Hay tantas preguntas rondando mi cabeza, pero solo sonrío y entro en la pequeña habitación, que afortunadamente parece individual. Ignoro la expresión de desconcierto de su madre; así como el estado de ambas, el cansancio evidente que los círculos negros debajo de sus ojos indican, así como la pérdida de peso.

Ninguna de las dos dice nada, pero no hace falta, la he echado tanto de menos.

Llego hasta el borde de la cama, olvidándome de mi carga y tiro de ella, abrazándola. Lucy no responde de inmediato, como lo haría normalmente, pero no me aparto. Es verdad que comienzo a cuestionar si no es solo la sorpresa de verme lo que causa su reacción, pero mis temores desaparecen cuando siento sus brazos rodearme y solo entonces me doy cuenta del miedo que tenía ante su rechazo. No verla en estos meses me hacía pensar que quizás ya no me quería, que estaba dando por terminada nuestra amistad, la que juramos conservaríamos hasta ser viejas y olvidadizas.

Me percato de como su madre y la enfermera salen, dándonos privacidad, pero aun así no me separo de ella.

―Te extrañe ―digo, no ocultando la emoción que me inunda en estos instantes.

―Y yo a ti ―su voz es apenas un susurro, que parece inseguro. No sé a qué teme, nunca hemos sido quisquillosas, no lo fuimos durante los primeros meses de su tratamiento y no lo seré ahora.

―No lo parece. ―No es un reproche como tal y ella lo sabe.

Retrocedo un poco, viendo cómo se pasa la mano por la cabeza donde ahora no hay rastro de esos rizos rebeldes. Sus ojos se humedecen, pero niego. Su pérdida de cabello era algo con lo que solíamos bromear, no obstante, parece no resultar sencillo de llevar, así que no toco el tema.

―Eres difícil de encontrar ―hablo, dando un ligero toquecito en la punta de su nariz, que carece de calidez―, afortunadamente para ti, soy demasiado persistente. ―Mis palabras suavizan su expresión, así como la tensión que mostraban sus hombros.

―Eso veo.

―Oye. No puedes culparme. ―Doy un paso atrás, recordado la carga que he dejado botada en el piso, al mismo tiempo que ella mira las bolsas.

―¿Que tienes ahí? ―inquiere, su curiosidad emergiendo y con ella la añoranza por esa chica que siempre ha estado conmigo.

―Unas cosillas ―respondo entusiasmada, ansiando ver su cara.

―Aun no es navidad, Adi. ―Me encojo de hombros, tomando la primera bolsa.

―Digamos, que soy de las que piensa que no hay que esperar para regalar y tomando en cuenta que perdimos tu cumpleaños, estamos un poco atrasadas.

―Supongo.

―Mira ―le muestro el primero de ellos―. El disco de chinos que tanto querías. ―Lo agito, haciendo un tonto baile, antes de entregárselo. Ríe, sin corregirme sobre la nacionalidad de sus cantantes preferidos―. Y antes de que preguntes, obviamente traje mi reproductor por si acaso. ―Ella lo mira y la chispa que parece iluminar sus ojos me anima―. ¿Qué más? ¡Oh sí! Tengo un suéter, aunque temo que aquí no hace tanto frío.

―El hospital no siempre es cálido, quizás pueda usarlo.

Definitivamente, tengo que hacer que lo use. Sus manos están muy frías.

Cumpliendo una promesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora